Cómo Irlanda del Norte logró poner fin a la violencia y lograr la paz después del abismo
Hace 25 años, el Acuerdo del Viernes Santo logró cerrar las heridas. Qué cicatrices quedaron y por qué el Brexit volvió a generar tensiones
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Un martes de enero de 1976, en el pueblo de Kingsmill, en Irlanda del Norte, 12 hombres volvían del trabajo en un colectivo a la hora en que el cielo se vuelve violeta y se impone la noche. Alguien los esperaba de vuelta en casa: madres, amigos, esposas, amantes, perros, niños. Un hombre vestido de soldado le hizo señas al conductor del bus para que se detuviera; como el chofer pensó que se trataba de una autoridad del gobierno británico que quería revisar que todo estuviera en orden, frenó al costado de la ruta. Cuando los 12 trabajadores se bajaron del colectivo, otros hombres armados salieron escondidos entre los arbustos y los obligaron a ponerse en fila.
—¡Si hay algún católico, que dé un paso adelante! —gritó un soldado armado.
Uno dio un paso al frente.
—Usted, váyase, corra. No mire para atrás —le ordenaron.
A los 11 hombres restantes les dispararon; 10 murieron en el acto y uno, que recibió 18 disparos, sobrevivió y fue el único testigo de la masacre. Los asesinos eran del Irish Republican Army (IRA, ejército republicano irlandés, por su sigla en inglés), un grupo paramilitar que defendía la pertenencia de Irlanda del Norte a la República de Irlanda.
En junio de 1994, un grupo de amigos católicos se juntaron para ver un partido de fútbol de Irlanda en la Copa del Mundo. El pub quedaba en el pueblo de Loughinisland, una zona tranquila, lejos de los centros urbanos. Mientras tomaban una cerveza eufóricos y nerviosos, hombres del grupo paramilitar probritánico y protestante The Ulster Volunteer Force (UVF, Fuerza de Voluntarios del Ulster) interrumpieron el partido y dispararon al grupo de amigos por la espalda. Seis murieron.
En Irlanda del Norte, más que una grieta hubo un abismo. La guerra civil entre republicanos católicos con raíces irlandesas nativas contra protestantes defensores de la monarquía británica fue entre fines de 1960 y fines de 1990. Algunos llaman a estos tiempos The Troubles (los disturbios), un eufemismo para llamar a una guerra que mató a 3500 personas, entre las víctimas de ambos bandos, en su mayoría asesinadas por grupos paramilitares como el Ejército Republicano Irlandés o grupos probritánicos como la Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF).
“De las 3500 personas que murieron, casi 2000 fueron civiles, más de 250 fueron niños, y hubo más de 47.000 heridos. Entre heridos y muertos, los enfrentamientos afectaron al 2 por ciento de la población de Irlanda del Norte. Si lo trasladamos al 2 por ciento de la población argentina nos da un total de casi un millón de personas”, explica a LA NACION revista Andrea Oelsner, directora de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.
El origen de la grieta se puede encontrar en 1916, cuando Irlanda del Sur, hoy la República de Irlanda, comienza a crear su independencia con su levantamiento de Pascua; “Sería como nuestro 25 de Mayo de 1810. Fueron levantamientos contra la Corona británica; después, una guerra de independencia entre 1919 a 1921, y finalmente, en 1922, la República de Irlanda se independizó”, explica la profesora Oelsner. Cuando el sur se independizó, la isla se dividió en dos: seis condados del norte quedaron en el Reino Unido y los otros 26 se convirtieron en la República de Irlanda.
Desde su nacimiento, el Estado de Irlanda del Norte fue construido con resentimiento; un lugar donde los católicos –el 35 % de la población– no tenían los mismos derechos civiles que los protestantes y eran víctimas de prejuicios institucionales. Los protestantes usaron la fuerza de la mayoría para oprimir a una minoría católica que era poco leal al nuevo Estado.
Un primer ministro de Irlanda del Norte, Basil Brooke, dijo que “nunca emplearía a un católico”, las universidades eran construidas en áreas protestantes, las reglas electorales beneficiaban a los lealistas y el ejército británico era doblemente cruel con la población católica. Esto alimentó la furia nacionalista, que condujo a enfrentamientos sangrientos, acentuados a fines de 1960.
Hoy, el odio que llegó a caracterizar a gran parte de la sociedad quedó atrás y la paz prevalece. Pero eso no significa que sea en plena armonía. Sobre todo en zonas urbanas de clase media baja, la violencia ha terminado, pero no el sectarismo. “Las dos comunidades, unionistas y nacionalistas, viven físicamente separadas en barrios distintos; van a iglesias distintas y los hijos tampoco se cruzan en las escuelas. Además, las partes más álgidas de la ciudad están divididas por paredes tipo Muro de Berlín que se llaman muros de la paz”, explica Oelsner.
Aquel acuerdo de esperanza
“Para mí, la palabra acuerdo significa vida. Lo contrario de acuerdo es fanatismo y muerte”, escribe el autor Amos Oz. El 10 de abril de 1998, que coincidió con el Viernes Santo de ese año, se anunció el acuerdo. Católicos y protestantes no buscaron arrodillar al otro, dejaron el salón solitario donde todos piensan igual y se encontraron con la otra persona a mitad del puente. Las ideas malas se superaron con ideas mejores, y los norirlandeses llegaron a una negociación costosa para ambos bandos.
El acuerdo del Viernes Santo fue creativo. “Se debe ordenar un referéndum si, en algún momento, es probable que una mayoría de votantes exprese su deseo de que Irlanda del Norte deje de formar parte del Reino Unido y pase a formar parte de una Irlanda Unida”, se lee allí. La República de Irlanda, a su vez, desistiría de su antigua reivindicación constitucional sobre toda la isla.
El acuerdo también obligó a que el Parlamento de Irlanda del Norte, Stormont, funcionara diferente de como lo había hecho en las últimas décadas, cuando los protestantes, por su diseño electoral, ejercían el gobierno por mayoría sin hacer partícipes a los católicos. El acuerdo institucionalizó un reparto obligatorio del poder, esto significó que el partido mayoritario proirlandés y el partido mayoritario probritánico gobernarían juntos.
En lugar de tener un único primer ministro para Irlanda del Norte, la región pasaría a tener un primer ministro y un viceprimer ministro, uno republicano y el otro unionista, ambos con los mismos poderes y con el derecho de veto sobre cada decisión de gobierno para lograr políticas consensuadas. También implicó una mayor devolución de poder de Londres a Stormont, para dar mayor autonomía a Irlanda del Norte.
Todas las partes debían garantizar que los paramilitares abandonarían las armas en un plazo de dos años y se buscaría reformar la policía de la región y el ejército británico. Para reparar los crímenes del pasado, se creó la comisión de Derechos Humanos de Irlanda del Norte, con el fin de garantizar juicios justos y la excarcelación de los presos por violencia ejercida durante la guerra civil si los grupos paramilitares con los que estaban relacionados ponían un alto al fuego.
Las personas nacidas en Irlanda del Norte pasarían a tener el derecho a ser ciudadanos británicos, irlandeses o de ambas naciones. Y fue fundamental la decisión de someter el acuerdo al voto popular, para reforzar su legitimidad a través de un referéndum. El primer ministro Tony Blair trabajó mucho para que ganara este acuerdo, y organizó un concierto por el Sí con la banda irlandesa U2, en el que el líder unionista, David Trimble, y el líder republicano, John Hume, estuvieron presentes y subieron al escenario. Trimble y Hume serían galardonados con el Premio Nobel de la Paz por contribuir a la solución pacífica de ambos bandos. “Hay algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”, escribe Albert Camus.
La asistencia a las urnas fue del 81 %, una cifra enorme para un referéndum sin voto obligatorio, y el acuerdo ganó con un apoyo implacable del 71 %. En la República de Irlanda, también se celebró un referéndum en paralelo para aprobar el abandono a su reivindicación constitucional sobre Irlanda del Norte y el 94 % de los irlandeses votaron a favor.
Se firmó el acuerdo en conjunto entre el gobierno del Reino Unido y la República de Irlanda. Y así aconteció el tiempo de la paz, una nueva era que vino a honrar la memoria de los muertos y a darles a los vivos una época de vida; sacó a los pueblos de la repetición de la muerte y la brutalidad, y se le dio hospitalidad a la paz. “De la vociferación al murmullo”, diría Dufourmantelle.
Inestabilidad y amenazas a la paz
Durante los 25 años siguientes a la firma del Acuerdo, el reparto de poder entre los dos principales partidos políticos tuvo problemas y desencuentros, aunque siempre se mantuvo la paz. Cuando no pudieron conformar gobierno, la región volvió a ser gobernada desde Londres, como había ocurrido durante la guerra civil.
El partido unionista de Ulster (UUP), defensor de Gran Bretaña, y el Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP), republicano, habían sido los dos grandes protagonistas para consagrar la firma del acuerdo. David Trimble y John Hume asumieron como primer ministro y viceprimer ministro. Pero había partidos más duros, que también comenzaron a tener un mayor peso en el parlamento de Irlanda del Norte: el Partido Unionista Democrático (DUP), lealista y protestante, y el republicano irlandés Sinn Féin del bando nacionalista.
En 2007, los dos partidos de línea dura, el DUP, como nuevo partido mayoritario unionista, y el Sinn Féin, como nuevo partido mayoritario nacionalista, conformaron un nuevo gobierno. La escucha mutua recreó un lazo político entre el líder del DUP, Ian Paisley, y Martin McGuinness, del Sinn Féin; esto permitió que armaran un gobierno de 2007 a 2017.
“El reparto de poder funcionó relativamente bien con Paisley y McGuinness, que trabajaron juntos durante unos 10 años con relativa estabilidad. Supongo que depende de políticos y personalidades capaces de dejar de lado sus diferencias para trabajar juntos, un rasgo cada vez menos común en la política actual”, asegura Thomas Smith, analista político de la London School of Economics.
Como el Acuerdo de Viernes Santo otorga el derecho de veto sobre el ejecutivo a los dos principales partidos, desde febrero de 2022 que el DUP boicotea el gobierno en protesta por los términos del protocolo de Irlanda del Norte. El aumento en la popularidad de Sinn Féin puede conducir a una Irlanda unificada para 2030, posibilidad que también se explica por el Brexit, que les dio argumentos a los nacionalistas a favor de la unidad irlandesa.
Otros dos factores que afectan a la hora de pensar la posible salida de Irlanda del Norte del Reino Unido es que la población católica crece más que la protestante (los católicos tienden a tener más hijos). A su vez, la República de Irlanda dejó de ser un país pobre para convertirse en una economía próspera, con un PIB per cápita superior al británico y una agenda más ambiciosa en ampliación de derechos para las mujeres y el colectivo LGTB+. Además, hoy el partido Sinn Féin es liderado por dos mujeres alejadas de la violencia del IRA: Mary Lou McDonald, en la República de Irlanda, y Michelle O’Neill, en Irlanda del Norte, que ganó las elecciones de 2022 gracias al mal manejo del Brexit por parte del DUP.
“Irlanda del Norte no es sólo un problema más para el proceso de separación del Reino Unido de la Unión Europea. Es el problema mayor”, anticipó Tony Blair en 2016. Irlanda del Norte es el único territorio del Reino Unido que comparte frontera terrestre con un país de la Unión Europea. El Brexit abrió viejas heridas. Las encuestas a favor de la unión de Irlanda del Norte y la República de Irlanda antes del Brexit mostraban que el apoyo a una Irlanda unida había disminuido (sólo un 30% quería abandonar el Reino Unido); entonces llegó el Brexit, y mientras que el Reino Unido en su conjunto votó a favor de abandonar la UE, Irlanda del Norte votó a favor de permanecer.
De 1,2 millones de votantes, el 55% votó por permanecer. Estudios indican que el 85% de los votantes católicos apoyaron la permanencia. Los dos partidos nacionalistas más importantes, el SDLP, más moderado, y Sinn Féin, más radicalizado, apoyaron la permanencia en la Unión Europea e hicieron campañas que advertían que el Brexit podría dañar el sentimiento de identidad irlandesa de los ciudadanos. En cambio, los partidos unionistas eran favorables al Brexit, como el DUP, que fue un defensor ardiente por la salida del Reino Unido.
Un elemento central del Acuerdo de 1998 había sido el entendimiento de que no sólo los ciudadanos de Irlanda del Norte tenían derecho a identificarse como británicos o irlandeses, sino de que esas identidades serían iguales entre sí y ninguno tendría más derechos que el otro. Esto se basaba en la suposición tácita de que ambos, el Reino Unido y la República de Irlanda, seguirían siendo miembros de la UE y no contemplaba la posibilidad de que quienes tuvieran determinado pasaporte accederían a más derechos de circulación o viaje. Ante esto, podría decirse que la mayor amenaza a la paz en los últimos 25 años la creó el Brexit.
Acuerdo de Windsor y el futuro
El 1° de febrero de 2020, el Reino Unido firmó el acuerdo de salida de la UE, pero hubo varios puntos sobre los que todavía quedaba trabajo pendiente; uno de ellos era qué hacer con Irlanda del Norte. Al principio, Irlanda del Norte comerciaba con Gran Bretaña (Inglaterra, Gales y Escocia), según los criterios del protocolo de Irlanda del Norte. Esto implicaba que toda la mercadería que viniera de Gran Bretaña debía pasar por barreras burocráticas con normas europeas, lo que encareció el precio de los bienes y provocó escasez de productos en los comercios.
Boris Johnson tenía pensado desobedecer el protocolo, para facilitar el comercio entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y para ganarse el apoyo del partido unionista DUP y de la extrema derecha pro Brexit de su partido. En respuesta, la UE amenazó con aplicar sanciones, y Johnson nunca pudo sentar a la mesa a las autoridades europeas para modificar el protocolo.
Su falta de destreza no la tuvo Rishi Sunak, actual primer ministro, quien logró sentarse con Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y alcanzar el Acuerdo de Windsor el 28 de febrero pasado, para facilitar el comercio entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, sin que esto afectara la pertenencia de Irlanda del Norte al mercado único europeo ni acentuara la frontera entre las dos Irlandas.
Así como el Acuerdo de Viernes Santo fue un éxito que puso fin a la violencia, y hoy hay generaciones enteras que sólo conocen la paz, el marco de Windsor busca lograr una salida política frente a las nuevas tensiones. Más allá de las diferencias, lejos quedaron para el pueblo norirlandés los tiempos de las tinieblas.