Cómo fortalecer la personalidad de los niños, entrenar sus habilidades y evitar los errores más frecuentes
“No lleves la mochila de tu niño a la escuela, no discutas la nota de un examen”, dice Cristina Gutiérrez Lestón, investigadora de las competencias emocionales
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La prevalencia global de ansiedad y depresión aumentó en un 25% en el primer año de la pandemia, según un informe científico publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para la investigadora más reconocida en España sobre educación emocional en la infancia, esto es, en gran parte, resultado de una ausencia de habilidades para lidiar con los conflictos.
Nacida en Alemania, en 1967, Cristina Gutiérrez Lestón es investigadora en el campo de las competencias emocionales aplicadas, creadora del método La Granja, por el que han pasado en 15 años más de 270.000 niños y jóvenes de entre 3 a 18 años, con supervisión de la Universidad de Barcelona. También está a cargo del Programa de Gestión Emocional de los niños afectados por Neurofibromatosis (NF1) del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, y del proyecto de educación emocional de Masía 360 del FCBarcelona. “Cuando no eres capaz de comprender y regular lo que sientes con lo que ocurre, eso que pasa controla tu vida”, indica en diálogo exclusivo con LA NACION revista.
En su último trabajo ha puesto foco en la valentía como un valor emocional que los padres de hoy tendemos a opacar a partir de una educación condescendiente, sin tantos límites y con mucho miedo a la frustración. “El fracaso, aunque no estemos preparados, sucederá igual -relata Giménez-, solo estaremos haciendo que su golpe sea más duro y que les resulte más difícil levantarse”.
¿Cómo mejorar nuestra inteligencia emocional? La especialista sugiere tres condiciones:
- La conciencia, es el darme cuenta de lo que siento para conocerme, para saber quién soy, qué quiero, qué necesito, qué no soporto, que no permito. Y eso me lleva al autoconocimiento, a saber quién soy, lo que me permite gustarme a mí misma y tener un buen concepto de mi. Esa sana autoestima, necesaria e imprescindible, base del éxito y de la felicidad de las personas.
- Regular lo que siento de manera positiva para mí, pero también para los demás. Regular lo que siento aunque no sea positivo, como puede ser envidia, miedo, rabia. Con esa envidia puedo hacer dos cosas. Si envidio a quien juega muy bien al fútbol, puedo fastidiarlo, es decir, no regulo, la emoción me lleva y me domina. Se puede convertir en algo malo para mí y para los demás, en algo gris que me acaba destruyendo por dentro a mi y a la gente que me rodea. Regularlo significa darme cuenta, ese piloto que me dice “ese chico juega tan bien al fútbol que a mí me da envidia”. A lo mejor simplemente lo admiro, ¿en qué puedo ser bueno para que me admiren? La regulación emocional implica dirigir lo que siento de una manera que sea positiva para mí pero también para las personas que me rodean.
- Entrenar las competencias sociales como la empatía, el trabajo en equipo, el respeto, la comunicación… Son muy importantes para tener luego relaciones estables o, como mínimo, que no te echen de trabajo en trabajo porque eres conflictivo.
“Si pudiera escoger tres serían estas: conciencia, regulación y competencias sociales”, concluye Gutiérrez Lestón.
-Sobre tu mirada sobre el aumento de las dolencias mentales durante la pandemia, ¿ese tiempo produjo algún cambio en materia de inteligencia emocional?
-Creo que nos hemos dado cuenta de la necesidad. Pudimos encontrarnos a nosotros mismos y comparar con las herramientas de otros. Nos dimos cuenta que lo que sirve no es el enunciado de las emociones, sino su real aplicación. De hecho, es la herramienta preventiva más importante para la salud mental, si hay salud emocional hay salud mental. La educación emocional es la prevención. La educación emocional es para mi un superpoder. La pandemia nos permitió visualizar que las emociones pueden ser nuestras enemigas más bestiales o nuestras aliadas.
-¿Crees que “sentimos demasiado” en pandemia?
-Este tiempo nos ha hecho sentir las tres emociones más potentes que sentimos los humanos: el miedo, la rabia y la tristeza. El primero nos paraliza, nos hace hacer la peor interpretación posible. El miedo siempre ha sido contagioso y nos vuelve susceptibles, por eso hay tanta gente enfadada. La rabia nos hace sentir que algo no es justo y nos sale esa reacción rápida que nos da esa fuerza para luchar contra lo que creemos que es correcto, pero también es la que más injusticias nos hace cometer ya que nos lleva a la agresividad y a la violencia. La tristeza es apatía y desilusión.
-¿Cómo ves a los niños en este sentido?
-Lamentablemente, en los 32 años que llevo trabajando en la granja con 30.000 niños que pasan solo en Barcelona, nunca en mi vida me he encontrado con niños repletos de miedos, baja autoestima, autolesiones, ansiedad, estrés y tentativas de suicidio. El aumento de depresiones está la orden del día en toda los países. Es hora de empecemos a dar soluciones para afrontar lo que sentimos, no solo a docentes y padres y madres, sino todas las personas porque estamos desesperados y las necesitamos urgentemente.
-La dificultad para afrontar la frustración es un problema recurrente en las nuevas generaciones, ¿cómo podríamos los papás y educadores fortalecer a los pequeños en la regulación de esta emoción?
-Lo primero qué podemos hacer es no sobreprotegerlos. Esa ha sido otra pandemia. Cada vez que sobreprotegés a tu hijo le quitás herramientas para que pueda afrontar la vida, lo debilitás, le coartás la dignidad de ser su propio defensor. Cuando ya no piensa ni cree en lo que él quiere, cae en las manos de esos amigos que a veces no son las mejores influencias. Los niños pueden hacer mucho más de lo que creemos los adultos. Si un niño no sabe qué puede hacer le estás invalidando, lo estás haciendo más débil, más cobarde. No lleves la mochila de tu niño a la escuela, no discutas la nota de un examen de tu hijo, no preguntas cuáles son los deberes por Whatsapp al resto de los padres. Si creés que no puede, el niño acaba creyendo que no puede.
-La ansiedad nos corre en lo cotidiano y solemos a hacer por ellos, para resolver y pasar a otra cosa. ¿Nos falta paciencia?
-Diste en el clavo. La actividad principal para tolerar la frustración es la paciencia. Debemos entrenar la paciencia, lo que significa esperar y cambiar tu estado de ánimo.
-¿Cómo?
-Algo muy fácil: cuando vayas al supermercado a comprar elegí la cola más larga y, cuando tu hijo diga que no tiene sentido, le podés responder que estás entrenando tu paciencia porque querés aprender a tolerar la frustración. Cuando el adulto aprende haciendo, los niños también lo hacen. Y una tercera clave para trabajar la frustración es el “no, porque te quiero”. Es básico para que aprendan a que no se puede siempre lo que se desea.
-¿Cuáles crees que son los errores más comunes que cometemos los papás en materia de competencias emocionales?
-Enseñar sin ser ejemplo, es decir “porque yo lo digo” y no desde la realidad o desde la verdad. Cuando nosotros no somos coherentes, perdemos autoridad, credibilidad, que viene de creer, y cuando somos padres de hijo adolescente es muy importante que te crean. Nos interesa muchísimo que nos crean sobre todo en esa etapa de crecimiento. Con las emociones es muy fácil porque si lo hace el adulto y al final el hijo lo aprenderá, porque las emociones son contagiosas.
-Felicidad, eficiencia, perfección son algunos de los postulados que nos rigieron como generación. ¿Qué sigue vigente?
-Confundimos felicidad con alegría y es peligroso. La alegría es una emoción que viene preconsciente. Es decir, antes de que sea consciente, un estímulo externo. Hay algo que te produce alegría y se confunde con felicidad. Por ejemplo, cuando le comprás una bicicleta a tu hijo pensás que se va a poner feliz. No, estará contento. La felicidad es algo de adentro a afuera, algo que te creás, es un trabajo personal que tiene que ver con el autoconocimiento, con la sana autoestima, con saber qué quiero. Es un trabajo personal y de largo recorrido. Cualquiera de las dimensiones de la alegría: ilusión, motivación, esperanza, me permite conseguir esa felicidad, pero hay gente que tiene cosas muy divertidas, pero no es feliz. Importante saber que la felicidad depende de cada uno. Como padre haré muchas cosas para que mi hijo esté contento, pero su felicidad depende de él.
En cuanto a la eficiencia, es un objetivo interesante y además muy posible cuando hay una buena gestión emocional, sobre todo la eficiencia viene cuando no hay ansiedad y soy capaz de estar en el aquí y en el ahora. Esto nos viene del alto rendimiento cuando trabajábamos con la Masias del Barca. La eficiencia se crea cuando estás orientado a la tarea. Cuando vamos acelerados, corriendo todo el día, eso nos conecta directamente con la ansiedad, que es ese miedo al futuro. En ese momento vas a hacer muchas cosas, pero efectivo probablemente no lo vayas a ser.
-¿Está lejos del síndrome de la familia perfecta?
-Sí, la perfección no. Para complementar el cuadro se precisa un niño perfecto, pero un hijo no es un proyecto, ni es ese plan milimétrico que nos montamos para que sepa inglés a los cinco años, sea un deportista de élite a las 12 y un licenciado a los 22. Hay confusión entre perfección y excelencia. La exigencia conlleva obligación, la excelencia comporta deseo y no es lo mismo sentir esa obligación que sentir deseo. La obligación lleva tensión, lleva presión. El deseo te lleva al aprendizaje, al reto. La excelencia es saber que puedo mejorar, no lo sé todo.
-Sigue en vigencia el querer es poder….
-No, querer no siempre es poder pero muchas veces sí lo es. Y muchas veces se puede más de lo que creemos. Los niños dicen hoy demasiado ‘no puedo’, pero no lo intentan. Ahí es cuando hay niños cobardes, con miedo, débiles, niños que creen que no pueden. Hay que cambiarles el discurso para que entiendan que pueden. Que el éxito consiste en el esfuerzo.