Comedia con vestuario: primera salida de post pandemia
Salió segura y en hora tras haber apreciado su look, camperón encerado sobre mono de jersey de amplio escote, en el espejo de la entrada. Pero en el del ascensor el rojo del foulard se le apareció como un semáforo. Gaffe imperdonable. Marcha atrás, revuelo en cajón de los pañuelos. Rayas, lunares, toile de Jouy, cachemira. Ninguno. Anita, la indecisa notoria, tal como acostumbraba llegó con retardo y culposa al japonés y regresó varias horas después un tanto acatarrada. Silvana, en cambio, lo impecable encarnado en un metro setenta y cinco de mujer interesante, implacable estratega de su apariencia, tenía su selfie sacada y Accuweather consultado desde la noche anterior. Cuando se desató el chaparrón helado, saliendo del restaurante, ella, rauda, extrajo, de la Maxi Baguette, el paraguas Burberry plegable negro y dijo que prefería caminar unas cuadras. Sin sus amigas, la cena habría sido una incomodidad.
Víctor, el hombre de la soirée, autopercibido cool, de camisa sin corbata bajo el blazer entallado, en monocolor acero, protestó que era un disparate dejarla ir sola, que de ningún modo lo permitiría, que ya le estaban acercando su coche, un Smart For Two. ¿For Two? Jamás de la vida, se prometió Silvana. En el momento de las presentaciones, había notado, para nada encantada, que el eventual candidato no usaba calcetines. Supo que el clic esperado no podría producirse. De sketches similares estaba hecho el guion cotidiano de una divorciada reciente.
El tipo no es su tipo, susurró Anita a Valentina, conocida como La Evaporada y gestora del encuentro. Envuelta en una minicascada de tules bajo su gran capa de terciopelo, Valen agitó, al responder. las campanillas de sus pendientes, con efecto tibetano: -¡Pero por favor, si es re buen mozo! Si no, yo no los juntaba. Ahora, yendo a casa, la interrogamos. -Mejor con unos drinkies en el piano bar, propuso Anita. No son las doce. El gentleman, ahora en parka, abría la puerta de la acompañante; Silvana reculaba a pasos cortos de geisha, sonriéndole con nariz fruncida; las chicas, con vodkas in mente, la seguían, como la corte ante la persona imperial.
Con un tupé que congeló a las tres mujeres, Víctor lanzó: -Entonces la llevo a Anita, que es la que vive más lejos. Se oyó caer las últimas gotas de lluvia. La indecisión habitual se apoderó de la aludida: en la boca de Anita los “No, gracias” combatían con los “Sí, dale” por apoderarse de su lengua. Valentina, que lo sabía, intervino: -Pero, sí, tonta, que además estás muriéndote de frío. Anita tosió. Camino al piano bar las calles tenían la nitidez cinematográfica que deja la lluvia apenas cesa. Los tacos de las botas de una, de los stilletto de la otra, las acompañaban con un dúo percusivo.
Estuvo fuerte. Guarango, dirás. Lo supe apenas verlo. Pero ¿y ella? Ya sabemos, nunca se arriesga. Ese escote es arriesgarte. Te apuesto que se lo eligió la vendedora. La habrá empujado, como hice yo ahora ¿Te molestó? Para nada ¿Tuviste algo con él? ¿Estás loca? Amigo, ya te dije. Le veo pinta de toco y me voy. No sabría decirte. Pobre Anita. Primera salida post pandemia.
A pesar de la humedad insidiosa las mesas de la vereda estaban ocupadas. Adentro había una al fondo, donde llegaba el aliento de las ventanas abiertas. Gente mal vestida por igual, dictaminó Silvana. Desaliñada. Barbas como yuyales. Hasta las mujeres parecían estar dejándose el bigote. La post pandemia sacaba lo peor del entrecasa a la calle. En tales constataciones andaban cuando Anita y el galán hicieron su aparición. Atónitas, trataron de hundirse en la banqueta. No hacía falta. Ojos en los ojos, la pareja no veía a nadie. Continuará...