Comedia con vestuario. Continuación de una salida post pandemia
En tales constataciones andaban Silvana y Valentina cuando Anita y el galán hicieron su aparición. Atónitas, trataron de hundirse en la banqueta. No hacía falta. Ojos en los ojos, la pareja parecía no ver a nadie. Pero lo parecía solamente, en un coup de théâtre, las bocas que simulaban estar al borde del beso, en un instante se ensancharon en sonrisas irónicas dirigidas a las dos amigas. Que, ya partícipes del chiste, pedían una botella de Chablis.
Desde la barra dos ¿tipos o señores o ex-punks o ex-hippies o executives locales de algún e-commerce o catedráticos o científicos, o filósofos o simples millonarios adeptos a la bohemia o a Boedo o a la Boer’n Beer que este bar expendía en exclusividad? llamaban a Víctor dispuestos al abrazo. Imposible situarlos, confesaron las chicas. Hoy en día un pelado contento de sus kilos y de estricto total black con campera motoquera y un flaco alto de canas onduladas que llevaba como si nada un traje vintage de lino color verde iceberg podían ser cualquier cosa y su opuesto.
–.Ya no hay códigos ni indicios. –.Saltaron por los aires las categorías del gusto. –.El hábito ya no hace al monje. Y así es como Víctor, ,aunque no se vista como nos gustaría, termina siendo un tipo bien. –.¿Que te gusta o no? -.Nada que ver. En eso sí estoy decidida, afirmó Anita. Brindaron.
El trío de hombres se incorporó a la mesa. El pelado resultó ser Juan, empresario de espectáculos; el flaco chic, Esteban, arquitecto de onda ecológica, sostenible y bioclimática. –.Qué bien! Nosotras estamos en la moda. Periodista yo, estilista Val, fotógrafa la joven Anita. –.Sí, claro, se ve de lejos. Por lo elegantes. –.Muchas gracias. –.La elegancia ya fue, pronunció Anita. –.Eso está por verse, Ani. –.Si mirás bien, verás que ya se ve. Yo prefiero verme diferente.
La luz de la sala se atenuó, el público bajó el volumen y tras un amague impetuoso de toccata barroca, la voz tropical de Lea Luna, belleza morena enfundada en un fourreau de un rosa intenso, trajo la languidez de I’m in the mood for love. -. Diosa, susurró Anita, a años luz de esa tontería de la elegancia. La mirada de la artista, que recorría la sala, se detuvo en la suya. Anita sonrió. –. ♫…simply because you’re near me…♫
Elegante, pensaba Silvana, ¿y nada más? ¿Cuándo me convertí en un producto, una figurita, ¡un emoji! tan evidente que hasta a un productor de shows de rock, con onda, admito, le cae la ficha apenas verme? No voy a deprimirme por tan poco. Y este rimmel es a prueba de lágrimas.
El productor en cuestión ya estaba deslumbrado por Lea Luna, nombre que veía ya en los afiches, los neones, los Leds, nominado a los Grammys, a los que la espléndida mujer llegaría escultural, estupenda y de escarlata, escoltada por el hombre que la había descubierto, de impecable black tie él, ahora que tenía un pretexto.
¿Qué quiero?, se decía Valentina, inspeccionando de reojo al arquitecto, ¿una relación inteligente, consensuada, armónica, desmaquillada, y hasta sport, llegado el caso, o bien, al contrario, un gran flash de estilo, una folie à deux, un libiamo, libiamo, que mañana saldrá el sol y pasado se verá? Un dilema de consultar tarot.
Por su parte el arquitecto proyectaba con pulso acelerado la mansión de adobe que estaba dispuesto a ofrecer a la mujer que lo sacaba de su silla con su versión terrible y dulce a la vez de Heroes. También de pie, Anita se sacudía y besaba el aire. Víctor se había acercado al piano con una rosa sacada de nadie supo dónde.
La noche siguió, con Lea y más copas y charlas en las que se habló con seriedad de cosas frívolas y con liviandad de lo que el mundo considera serio. Iba a manecer cuando se fueron. Lea y Anita iban de la mano.