Claudia Sánchez, la primera influencer y supermodelo del país
A punto de cumplir 80 años, critica la TV actual y dice que quien más se le parece es Juana Viale. “Toda mi vida fui infinitamente libre”, dice
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Hablar con ella un poco desespera. Porque dispara títulos como dardos y, consciente de ello, sonríe pícara, ya sin los dientes separados que la hicieron única pero siempre hipnotizando con los ojos. Impresionantes esas piedras azules en las que se cuela el violeta. E impresionante su vida. La del pasado y la del presente.
Claudia Sánchez, tal vez la primera influencer, la chica de las propagandas que con los cigarrillos que “marcaban tu nivel” recorría el mundo y vendía glamour, recibe en su departamento blanco. Abunda el buen gusto, las obras de arte, la luz. Hay un gato negro, Jacinto, que roba castañas de cajú, y champagne bien frío, recién abierto con un rompenueces. “Es mi herramienta infalible. Incluso en los viajes, para destapar esas botellas de agua que vienen con la tapa durísima. Soy una mujer sola, así que tengo mis secretos y rituales”, cuenta, a punto de cumplir 80 años, mientras señala el filo de la puerta, levemente cascada, producto de algunos descorches rebeldes.
Resumir su vida es complicado, porque los cuentos aparecen como mamushkas, uno dentro del otro y todos coloridos. Pero se podría empezar con aquello de que fue la primera supermodelo publicitaria del país, que vendió modos de vida, que con los puchos y un amor (Alberto Francisco Pugliese, más conocido como Nono, socio y marido sin papeles durante veintiocho años) inspiró a una generación.
Hizo cine, ganó un rally, manejó un Rolls Royce en pleno Buenos Aires, rechazó la propuesta matrimonial de un marajá, fue prohibida, venerada, ofendida. Y un día, harta de la frivolidad y ciertos manejos, decidió retirarse.
-¿Qué fue lo que pasó?
-En realidad, existieron un par de situaciones oscuras que me hicieron replantear la carrera. Hace muchísimos años me prohibió el gobierno de facto de Onganía. ¡Por inmoral! Supuestamente se me veían mucho los pechos con un traje de baño entero, color azul. Y en la época de Malvinas fue la gota que colmó el vaso. Ocurrió un episodio muy feo que fue bisagra. Yo, antes de instalarme en España, había hecho una producción fotográfica, con curaduría de Renata Schussheim, para una revista. Desde ya, una delicadeza. No salió en su momento, pasó el tiempo y apareció publicada en la edición que relataba la guerra. Un horror, porque en la tapa estaban todos esos pobres chiquitos, semejante drama, y después aparecía yo, en un contexto que no tenía nada que ver.
-Y fuiste señalada...
-De golpe, me transformé en una vendepatria, porque no salí a gritar o a no sé qué. Esas cosas extremas que tiene el país desde siempre. Fue un momento tristísimo para mí, porque yo sufrí mucho por esas madres. Mi patria en guerra, de pronto por falta de criterio −nunca pensé que fue mala intención− me hacen eso. Y me harté. Al tiempo me instalé en el campo y no volví. En este medio es así: cuando te vas, te vas. Dejás el espacio y los tipos, cuando ven el vacío, lo copan. Muy simple. Sucede lo mismo que con una casa vacía.
-Sin embargo, no habrá sido fácil reemplazarte. Durante dos décadas fuiste la imagen de decenas de marcas y ni qué hablar lo que significó el dúo con el Nono Pugliese, recorriendo el mundo.
-Pero ya había hecho todo; podía permitirme parar. Cuando yo empecé solo estaba Pinky. Ni siquiera había empezado Chunchuna Villafañe. Ella, mi querida amiga, además tan bella e inteligente, apareció un poco después. Yo vendía los productos en vivo después de los programas. Y luego, lo que armamos con el Nono fue algo impresionante. Fuimos los creadores del videoclip y nuestra sociedad −porque éramos pareja y también socios− hizo historia en el mundo de la publicidad.
-Además hiciste cine, tu gran pasión.
-Es que soy actriz, y me considero buena. Fui alumna del gran actor y dramaturgo Juan Carlos Gené, que siempre me ponderó. Hice algunos films, entre ellos Circe [de Manuel Antín, protagonizada por Graciela Borges, basada en un cuento de Julio Cortázar], pero después el tema de la publicidad me desvió el camino. Bueno, en realidad me desvié yo solita porque era lo que dejaba plata. Pero me encantaría volver a actuar. Si me llamaran ahora, lo haría feliz.
-¿Seguís reciclando y vendiendo casas?
-Sí, claro. Es mi otra pasión junto con el arte. Normalmente, los domingos voy a La Boca a comer a la casa de mi amigo Juan Stoppani, gran artista plástico, escultor y escenógrafo. En el grupo somos todos artistas. Ese es el mundo que me interesa. Soy una mujer disfrutadora y estética. Me encanta cocinar, comer rico, transformar espacios.
-¿Cómo fue que tu nieto mayor, Francisco Pugliese, decidió volver de Los Ángeles e instalarse con vos?
-¡No! Me hace gracia que crean eso. Vive a cuatro cuadras. Lo que pasa es que nos ven juntos por el barrio. Es tan espléndido que no pasamos inadvertidos. A veces me llama y me dice: " Claudia, ¿estás para un desayuno?” Y por supuesto siempre estoy. El vivía en Estados Unidos con los Pugliese, pero decidió venir a estudiar a la Argentina. Ganó una beca, le gusta la economía.
-¿Es cierto que después de la trágica muerte del Nono Pugliese volviste con tu primer marido?
-¡Pero no! Para mí fue muy difícil estar con otro hombre después de él. Armando Sánchez, mi primer marido y padre de mi hija Candela, fue un gran sostén. Nunca dejamos de ser amigos y querernos. Es más, pocos saben que mi verdadero apellido es Peternolli. ¡Muy italiana! Me puse el Sánchez por él y quedó para siempre. Nunca volvimos amorosamente, sucede que estábamos solos y nos acompañamos. Porque fue un tipo extraordinario. Murió hace unos diez años. Un golpe muy fuerte, terrible.
-Cuando sucedió lo del Nono tuviste un país entero buscando tus declaraciones, queriendo saber más. ¿Estaban separados o separándose?
-Ni una cosa ni la otra, porque lo nuestro fueron veintiocho años de amor sin papeles. Eramos indestructibles. No es que él me engañaba y yo no sabía. ¡Pero por favor! Siempre cuento esto. Cuando era chica, me encantaba el dulce de leche que llegaba a casa en unos tarros enormes, descomunales. Lo comía a cucharadas y una vecina le decía a mi madre: le va a hacer mal, se va a empachar. Y ella le contestaba que bueno, que tenía que hacer la experiencia. Efectivamente, una vez me empaché y después me torné mesurada. Por lo tanto, con el Nono hice lo mismo. Llegó un punto en el que me acordé de mamá y le dije: “¿Por qué no te sacás un ticket, te empachás y después volvés?¡ Mirá si vamos a romper lo nuestro con todo lo que nos amamos!”.
-¿Vos también fuiste infiel?
-Siempre hice mis cosas, porque soy un alma libre. Pero considero que la infidelidad es cuando engañás. Y yo nunca engañé. ¡Pero cómo lo iba a engañar al Nono! Todos tuvimos otros amores, pero engañar es diferente.
-¿Cómo te cae la palabra poliamor?
-Una estupidez. Pero, por favor... A mí me dan risa. Nadie inventó nada. Es como decir “descubrí el dulce de leche”. En el pasado todos se morían prolijos con alguna amante. Pero ahora es imposible, porque la gente vive hasta los cien años.
-Tenés sangre italiana, pero no se te ve muy dramática...
-Sufrí la muerte de mis dos compañeros de vida, un huracán me voló la casa en Saint Thomas (donde vive mi hija Candela y familia), me estafaron, tuve un cáncer y en plena cuarentena me sacaron un pedacito de pulmón. ¿Pero sabés qué? Los amigos del Nono que me estafaron están todos muertos y yo estoy acá tomando champán. El me decía que no lo iba a ver viejo. Tuvo razón. Y también tuvo suerte, porque no vivió nada de esto. Te dejo el quilombo, habrá dicho. Y partió.
-¿Con qué herramientas lograste superar todo esto?
-En su momento, los quilombos económicos me distrajeron mucho. Era como estar en un ring. Un golpe de acá, un golpe de allá. Iba atajando penales. No tengo odio y me sobra el humor. ¿Amores? Tuve a rolete, pero ahora colecciono amigos. Yo nunca descarto nada. Estoy convencida de que la mujer, después de los cincuenta años, se pone fantástica. Mucho mejor que el hombre, aunque el marketing diga lo contrario.
-Interesante...
-La mujer se libera cuando se le va la regla. Ya no hay reglas y florece sexualmente. En cambio, el hombre sufre mucho más. Generalmente, cuando el hijo mayor se va de la casa aparece la confusión. Algunos se van con otra mina, otros se quedan con el amigo y están los que empiezan a jugar al papá. Ay....pero no me quiero meter con eso.
-¿Por qué? El tema está más vigente que nunca.
-Es que me parece un acto de egoísmo. Traer un hijo al mundo es algo muy serio. Y lo digo para ambos sexos. Yo sé que una mujer, embarazándose a los cuarenta y seis o cincuenta años, inexorablemente se siente rejuvenecida. Más allá del deseo y el amor, por supuesto. El encontrarse con las madres del colegio seguramente mucho menores, toda esa etapa tan fresca. Y está todo bien..., aunque siempre la verdad está. Con respecto a los padres abuelos, qué decir. Tener un hijo a los ochenta me obliga a pensar en cuestiones meramente económicas. Aparte, yo tengo un problema estético muy grande. No me gusta verlos en ese rol.
-¿Te considerás feminista?
-Soy tremendamente femenina. Amo a los hombres por empezar. Así que siempre digo que soy hombreriera. Toda mi vida fui infinitamente libre, porque creo que uno nunca sabe dónde va a saltar la piel. A las chicas del pañuelo verde las respeto, pero también me gustaría verlas defendiendo otras causas injustas, o tremendas, como fue lo de Formosa. Yo no necesito encajar en nada. El Día de la mujer, por ejemplo, me parece humillante. Como el Día del animal. O del árbol. Aunque el del árbol lo entiendo. Papá decía que los chicos, además de saber cuándo nació San Martín, deberían saber qué árbol hay en su escuela.
-Igual, se puede ser feminista y amar a los hombres...
-A mí me molestan los rótulos y puedo hablar con autoridad, porque tengo muchos años. Entiendo que no todas somos iguales y desde ya apoyo la lucha por los derechos. Pero también me dan ganas de contar que yo siempre tuve mucha suerte con los hombres. Y que generalmente siempre la mala fui yo. O los planté o les mentí. Y ellos siempre me perdonaron.
-¿Cómo fue la historia del marajá que intentó conquistarte?
-Conquista es otra palabra clave en mi vida. Yo soy conquistadora nata, a mí nadie jamás me conquistó. Pero lo del Maharajá de Baroda, más que conquista, fue una locura. Me conoció en el ascensor del hotel The Dorchester, en Londres, y me pidió matrimonio por escrito. Yo había subido a las corridas por un chal porque estaba fresco. Me vio, averiguó quién era con la complicidad de los recepcionistas, e hizo la propuesta. Lo que nos hemos reído con el Nono.
-¿Manejar un Rolls Royce por Buenos Aires fue sofisticación, capricho, fetiche o qué?
-Nada de eso. Amo los autos y se dio. Todo en ese entonces se daba con naturalidad. Y hasta parecía normal. El auto había pertenecido a la embajada de Gran Bretaña y yo lo compré en un remate. Lo hice simplemente para disfrutarlo. Recuerdo que estaba blindado; era pesadísimo. Y lo usaba para ir al súper, a comprar huevos.
-Entre tus originalidades está aquello de no haber pasado por el quirófano. Belleza natural, que hoy no abunda.
-No me gusta y creo que es de mujer inteligente aprender a aceptarse. Ya no tengo los dientes separados de mi juventud, porque con los años todo se mueve. Pero asumo una buena genética. Las arrugas están y los kilos también. Es porque disfruto. Solo una vez, después de haber visto a Moria Casán en televisión hablando de su médico, me atreví a una consulta.
-¡El polémico método ortomolecular!
-Bueno, no sé. Fuimos con mi hija y de golpe nos estaban poniendo un suero. Cuando se lo conté a un doctor amigo me sacó corriendo. Al tiempo volví y creo que me encontró gorda, porque me dijo que debía alimentarme a lechuga. Nunca más pisé. Yo soy muy feliz comiendo.
-¿Sos buena en la cocina?
-Sí, herencia de mi madre, Aurora, que estudió en Le Cordon Bleu.
-¿Cuál es tu hit?
-Estoy haciendo muchas mousses saladas. De ricota, de zapallo. Cada vez cocino menos carnes, porque me da asco entrar a las carnicerías. Ahora, que estoy sola y encuarentenada, soy feliz con una tostada que froto con ajo, un poco de palta, huevo poché y alguna burrata. Hago remolachas con yogurt y menta, ensaladas de lentejas a la leonesa con un poco de mostaza y cebolla. Sushi no como en Argentina, porque generalmente hacen unos bodoques repletos de queso crema. Aprendí a comerlo en Los Ángeles, con pescados fresquísimos y variados, sin aderezos o rellenos inapropiados. Por lo tanto, doy fe de que lo que se come acá no es sushi. Amo el mundo de la gastronomía.
-¿Irías a Masterchef Celebrity?
-Creo que me animaría, ¿por qué no? Si lo miro y me divierto muchísimo.
-¿Cómo estás llevando la cuarentena, el aislamiento, esta nueva vida?
-Con mucha responsabilidad y sin fastidio, ya que no tengo derecho a quejarme. Tuve una cirugía delicada; por lo tanto, debo cuidarme. Además del epoc, que arrastro hace varios años. Nos preguntábamos si íbamos a salir mejores de la cuarentena y ahora tenemos la respuesta: peores. Estamos más desunidos que nunca, peleando por todos los temas. Y a mí me duele, porque soy muy patriota. Yo elegí vivir en mi país pudiendo estar en cualquier otra parte. Me instalé en varios lugares, principalmente en Uruguay, donde tengo la residencia, todo en orden. Pero acá estoy. A pesar del odio, de la desilusión, me quedo.
-Justo cuando muchos se van, decidís quedarte.
-Adoro Colonia y José Ignacio. Todos los veranos estamos ahí juntos, porque con mis hijos tenemos unas casas. He vivido del otro lado del charco y les tengo un gran cariño a los uruguayos. Pero es muy fácil decir que todo es una belleza, o perfecto, cuando no vivís lo cotidiano del lugar. Yo allá tenía casa, auto, carnets, todo. Hasta que en un momento necesité estar acá. Le podría hablar bastante más a la gente que recién se instala, pero bueno, cada uno deberá hacer su experiencia.
-¿Cómo es un día en tu vida?
-Te digo lo que hago y luego lo que debería. En principio, disfruto. Hablo todos los días con mis hijos, nietos y amigos queridos. Salgo a hacer compras con todos los cuidados del mundo y charlo con la gente porque me encanta. Me sé el nombre de todos los perros de mis vecinos y de cada portero. Siento que cada vez estoy más urbana y suscribo a la frase de mi adorado Clorindo Testa: cruzo Pueyrredón y ya me da nostalgia. Ahora vayamos a lo que debería hacer, que es natación, por mis pulmones. Y no lo hago. Lo estoy postergando y eso está mal.
-¿A qué le tenés miedo?
-Me di cuenta de que a pocas cosas. Coincido con el filósofo budista Daisaku Ikeda, que escribió: el miedo es el infierno; el coraje la alegría. Cuando hace cinco años me dijeron lo del cáncer de mama, por supuesto acepté operarme, pero me negué a los tratamientos. Si tuviera cuarenta o cincuenta años, no me hubiera quedado en esa postura, pero ya soy una señora con una gran vida vivida. Preferí entregarme al tiempo y los controles. Confiar. Pero tuve otro susto el año pasado, cuando recién empezaba la pandemia. Salió algo en el pulmón, muy pequeño, y era importante operarlo. Así que, de nuevo al quirófano. Recuerdo que estaba en terapia y escuché a una enfermera comentar que había cuatro internados con Covid-19 en el quinto piso. Me volví loca. Por suerte, enseguida me dieron el alta, pero me dio miedo.
-Vos te cansaste de vender lujo y un modo de vida, siempre ligado al disfrute, la belleza, el glam. ¿Qué ves cuando te sentás frente al televisor y aparecen los PNT, los chivos, las mopas?
-Que a mí me tocó una época y ahora es otra historia. Nosotros viajábamos con toda la pompa, empleados, teníamos una cámara en la nuca. Y ahora mi hijo, que es un publicista muy exitoso, hace maravillas vía Zoom, con una computadora. Con respecto a la televisión, noto mucha cosa berreta. Las historias, los chismes, los personajes. Todo nivela para abajo. Por eso pongo el canal Europa Europa. Nunca en la vida consumí Tinelli, por ejemplo. Ni siquiera para verla a Moria, que me encanta.
-¿Son amigas?
-No, ni siquiera nos conocemos. Pero me parece una tipa auténticamente libre. Un día dice una cosa y al otro día, otra. Bueno, creo que en eso está la libertad. Porque si no, te transformás en una fanática.
-¿Y Susana?
-Es amorosa. Susana es Susana. Siempre se jugó por tipos que no la merecían.
-¿Quién sería la Claudia Sánchez de estos tiempos?
-Sin dudas, Juana Viale. Es uno de los personajes más libres del país. Yo la veo en José Ignacio, con un remerón deshilachado y los chicos colgando. Tiene un salvajismo y una autenticidad únicos. Creo que no hay otra más linda y original. Además lo bien que lleva el programa de la abuela. No me la pierdo. Adoro la belleza que pasa desapercibida.
-¿Qué te indigna?
-Ya no me indigno, si no que me entristezco cuando veo esos familiones tirados en la calle, con un perro, los chicos. Mi vida es muy linda y me choca ver en qué nos estamos convirtiendo. Y no hablo de nadie en especial. Porque estuvimos con un Macri que se la pasó hablando de Cristina y ahora estamos con un Alberto que no para de mencionar a Macri. Me da mucha pena que todo se politice, incluso las vacunas. Me duele mucho la pobreza en un mundo donde hay tanta cosa. Y en este país. No quiero caer en eso de que ponés un dedo y sale un girasol, ¿pero por qué no les enseñan a tener una huerta? No creo en los impuestazos, que no vemos adónde van. Hay que hacer saneamientos, transformar el veneno partidocrático en medicina social. Igual, sí, hay algo que me indigna, y es el fanatismo.
-¿Cómo reaccionás ante eso?
-Pido que se callen. No permito que digan barbaridades. Yo no tengo absolutamente nada que ver con una Cristina Kirchner, pero la verdad me molestaba cuando algunas señoras le decían la yegua. Es una falta de respeto. Es feo. No se hace. Y tampoco me gusta todo eso que se arma en torno a una primera dama, sea quien sea. Si tiene buen look o no. Qué se yo. ¡Dejen vivir libre! Todo me parece una antigüedad.
-¿Te ofrecieron hacer política?
-No, y jamás lo hubiera aceptado. Pero cuando veo lo que veo me pongo loca, impotente. Soy muy de caminar y pararme, prestar atención. El tema de la droga es desesperante. Pero nunca los señalo ni mucho menos condeno. Creo que a esa gente drogarse es lo único que les queda. Para dormir rápido y evadir.
-¿Sufriste acoso alguna vez?
-Sí, claro. ¡Qué mujer no sufrió que le tocaran el traste en un colectivo! Yo iba a un colegio que quedaba lejos y cada tanto me pasaba. Recuerdo que me quedaba calladita, y no contaba nada. Todas esas situaciones siempre quedaron en mi mundo. Hoy todo cambió, pero en mi época no querías mortificar a tus padres. Puede parecer horrible, pero era así.
-¿Creés en el poder del deseo?
-Por supuesto, el deseo es el motor. Después es cuestión de apuntar y trabajar para lograrlo.
-Fuiste ícono coqueteando con los humos del cigarrillo de moda. Épocas en las que no estaba mal fumar. ¿Te costó dejarlo?
-La gente cree que me agarró el tema del epoc por el cigarrillo, pero no fue así. Nunca fui una gran fumadora. Tengo neumonías desde chica. Por eso estoy cuidadosa y tan guardada para mi gusto. Por suerte, ya me dieron la primera dosis. Estoy vacunada y eso alivia bastante.
-¿Qué querés que suceda hoy?
-Excepto la salud y el bienestar familiar, ya no tengo grandes deseos personales. Agradezco lo que hay, que es mucho. Y pido para los demás. ¿Qué voy a querer, un novio? Pero no... Tengo amigos fabulosos con los que, excepto cama, compartimos todo. Hace tiempo que no se me cruza alguien que me haga vibrar.