“Brillar por su ausencia”, “estar en Babia” y el origen de más frases con origen histórico
Historiador, escritor y docente, Charlie López es un estudioso de las citas que se volvieron populares y explica su origen
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“Brillar por su ausencia”, “estar en Babia” o “no hay moros en la costa” son frases que se escuchan, se repiten y, de tanto circular, se volvieron populares. Si bien es conocido por todos el significado que se les asigna, es prácticamente desconocido su origen, vinculado a personajes que han tenido relevancia en la historia.
Hay muchas frases más que tienen una formación similar. El historiador, escritor y docente Charlie López, autor de Detrás de las palabras -su primer libro publicado en 1993- y Somos lo que decimos -que ya va por la sexta edición y lleva vendidos alrededor de diez mil ejemplares, explica de dónde proviene cada una.
En la próxima Feria del Libro se presentará su nuevo título, De dónde vienen, en el que explica el origen de 250 dichos y en un apéndice estudia la procedencia de las malas palabras. En su cuenta @charlielopezok es posible encontrar la explicación de las frases populares que hoy más se usan.
Las frases relacionados con grandes filósofos, escritores, artistas famosos, personajes históricos y acontecimientos únicos son más populares y tienen más chances de sobrevivir
Algunas aparecen y, hoy se podría decir, se vuelven virales. Por supuesto, esto no sucede con todas y, en algunos casos, cobra relevancia quién las dijo. “Los dichos, al igual que las leyendas y los mitos, forman parte de la llamada literatura oral, es decir, la que se transmite de boca en boca y de padres a hijos, con la intención de resumir experiencias, formas de pensar o lecciones de vida”, detalla López.
Pero, ¿qué hace que algunas frases sobrevivan al paso del tiempo y a las generaciones que se suceden, por medio de la repetición? “Algunos dichos perduran en el tiempo gracias, entre otras cosas, al calibre del acontecimiento al que hacen referencia, a la rima que los hace fáciles de recordar y también a la importancia del personaje que les dio origen”, asegura el historiador.
Aquellos relacionados con grandes filósofos, escritores, artistas famosos, personajes históricos y acontecimientos únicos “serán más populares y, en consecuencia, tendrán muchas más chances de sobrevivir siempre y cuando la problemática, los hechos y las situaciones a los que hacen referencia se mantengan vigentes”.
En el caso de “brillar por su ausencia” hay que remontarse a los tiempos de la Antigua Roma, en los que Julio César era amo y señor de la República. La popular frase deriva de la costumbre de los antiguos romanos de exhibir, durante las ceremonias funerarias, los retratos de los antepasados y deudos del difunto, a título de homenaje.
“Cuenta el historiador Tácito que, en ocasión de los funerales de Junia, fue obvia la ausencia de las imágenes de su esposo Casio y de su hermano Brutus, ambos asesinos de Julio César”, narra Charlie López. No obstante, para que la frase que derivaría de tal hecho histórico se volviera popular, hubo que esperar varios siglos.
“Las palabras de Tácito, para referirse a este hecho, traducidas muchos siglos después como “brillaron por su ausencia” recién se hicieron populares a mediados del siglo XVIII, para señalar con ironía que alguien no se encuentra en el lugar donde se espera o donde debería estar”, sostiene.
En cambio, para conocer el por qué de “estar en Babia” es necesario trasladarse a España, a una localidad de la provincia de León, cerca del límite con Asturias, llamada Babia. Y, además, ubicarse en la Edad Media.
Entonces, allí “abundaban las praderas verdes, los ríos de agua cristalina y, en particular, la buena caza. Los reyes de León solían refugiarse en esta suerte de paraíso natural para alejarse, aunque más no fuese de manera temporaria, de los complicados problemas de la corte y de las estresantes intrigas palaciegas”, describe y pone en contexto el escritor y docente.
Y explica que “el rey está en Babia era la respuesta habitual que se les daba a los súbditos que preguntaban sobre el paradero del monarca. Esta respuesta, más que una referencia geográfica, encerraba la idea de que, desde esa distancia y aislado de la realidad, no podía resolver ningún tipo de problemas. Hoy se la utiliza para identificar a los que se distraen o se encuentran ajenos o distantes de lo que son sus verdaderas obligaciones”, detalla.
Otra es la historia de “moros en la costa” y tiene que ver la zona mediterránea de España, entre Valencia y Murcia, en la época anterior a la expulsión de los moros en el siglo XV, por los Reyes Católicos. Esa región “era continuamente atacada por piratas berberiscos, que habitaban el noroeste de África. Estos saqueaban, destruían todo a su paso y tomaban rehenes, por los cuales pedían rescate.
La constante preocupación de los pobladores del levante español, como se conoce a esta zona de la península Ibérica, alentó, en su momento, la construcción de numerosas torres sobre la costa, desde las cuales, ni bien divisaban velas enemigas en el horizonte, los centinelas advertían a viva voz la presencia de los invasores.
¡Hay moros en la costa!, gritaban. Este aviso era reforzado por el encendido de antorchas y por el redoble de campanas, que alertaban a la población del peligro y permitía organizar la defensa”, narra López. La frase corrió desde entonces hasta hoy. En el presente “se la utiliza para señalar la presencia de alguien que representa algún tipo de peligro o que no debe escuchar comentarios o conversaciones”, explica.
Mucho más cerca en el tiempo, “costar un ojo de la cara” proviene de los tiempos de la conquista de América “o Las Indias, como se llamaba en ese momento”, aclara López. El modismo tiene que ver con “el percance sufrido por don Diego de Almagro (ca. 1475-1538), súbdito de Carlos I (1500-1558), quien, durante la toma de una fortaleza inca, perdió uno de sus ojos por el impacto de una flecha”.
Tiempo después, al regresar a España y ser recibido y felicitado por el rey, don Diego le habría dicho al monarca, sin pelos en la lengua, las siguientes palabras: “El negocio de defender los intereses de la corona me ha costado un ojo de la cara”, apunta el historiador. La expresión pasó a la historia y su uso es habitual en el lenguaje coloquial. “Todavía la usamos para referirnos a lo que resulta muy caro o nos cuesta mucho trabajo y sacrificio conseguir”, añade.
“El que se fue a Sevilla, perdió su silla” es un clásico entre las frases populares, que se repite una y otra vez ya desde la infancia. Su historia arranca en España, en el siglo XV, cuando reinaba Enrique IV de Castilla. “El arzobispo de Sevilla, don Alfonso de Fonseca (1418-1473) viajó a Galicia para ordenar esa diócesis. En su lugar quedó su sobrino, el arzobispo de Santiago de Compostela, quien, al regreso de su tío, se negó a devolverle la sede sevillana”.
“Don Alfonso de Fonseca finalmente la recuperó gracias a un mandamiento papal y con ayuda de la corona. De ahí la frase “quien se fue a Sevilla perdió su silla”, que originalmente parece haber sido quien se fue de Sevilla perdió su silla, para describir situaciones en las que se pierden privilegios o posesiones por haberlos abandonado momentáneamente”, acota López.
La ciudad de París es también el escenario de una historia que se volvió frase. “París bien vale una misa” resuena hasta nuestros días, aunque no todos conocen cómo se formó. Sucedió en el siglo XVI, cuando Enrique de Navarra iba a acceder al trono para convertirse en Enrique IV. “Las guerras de religión enfrentaron a protestantes -o hugonotes- y católicos, entre 1592 y 1598.
Enrique IV, también conocido como Enrique de Navarra, legítimo heredero al trono de Francia, no podía acceder al mismo por ser protestante. De ahí que, según la mayoría de los historiadores, el 25 de julio de 1596 pronunciara la famosa frase “París bien vale una misa”, para hacer saber su decisión de convertirse al catolicismo y así poder reinar”, cuenta Charlie López. De tan famoso personaje, la expresión se sigue repitiendo hasta el día de hoy “para describir situaciones en las que conviene ser práctico y renunciar a algo valioso con tal de conseguir lo que se desea”, menciona el profesor.
Mucho más específica, pero igualmente popular, la expresión “Baño María” la entienden no sólo aquellos que están relacionados con el mundo gastronómico. Se trata de un método que se emplea para calentar sustancias líquidas o sólidas.
“La inventora del “Baño María” fue la alquimista conocida como María la Hebrea, María la Judía o María la Profetisa, quien vivió en Alejandría, aproximadamente en el siglo II de nuestra era. Zósimo de Panópolis, alquimista egipcio que vivió en el siglo VI, la cita repetidamente en su tratado de alquimia que todavía se conserva en la Biblioteca Nacional de París. A pesar de la antigüedad del invento, recién en el siglo XIV el médico español Arnau de Vilanova (1240-1311) acuñó el nombre por el que todos lo conocemos”, relata López.
Mucho más acá en tiempo y espacio, “Andá a cantarle a Gardel” es tan argentina como el dulce de leche y tiene que ver con el cantante y compositor argentino, también conocido como el zorzal criollo.“Carlos Gardel murió el 24 de junio de 1935, cuando el avión que lo transportaba desde Medellín para una gira por Centroamérica se estrelló al despegar. Con la autorización de su madre, Berta Gardés (1865-1943), en ese momento en Francia comenzaron los trámites en Buenos Aires para que se lo enterrara en la Argentina y erigir un mausoleo en su honor”.
“El mausoleo de Gardel que, aún hoy es objeto de veneración, rápidamente se convirtió en un reducto de cantores aficionados e imitadores que le rendían homenaje, interpretando sus más grandes éxitos. De ahí el origen de esta frase que todavía usamos para amonestar a los arrogantes, para manifestar incredulidad o para alejar a los que intentan embaucarnos“, describe el historiador.