Biotecnología en el Microcentro: las oficinas vacías que se transforman en laboratorios de última generación
La mudanza de startups de biotecnología a la zona de la ciudad más afectada por la pandemia crean un polo científico inesperado junto a la city
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Maipú al 900, Microcentro porteño en una semana de verano. Casi no hay gente en la calle por el calor, la mitad de los locales están cerrados; en venta o en alquiler. Dos edificios enteros están vacíos y tienen la entrada tapiada con cemento y carteles de publicidad. Al lado de un garaje, una boutique de ropa anuncia su liquidación total por cierre. Nada muy distinto de otras cuadras de una zona que vivía de las oficinas y quedó sumamente golpeada por la pandemia, cuando el trabajo presencial de las empresas y bancos nunca terminó de volver a los niveles pre-Covid.
Pero en esta escena hay algunos detalles distintos, fuera del contexto general de la zona. En el bar de mitad de cuadra, Trippin, que hasta hace poco frecuentaban ejecutivos de traje del sector financiero, ahora se ven mesas con científicos de guardapolvo blanco y termo de mate, conversando. Se toman un recreo de su trabajo en los dos edificios (uno al lado y otro, enfrente), donde ya hay tres startups de biotecnología de punta trabajando en laboratorios de última generación. Emplean a biólogos moleculares, expertos en inteligencia artificial, en química analítica, en óptica, en sistemas complejos, en diseño industrial y muchas disciplinas más. En plantas amplias que estuvieron vacías durante buena parte de la pandemia.
“Nos vinimos para acá por dos motivos principales: costos de alquiler competitivos para los espacios grandes que requiere esta actividad y, fundamentalmente, estar cerca de otros jugadores del rubro, para compartir equipos que son carísimos y poder tener conversaciones fructíferas con colegas de otros emprendimientos”, cuenta la bióloga Marina Simián, una de las últimas en mudarse al Microcentro. Simián es CEO y cofundadora de Oncoliq, una firma que se dedica a desarrollar tests para detectar tumores en fases iniciales, gracias al análisis de ARN y al uso de inteligencia artificial.
Oncoliq está unos pisos más arriba que Limay Biosciences, una empresa que busca descentralizar el acceso al testeo molecular para la industria de la salud y de la alimentación, principalmente. “Aquí tenemos buenos accesos para los investigadores que llegan desde el sur o el norte. La plaza San Martín se puso muy linda y hay buena oferta gastronómica y de bares para pelotear ideas nuevas”, dice Dolores González Morón, CSO (jefa científica) de Limay.
Y hay más iniciativas del rubro biotecnológico en esta migración espontánea al lugar menos esperado: el Microcentro porteño. Ciencias de la vida para reverdecer un lugar que se venía agrietando por la falta de actividad. Parte de un sector que explotó en el último año en el mundo, y en la Argentina: de las 20 startups que había en la asociación que las agrupa en 2020 hoy son casi 80: un 300% de aumento en dos años, con un crecimiento logrado en plena pandemia y a pesar de la crisis económica, según datos de la Cámara de Empresas de Biotecnología local.
“Este entorno de colaboración es atípico, porque la industria biotecnológica, y especialmente los grandes laboratorios, siempre se movieron, por la propia dinámica de un negocio basado en las patentes y la propiedad intelectual, en un contexto de secretismo y muy baja interacción”, cuenta a la nacion revista Juan Francisco Yuyo Llamazares Vegh, fundador y CEO de Stämm, la empresa pionera en esta movida: fueron los primeros del rubro en mudarse al Microcentro y hoy llenaron de laboratorios de alta seguridad varios pisos de dos edificios viejos de Maipú al 900, a metros del tradicional Hotel Dorá y vecinos a la embajada de Portugal.
Llamazares creó Stämm junto con su primo Federico D’Alvia Vegh hace una década. Su impulso inicial era poder fabricar levadura de cerveza a escala en Latinoamérica (su abuelo era cervecero, así que de alguna manera son tercera generación de biotecnólogos), pero pronto la firma puso el foco en lograr soluciones de bio-fabricación que sean fáciles y escalables.
La escala es el Santo Grial de la biotecnología, porque es muy difícil repetir condiciones iniciales similares en la producción de moléculas en laboratorios. Luego de una primera etapa fondeada por GridX, en marzo de 2022 anunciaron que lograron una inversión de 17 millones de dólares (una cifra altísima para este sector emergente) en una ronda de Serie A, con la cual compraron nuevas máquinas y ampliaron su equipo a las 160 personas que son en la actualidad.
Esta nueva lógica de colaboración a la que alude Llamazares se da más naturalmente en grandes ciudades. “Un 80 por ciento de las biólogas y biólogos que trabajan en ciencias de la vida están en Buenos Aires y alrededores, y la verdad es que faltan espacios para poder desarrollar nuevos proyectos”, dice Alejandrina Vendrell, doctora en Ciencias Biológicas y creadora de Loci Labs, el primer co-working para biotecnología de Latinoamérica, que funciona en dos plantas de un viejo edificio en la avenida Corrientes y San Martín, en plena City porteña y a pocas cuadras de Stämm, Limay y Oncoliq. “En este rubro no podés trabajar en tu casa, como sucede en la economía de la información, por ejemplo; hay que hacerlo en condiciones más costosas y muy reguladas. Durante la pandemia los precios del alquiler en esta zona se derrumbaron más del 50 por ciento. Pero lo central es la interacción única que se da en la zona entre gente de negocios y de la ciencia, que es un eslabón con mucho potencial de crecimiento”, continúa Vendrell, que a mediados de enero recibió a la primera startup que decidió instalarse en su espacio de 800 metros. “Vincular el mundo financiero con la biotecnología también nos parecía estratégico y eso influyó en la elección del Microcentro –agrega la creadora de Loci Labs–. Y que fuera un punto equidistante, o al menos accesible, de la gente que está en el sur, el norte y el oeste”.
Eurekas colaborativas
En su best-seller sobre creatividad ¿De dónde vienen las buenas ideas?, el divulgador Steven Johnson cita un estudio que concluye que el 90 por ciento de las ocurrencias exitosas surgen de manera colaborativa. Que a veces son procesos más aburridos de contar, y por eso en la narrativa de la innovación se suelen privilegiar las historias de momentos Eureka individuales.
En otro libro clásico del rubro, El efecto Medici, Frans Johansson cuenta cómo el campo más fértil para la creatividad se da en los terrenos de intersección de distintas ideas y disciplinas, como ocurrió con la explosión artística del renacimiento en la corte de los Medici en Italia. O como, siglos después, sucedió con la Revolución Industrial, cuyas principales invenciones se gestaron en los nuevos cafés que surgieron en las capitales europeas en el siglo XVIII. Allí por fín podía darse una colaboración creativa que antes de los cafés no existía, porque en los bares se tomaba alcohol (el agua traía todo tipo de enfermedades).
“Las grandes ciudades con las que comienza el proceso definitivo de urbanización tienen una estructura acorde a la Revolución Industrial”, cuenta Álvaro García Resta, titular de las cátedras de Planeamiento Urbano de la UBA y de la Universidad Di Tella y secretario de esa cartera en la Ciudad de Buenos Aires. “El centro, la fábrica, los trenes, la logística, los barrios en los alrededores: todo se construyó con la lógica de este proceso económico que se disparó en el siglo XIX. Con la revolución en tecnologías de la información y otros cambios que estamos viviendo ahora, se profundiza esta preferencia por vivir en las ciudades, que son las que proveen servicios de alto valor agregado, pero la estructura puede mutar, porque el conocimiento no ocupa espacio”, agrega.
Con la pandemia se consolidó, como sinónimo de urbe sana, el concepto de ciudad de 15 minutos, cuyo principal impulsor es el urbanista colombiano-francés Carlos Moreno, profesor de La Sorbona y asesor de la Alcaldía de París. La idea es reducir la necesidad de viajes largos y que todo quede cerca, a distancia caminable o con vehículos no motorizados. En una reciente visita a la Argentina, Moreno sostuvo que “Buenos Aires necesita transformarse para regenerarse”.
Este enfoque implica mixturar la ciudad: que haya un poco de todo en todos lados. Por eso hay incentivos impositivos para construir viviendas en el Microcentro, donde antes de la pandemia más del 70 por ciento del uso era para oficinas. Y por eso en el Parque de la Innovación que se está terminando donde antes estaba Tiro Federal, en Núñez, habrá empresas de tecnología, pero también un 65 por ciento de espacios verdes públicos y viviendas particulares, explica García Resta. Una lógica similar tuvo la planificación del Polo Tecnológico de Parque Patricios.
El surgimiento espontáneo de este cluster biotecnológico en ciernes en el Microcentro está en línea con esta mixturación, y le agrega un eje de diversidad a la zona. “Es paradójico: siempre se quiso acercar la Bolsa y el financiamiento a las startups de base científica y hubo poco interés, y ahora son los científicos los que se acercan a la City”, dice a la nacion revista el economista Fernando Peirano, que preside la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación.
A nivel global hay decenas de polos de innovación planificados, pero todavía muy pocos con perfil biotecnológico, dice Juan Soria, socio y COO del fondo de inversión en ciencias de la vida SF500. El caso más reciente y exitoso es el del centro de Oxford, en Inglaterra, donde la idea es construir 250 mil metros cuadrados de laboratorios y oficinas para empresas de biotech en etapa temprana.
“La llegada de este sector al Microcentro porteño es una señal también para los inversores: no solo hay oportunidades en el campo digital, como ocurre con los más de diez unicornios argentinos, sino que hay todo un mundo por descubrir, a nivel de negocios, en el territorio de las ciencias de la vida”, remarca Vendrell, de Loci Labs. Ella incluye también a los extranjeros: “Desde el punto de vista internacional, pensando en poner al país en un lugar donde se puede hacer biotecnología de manera más económica que en otros lados, el extranjero que no conoce nada del país toma dimensión rápidamente de dónde estamos, es fácil ubicarse y sabe que es un lugar súper importante. Los clientes que vienen de afuera lo aprecian mucho, es un valor agregado. En esta época pospandemia, el Microcentro se volvió muy turístico. No distinguís quién está trabajando y quién está paseando, porque es mucho más relajado este Microcentro que el anterior. Antes estaban todos caminando rápido y ahora vienen más relajados. Entonces es también un lugar más acogedor”. El lanzamiento oficial de Loci Labs será el 16 de marzo próximo.
“Una de las cosas que nos llamó la atención fue el cruce con gente de vestimenta muy distinta –agrega González Morón, de Limay–. La gente del laboratorio siempre fue muy informal al vestirse, pero el Microcentro mantiene cierta elegancia y ahora está la gente de las startups que, si puede, viene en ojotas. Es muy gracioso. Subís en el ascensor con gente de shorts, monopatín y musculosa al lado de otro pibe de camisa y corbata”. Ella destaca que el reciente desembarco fue muy positivo. “La zona está repleta de servicios y eso para nosotros es invaluable –continúa–. Es una actividad muy presencial la del laboratorio, entonces necesitamos tener accesibilidad para los distintos materiales y también para la oferta gastronómica, que se desarrolló un montón. Estamos rodeados de bares copados, con café de especialidad; bajamos y lo subimos a nuestra oficina para seguir laburando”.
La jefa científica de la empresa que facilita el acceso a testeos moleculares destaca la cantidad de metros cuadrados la cantidad de metros cuadrados disponibles, pero, sobre todo, el cambio de paradigma. “Para mí es muy importante que se tome conciencia de lo que está ocurriendo: más allá de la transformación del Microcentro, es una transformación en el país a partir del desarrollo de startups de biotecnología que buscan aportar tecnología de exportación. Sería muy importante que se fomenten distintas herramientas para facilitar todo este movimiento, desde el punto de vista de habilitaciones, leyes regulatorias, etcétera. Desde Limay estamos tratando de impulsar que otras empresas de tecnología también se instalen cerca de nosotros. De hecho, en nuestro espacio de trabajo reservamos una zona para incubar o para recibir alguna otra startup que se esté iniciando y necesite un lugar de despegue o de kick-off para instalarse”.
Alejandrina Vendrell, de Loci Labs, destaca la primera reunión que tuvo con uno sus (ahora) clientes, que evaluaba la posibilidad de instalarse en el espacio de co-working. “Eran tres personas y decidieron venir a la reunión en tres medios de transporte diferentes, para probar la accesibilidad: uno vino en bicicleta, otro en subte y el tercero, en auto. Y estaban los tres recontentos. El edificio tiene estacionamiento de bici y duchas. El que vino en subte llegó al toque. Y el que vino en auto, que viajaba desde La Plata, usó el estacionamiento que el edificio tiene enfrente.
Ella conocía bien el Microcentro y sabía disfrutarlo incluso cuando la vorágine era otra. “El director financiero de la empresa es mi marido, y nos conocemos de toda la vida. Desde siempre él está en el mundo financiero y trabajó en esas tres cuadras donde pasa todo, alrededor del Banco Central. Conoce todo perfectamente, lo bueno y lo malo. Y fue lo bueno lo que nos trajo acá. En ese entonces, por ejemplo, íbamos a almorzar al convento que está en la calle Reconquista, o salíamos al Museo Mitre para salir un rato de la vorágine del Microcentro, y era como estar de viaje en Europa. Después, volvíamos a trabajar. Eso es algo que nos propusimos retomar con los empleados, esas viejas costumbres”.
Un nuevo motor
Desde todo tipo de materiales creados en laboratorios hasta sistemas de inteligencia artificial que predicen la forma de todas las proteínas del cuerpo humano y de muchas otras especies animales y vegetales. Desde edición genética CRISPR (para muchos, el gran avance científico en lo que va del siglo) hasta proyectos de ciencia ficción como el de regenerar mamuts lanudos para luchar contra el cambio climático, una idea de la empresa Colossal que en 2022 recaudó 70 millones de dólares de inversores.
Así como las computadoras fueron el gran motor de transformación en los últimos 50 años, varios tecnólogos y futurólogos están convencidos de que las ciencias de la vida serán el actor protagónico de la película del cambio en las próximas décadas. Lo sostuvieron, entre otros, el fallecido Steve Jobs (fundador de Apple), el inversor Marc Andreessen y el cripto-millonario Vitalik Buterin, creador de Ethereum.
La Argentina cuenta con una oportunidad grande para subirse a este tren porque a nivel local hay biólogas y biólogos de primerísima línea, y porque se trata de un sector más intensivo en el uso de talento y no tanto del capital, como sucede con cuántica, inteligencia artificial u otras olas de transformación cuyo costo para estar en la frontera del conocimiento es muy alto, y por lo tanto termina siendo un juego de los países más ricos y de las big tech.
Una de las principales noticias de estos meses es que la empresa Moolec Science empezó a cotizar en Nasdaq. Es la primera vez que una biotech argentina del sector de la agricultura molecular (Molecular Farming) accede al mercado de capitales de manera directa
Hay científicos argentinos jugando en la Premier League global de este segmento. Como el microbiólogo Luciano Marraffini, uno de los inventores del Crispr, o Diego Miralles, CEO argentino de varias empresas multimillonarias de la costa Este de los Estados Unidos. Miralles, que reside en Boston y forma parte del directorio de pensamiento de SF500, dijo en una reciente visita a la Argentina que “el espacio biotech tiene mucho potencial de impacto, ayuda a mitigar el cambio climático, a que la gente viva mejor, a que haya mejores medicamentos y alimentos: es una industria con alma en ese sentido”.
Productos que siempre fueron abundantes, como la vainilla o el helio para que floten en el aire los globos, se están agotando, y la apuesta es fabricarlos a escala en laboratorios. Los bio-materiales, la interacción con la inteligencia artificial y la edición genética son, para la bióloga platense Valeria Bosio, las tres grandes avenidas de transformación en ciencias de la vida en el último año. No son compartimentos estancos y se combinan entre sí: China anunció meses atrás que pudo editar órganos de cerdos con IA, por ejemplo.
Bosio, investigadora del Conicet, de IFLP y profesora de la UNLP, también está coordinando la construcción de laboratorios en el Parque de la Innovación de Núñez. Está muy entusiasmada porque cree que por fin estamos más cerca de lograr escala en biotecnología, y cita como caso testigo a la empresa AMSilk, que consiguió producir 8 toneladas de una proteína de seda (hasta hace pocos años solo se lograban fabricar unos pocos gramos), para usos tan variados como la medicina o la ingeniería de materiales.
Y hay mil territorios más por disrumpir. Para la biotecnóloga Virginia González, “El papel de la biotecnología va a ser cada vez más importante para hacer frente a la crisis climática. Los microorganismos que han transformado la atmósfera a lo largo de la evolución del planeta tienen mucho para aportar. Hay varias empresas trabajando en el uso de microorganismos como solución para el secuestro de carbono, con el beneficio adicional del mejoramiento de los suelos y mejores rendimientos”. González está especializada en genética molecular y es confundadora de la startup de bio-informática Toyoko. Un dato: la biotecnología debe ser el sector económico que hoy tiene más mujeres en la Argentina, en proporción, en posiciones de liderazgo en las empresas.
“El futuro (cercano) de esta convergencia se completará cuando ensayemos in silico (en el espacio digital) biomoléculas para curar enfermedades y las produzcamos on demand, en escalas que van desde un solo paciente a millones en cualquier lugar del mundo”, dice Pablo González, biólogo y divulgador de la agenda científica desde El Gato y La Caja.
De hecho, sigue González, la transición de biotecnología a una tecnología digital abre un espacio de innovación vastísimo. “Lo que se está desarrollando son herramientas de innovación que habilitan más innovación, son máquinas de crear de segundo grado”, sostiene.
El límite es el infinito. Y dependerá, en alguna proporción, de esos encuentros casuales en cafés del Microcentro, de encuentros al azar entre personas de distintas disciplinas en una zona que en la pandemia fue un páramo y ahora comienza a ver algunos brotes reverdecidos.