Belle Époque Argentina: sombreros gigantes, autos eléctricos, menús en francés y el boom de la bicicleta
En su último libro, Daniel Balmaceda recorre los espléndidos años dorados, una época de prosperidad marcada por la llegada de la electricidad, la iinmigración y la amenaza del temible Cometa Halley
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“Si en otro momento me hablabas de la Belle Époque, pensaba solo en una época en blanco y negro, de muchas galeras, bigotes y exagerada elegancia –confiesa Daniel Balmaceda, autor del recientemente editado Historias de la Belle Époque Argentina (Sudamericana)–. Hoy, puedo decirte que me resulta un período inmensamente atractivo. El hombre, acompañado por los avances tecnológicos, comenzó a sentirse vencedor por sobre la naturaleza. Una época de cambios, enmarcada entre guerras [período comprendido entre 1871 y 1914], es decir, desde el final de guerra franco-prusiana hasta la Primera Guerra Mundial. El término se usó varios años después para evocar, con cierta nostalgia, la pausa entre dos cruentas guerras”.
En aquellos primeros años, la Argentina era gobernada por Domingo Faustino Sarmiento; Urquiza había sido asesinado en 1870 y en Buenos Aires comenzaban a disminuir los casos de fiebre amarilla. Este es el punto de partida que toma Balmaceda para repasar una época marcada por la producción y el consumo; la conciencia política y partidaria, el clima festivo y la desigualdad social. También fueron años en los que la mujer alzó su voz. “Para Argentina este era su primer brillo, esplendor, plagado de matices –apunta el autor–. Sentían que no estaban tan lejos de los avances, que no eran una ´aldea´ sino parte del desarrollo que se estaba dando en el mundo. Todo esto generó muchas expectativas para quienes vivieron aquella época. Llegó la electricidad, los tiempos se alargaron, aparecieron los parques, se instauró el ocio, los paseos, las diversiones, se generalizaron los deportes, la aparición de restaurantes, los chefs y los menús escritos en francés; los viajes, el turismo. El mundo se achicó por las revolución del transporte y las comunicaciones”.
La expectativa era enorme el domingo 17 de enero de 1878. Esa noche, a las 8:20, Carlos Cayol llamaría por teléfono a Fernando Neumann para hablarle, preguntarle, hacerlo cantar, aplaudir, silbar y anunciarle una novedad. De todo eso iba a tratar la primera llamada oficial en la Argentina. Hubo algunos ensayos previos en los que solo participaron los técnicos. En cambio, este llamado marcaría un antes y un después en el mundo de las comunicaciones. Todo el mérito les corresponde a Cayol y Neumann. Ambos especialistas habían trabajado en una versión local del teléfono presentado por Graham Bell —considerado el padre de la telefonía— dos años atrás. “Los dos aparatos eran de producción local –agrega Balmaceda al texto que aparece en su último libro – eran caseros y lo más curioso según, contó el diario La Prensa, el teléfono tenía la forma y el tamaño de una copa de champán”.
“Tuvo lugar el domingo esta fiesta de carácter científico, con un entusiasmo y un éxito dignos de la maravilla del siglo”, coronó el encuentro el medio argentino.
-En las páginas de Historias de la Belle Époque Argentina destacás la importancia que tuvo en aquellos años la creación de parques, de espacios verdes
-La fiebre amarilla fortaleció la idea de un espacio verde. Nuestros abuelos del 1800 lo llamaban “un paseo higiénico”. Pasear, ir a caminar por el verde, era todo un plan de salida. Encontrarse con otros, vestirse para la ocasión. Se trataba de un momento especial, de recreación, pero también de verse elegante, de hacer sociales. El Jardín Zoológico era uno de los grandes paseos de aquel tiempo. [En el año del Centenario, 1910, acudieron 1.401.449 personas].
Sarmiento, conocedor del Hyde Park londinense y, sobre todo, usuario del Central Park neoyorquino, tomó el desafío, como uno de los principales de su administración (gobernó entre 1868 y 1874), deseaba convertir el Palermo de Rosas en el principal parque de Buenos Aires. A sugerencia de Vicente López y Planes –el mismísimo –, se lo denominó con la fecha emblemática: 3 de Febrero. El sanjuanino quería que la inauguración fuera uno de sus últimos actos de gobierno. Pero no se hizo a tiempo. Demandó un año más de lo esperado y por fin el Parque 3 de Febrero, el pulmón verde de Palermo, iba a abrirse al público oficialmente durante la presidencia de Avellaneda. Contra viento, marea y también las críticas del periodismo.
-El disfrute de los espacios verdes también estuvo acompañado, tal como narrás, con la generalización de los deportes, sobre todo por la autonomía que ofrecía el ciclismo. De hecho, destacás que fue determinante y un gran cambio para las mujeres.
-Fueron tiempos en los que se le dio importancia a la recreación, de manera pasiva pero también a través de los deportes, el golf, ciclismo, se organizan carreras. Para las chicas, la bicicleta, además de ser un ejercicio representaba para ellas autonomía. Las miraban mal, es que en 1898 no estaba bien visto que una mujer saliera a andar a caballo sola por Palermo a lo “amazona” (montaban con las dos piernas del mismo lado), tampoco que se subiera a una bicicleta. Se cuestionó que el uso de la bicicleta fuera saludable para las mujeres.
Muchas ciclistas que montan una máquina de hombre, no cuidan de adaptar una silla apropiada a sus necesidades, es decir, con anchura suficiente para que les ofrezca un fuerte asiento. La Prensa reprodujo, el 3 de junio de 1898, un texto publicado originalmente en un medio parisino.
“La bicicleta le proporciono a las mujeres de la época autonomía porque amplió sus fronteras personales, no dependían de otros para moverse, para salir de paseo. Fue un gran cambio –apunta Balmaceda–. La moda, se adaptó a lo que se requería para montarse a la máquina, una larga falda-pantalón, similar a la que usaban para cabalgar.”
-Lo que ocurría en París, que era el centro del universo como bien señalás en el libro, llamaba la atención y la moda era un eslabón clave
-Se tenían muy presente las revistas de modas, las tendencias que se marcaban, los figurines. La moda tenía sus reglas y la principal referente en aquellos años era la baronesa Staffe, quien dictaba desde París las costumbres a seguir y sostenía: “Una moda para cada una y no para todas”.
Considerado como uno de los divulgadores de historia más importante de la Argentina, Daniel Balmaceda busca romper con lo que supuestamente se sabe, ya sea por lo que nos contaron en la escuela, en nuestras casas y escuchamos de nuestros abuelos. Su búsqueda es la de acercar la historia, de abrir puertas, llamar la atención y lo hizo abrazando aquella idea de Félix Luna: “cualquier objeto o cualquier situación es historia”. Por lo que sus libros se valen de cartas, diarios personales, memorias, noticias, curiosidades, detalles cotidianos. Eso es lo que uno encuentra en títulos como Historias inesperadas de la historia argentina, Romances de escritores argentinos, Estrellas del pasado, Qué tenían puesto, El apasionante origen de las palabras y Grandes historias de la cocina argentina, entre otros títulos. Historias de la Belle Époque Argentina, no es la excepción.
“Mamá se empeñaba siempre en que me peine con ese gran jopo postizo que se usa en la frente – reproduce Balmaceda lo que escribió Delfina Bunge en su diario en 1903–. Así es que ayer, con toda resignación, me senté para que mamá y Julia hicieran de las suyas en mi cabeza”.
“Las pelucas, los postizos, las bananas (rellenos de cabello que se colocaban a cada lado) formaban parte del glamour, eran aliadas cuando se quitaban los sombreros o un imprevisto los desacomodaba”.
En viaje, por ejemplo, o durante una estadía en el campo, o a orillas del mar, donde la mujer elegante no siempre está segura de encontrar quién la sepa peinar a su gusto, el postizo toma una importancia primordial. Vendía así la Casa Moussion sus productos.
-En el recorrido por el mundo de los postizos develás una noticia de impacto que publicó Caras y Caretas en 1908
-Las pelucas, los postizos, fueron furor. Se trataba de un gran negocio y la revista contó cómo funcionaba, de dónde salían esos rulos, bucles, flequillos y pelucas. Publicaron imágenes de la morgue, que era el principal proveedor.
-El clásico rodete tiene su propio capítulo
-Es que el uso del rodete tiene todo un significado en la Belle Époque. Mostrar la nuca no era para todas. Era un detalle, que marcaba el paso de niña a joven. El rodete te decía que podía ser invitada a un baile, que podía ser cortejada. La preparación del primer rodete se vivía como una especie de iniciación en el mundo de la adultez. Tenía un gran significado como cuando a los varones dejaban de usar los pantalones cortos y se ponían los largos. En la primera infancia se vestían sin diferencias de sexos. Ya en la época escolar, todavía no se habían implementado los uniformes escolares, tampoco el guardapolvo blanco que, es más bien del final de esta época, los chicos tenían cierta uniformidad en el uso de ropa de marineritos y marineritas. Una postal característica de la época.
El ocio, el disfrute tomó relevancia en la Buenos Aires de la Belle Époque. El 30 de agosto de 1874 se inauguró un magnífico jardín cervecero en Retiro. Un espacio para cerca de mil personas que podían degustar todas las variedades que ofrecía la firma de Emilio Bieckert. “Era un paseo obligado, se hacían conciertos los domingos y feriados –detalla Daniel Balmaceda-, era una especie de parque privado. Tenía sus propias sombrillas, era un lugar con pinos, palmeras, con distintos árboles, se había creado un espacio para los más chicos. Tenía una vista al Río de La Plata. Era algo genial. Y la cerveza era de calidad. Fue Bieckert el que también instaló la primera fábrica de hielo en el país.”
La frontera entre los siglos XIX y XX experimentó el contraste de tres cocinas: la criolla, la de los conventillos –donde convergían las cocineras polacas, turcas, italianas, rusas, inglesas, criollas, españolas, armenias, francesas, alemanas y siriolibanesas– y, del otro lado del espectro social, los banquetes con sus platos refinados que recurría al menú clásico francés de doce pasos. “La moda de los menús en francés, la comida en varios pasos fue una característica de la Belle Époque –aclara–. Podemos decir la ´universalidad´ de la gastronomía. En Buenos Aires tenías el mismo plato, con el mismo nombre que en Paris. Comenzó a cuidarse la presentación de cada plato, a tenerse en cuenta los nombres de ellos y los chefs.”
-Mencionaste los conventillos y la amplitud de sabores y cocinas. Esta fue una época de masiva inmigración
-Sin duda, es el tema más importante de todos porque marcó nuestra identidad. Hoy hablemos con esta tonada, por lo menos aquí en la ciudad de Buenos Aires, con este español más italianizado. No solo en cuanto a palabras se refiere, sino al tono. Y por supuesto, la herencia de las comidas está ligada a la migración, a las diversas tradiciones y a las combinaciones de cocineras de distintas nacionalidades. Fue la oleada migratoria más importante en la Argentina, llegaron miles y miles de personas en busca de un lugar mejor, en busca de trabajo, de prosperidad. Lo que generó una explosión demográfica y se necesitó de cambios para acompañar todo este crecimiento.
Uno de los grandes pasos a la modernidad se dio con la llegada, en 1903, de los primeros electromóviles a la Argentina. Se trataba de automóviles eléctricos, una alternativa frente a los que funcionaban con bencina, nafta o diésel. Disponían de una batería nada liviana que le permitía una autonomía de 65 kilómetros. Es decir que uno podía pasear, ida y vuelta, desde Recoleta hasta Tigre. “Eran pocos los automóviles que circulaban hasta 1906 –comenta Balmaceda–, ese año la Compañía Nacional de Carruajes anunció que incorporaría a la flota 64 electromóviles para funcionar como autos de alquiler”.
Desgraciadamente el nuevo servicio apareció en los diarios con una noticia que trajó discusiones varias. En Historias de Belle Époque Argentina, Balmaceda reproduce fragmentos de lo ocurrido:
A las 4:10 de la tarde, hora en que el tráfico adquiere mayor movimiento, el coche automóvil número 16, guiado por Dositeo Vazquez, corría a toda velocidad por la calle Bartolomé Mitre y sin disminuir la marcha dobló en la esquina de Montevideo, en dirección al norte. En ese momento la señora doña Teófila de Mohr cruzaba la calle de una acera a la otra. Y el conductor del coche, advertido del peligro, quiso hacer una maniobra; pero, falto de práctica en el manejo del aparato, perdió la serenidad y embistió a la señora, que cayó en tierra siendo apretada por las ruedas.
-Antes de este accidente, se buscó poner orden en el tránsito
-Es que era un caos. Carruajes tirados por caballos, tranvías eléctricos, automóviles. Cada vez más habitantes, más peatones. Creció el transporte público, cada vez había más automóviles (en 1905 superaba las 300 unidades) y bicicletas. Se sancionó un nuevo reglamento de tránsito, en reemplazo al de 1898. Los tranvías comenzaron a llevar un farol de kerosen, que llevaba el número de sección impreso (cada sección correspondía a un recorrido) y un color, según el vidrio. Un sistema que hasta el día de hoy dejó huellas.
Art. 1°- En el tránsito por las veredas, calles y caminos, los peatones no podrán impedir que los que lleven una dirección contraria conserven su derecha.
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-El crecimiento poblacional se trasladó al campo de la salud, en la necesidad de camas
-Claro. La comunidad israelita construyó su propio hospital en Terrada y Nazca. Allí recibían a los pacientes que enfrentaban un grave problema, el de hacerse entender, porque solo hablaban en idish. Lo que alivió a los cuatro o cinco médicos judíos que recorrían toda la ciudad para servir de intérpretes de los enfermos.
En 1889 arribó al país Charles Thays, el arquitecto, naturalista, paisajista, urbanista francés, creador del Jardín Botánico de la Ciudad de Buenos Aires, fue el encargado de remodelar y ampliar plazas y paseos públicos de la ciudad. Tiempo después fue llamado “el padre de las sombras” por planificar la distribución de árboles por las calles, le debemos las huellas coloridas de acuerdo al calendario. De unos dos mil árboles que había antes de su gestión, en poco tiempo se multiplicaron hasta superar los cien mil. El francés y su discípulo y sucesor Benito Carrasco fueron los principales hacedores de la Buenos Aires arbolada. ¿Quiénes plantaron tantos árboles? Pregunta Balmaceda. “La historia es fascinante, porque hace referencia al Día del árbol –cuenta entusiasmado-. La iniciativa partió de Bahía Blanca, donde en 1900 se estableció la Fiesta del Árbol. A mediados de septiembre los alumnos bahienses salieron y plantaron árboles. Esa idea la copiaron en diferentes ciudades del país. Esta actividad duró alrededor de 30 años. Era una manera de tomar conciencia en la importancia del cuidado de la naturaleza, conocer los diferentes árboles, frutos, esa actividad era sin duda, la mejor clase de botánica. Cuando escribo este tipo de historias, trato de lanzar una semilla también tengo en cuenta como tratar de lanzar una semilla para ver si prenden en algún lado, sería más que interesante que vuelva la Fiesta del árbol.
-Hablamos de árboles y es el turno del cuidado de los animales. En este período surgió en la ciudad de Rosario, en 1871, la primera asociación protectora. Ocho años después fue el turno de Buenos Aires
-Hoy hablamos tanto del cuidado de los animales y condenamos el maltrato animal. Ya en esa época se preocupaban por protegerlos, como era el caso de los caballos. Muchas veces no logramos valorar o desconocemos el trabajo que hicieron en un contexto tan diferente al nuestro, como fue el caso de Ignacio Lucas Albarracín (sobrino de Domingo Faustino Sarmiento) quien impulsó el Día del Animal (se estableció en 1907).
Un fenómeno estelar tuvo en vilo al planeta. El cometa Halley tenía que llegar a la Argentina el 18 de mayo —¡el mismo día que la infanta!— de 1910 entre las nueve de la noche y las primeras horas de la madrugada. Desde París, el astrónomo Camilo Flammarion dijo que esta no era la tragedia mayor de la historia del mundo sino ¡la última! Se acababa todo. Lidia Parise y Abel González fueron los grandes investigadores argentinos de este tema. Establecieron que hubo 427 suicidios en los 138 días comprendidos entre el 1 de enero de 1910 y el 18 de mayo.
“Fue sin duda la gran amenaza para todo el mundo y en Argentina tuvo gran protagonismo en el año que Argentina quería mostrarse como una sociedad pujante durante el Centenario de la Revolución de Mayo –analiza Balmaceda-. La amenaza aparece en el contexto de que el hombre podía vencer a la naturaleza, capaz de atravesar los océanos, de comunicarse, acortar las distancias y domar los aires. Son tiempos de constante desafíos y de repente se encuentran que los avances no pueden responder al choque del coletazo del cometa. Estaba todo perdido, esa era la sensación. Además de los suicidios hubo casamientos de apuro y aparecieron muchas ideas comerciales. Se alquilaban, por ejemplo, telescopios para que pudieran observar la destrucción del planeta. En Florida y Sarmiento uno, de apellido Muzzio, colocó un cartel que decía: ´Vea por cinco centavos al cometa de Halley. Conozca la causa de su muerte. Otro, Francisco Antonio Míguez, construyó tres búnkers. Dos los vendió y uno se lo quedó él para sobrevivir ante el impacto”.
“El cometa se ha ido. Se ha ido perdonándonos la vida”, tituló un periódico de la época.
Los grandes acontecimientos de la época se preanunciaban con la sirena del diario La Prensa. Balmaceda recurre a un recuerdo de Matilde Cabrera para cerrar un gran capítulo de la historia Argentina, la Belle Époque:
La sirena de La Prensa había sonado dos veces esos primeros días de agosto de 1914; para avisar el estallido de la Primera Guerra Mundial, y para anunciar la muerte del Presidente de la República, doctor Roque Sáenz Peña, que se encontraba enfermo y había delegado el mando en el vice Victorino de la Plaza.