Aventura musical. Una sonrisa después de Radiohead
Los sombríos y geniales Thom Yorke y Jonny Greenwood sorprenden con el supergrupo The Smile
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¿Qué significa realmente The Smile? Suena como una auténtica ironía que una banda liderada por dos veteranos del pánico como Thom Yorke y Jonny Greenwood lleve ese nombre. “Hay una sonrisa de amor y hay una sonrisa de engaño”, escribió William Blake. Y esa frase resuena, pronunciada por la voz de Cillian Murphy –protagonista excluyente de la serie Peaky Blinders–, en los altavoces de muchos de los shows de este trío nacido en plena pandemia, esa época aciaga en la que muchos artistas intentaron reinventarse para combatir la abulia del encierro y el desconcierto por la aparición de otro fantasma que amenazaba a la humanidad, como si no hubiésemos tenido suficientes.
A seis años del último disco de estudio de Radiohead –A Moon Shaped Pool, de 2016–, había una ansiedad manifiesta de los fans de esa banda que, a su manera, redefinió el rock&pop británico de los 90, poniéndose al mismo tiempo a prueba con mutaciones constantes (no del todo amigables) con el catálogo más habitual del mainstream. A todos les costaba entender que una sociedad artística y humana con casi 40 años de desarrollo (desde la época del colegio privado para varones de Abingdon-On-Thames, donde empezó la larga historia) quedara interrumpida durante tanto tiempo. Y fue, como en muchos otros casos recientes, el contexto alterado el que provocó un movimiento. Hubo, justamente, contagio: la ansiedad también se apropió de Yorke y Greenwood, pero la reactivación de un proyecto de la magnitud de Radiohead era inadecuada con un panorama tan incierto. La alternativa correcta fue The Smile, una formación nueva, más económica en todos los sentidos y abocada a proseguir una aventura musical que combinó factores no siempre amalgamados en la música popular (masividad y experimentación) desde una perspectiva levemente distinta.
Queda claro que Yorke y Greenwood son las fuerzas creativas que empujaron a Radiohead a sumergirse en la deriva exploratoria que marcó, finalmente, la mayor parte de su carrera. Los bucles melódicos, los coqueteos con el minimalismo, el picoteo electrónico y las estructuras mutantes son parte del catálogo de intereses explícitos de esta dupla marciana, que seguramente necesitaba sentir la adrenalina de la refundación y correrse por un tiempo del potente foco que apunta directo a los ojos de la banda de estadios. “Estoy atrapado en una rutina y no puedo salir”, confiesa de manera explícita Yorke en “We Don’t Know What Tomorrow Brings”, una canción cuya tensión de tren fantasma postpunk ya habíamos registrada dos décadas atrás, en “Sit Down. Stand Up”, de Hail To the Thief (2003). Las clásicas paranoias del esmirriado cantante también sobrevuelan muchas de las canciones de The Smile: “Solo tenemos que chasquear los dedos y desaparecemos”, pronostica en el ambiente recargado de angustia de “Skrting On The Surface”, el cierre negro del disco.
“Vivimos en una época de vacío y negación. Todas las opiniones son iguales, provengan de donde provengan, y nada de lo que digas tiene ninguna consecuencia”, declaró Yorke en una de las pocas entrevistas que concedió en los últimos cuatro años. “Muchas veces creo percibir cierto clima de indignación por todos los desastres que vemos día tras día, pero al final nadie mueve un dedo”, agregó. Tanto la obra –con Radiohead y como solista– como el discurso de Yorke han estado siempre acechados por el influjo de la solemnidad. Sin embargo, la elección de The Smile como símbolo de esta nueva etapa indica que él mismo ha detectado el peligro. Se supone que más allá de la apelación a William Blake, el que inspiró objetivamente este nombre inflamado de ironía de la banda es un texto de Ted Hughes, un poeta y autor de cuentos infantiles fallecido en 1998, que muchos conocen sobre todo por las disputas que tuvo con el feminismo. “Pensé en la sonrisa indulgente del tipo que miente todos los días”, aclaró Yorke para reafirmar el sentido de esa elección. Son palabras de un músico que ha vivido un estrellato nada exento de conflictos y cuestionamientos, muchas veces abrumado por lo que él mismo ha tipificado como “el absurdo de la existencia”, un peso que le genera ansiedades que, evidentemente, no se resuelven con echarle un vistazo a la abultada cuenta bancaria.
La conocida aversión que Yorke siente cada vez que escucha la alarma del estancamiento –que parece haber sonado muchas veces en su trayectoria con Radiohead, a la vista de las constantes variaciones del proyecto– está relacionada con un pesimismo que lo ha colocado más de una vez al borde de la autodestrucción. El milagro de Radiohead es haber conservado su estatus de banda masiva con esa política de restart continuado en la que se empecinó después del boom de OK Computer (1997). Aun asumiendo el riesgo de la condescendencia, es legítimo pensar en su caso como otra manifestación de la incomodidad que provoca la fama en las almas sensibles: los dilemas existenciales que colaboraron con las huidas de este mundo de Kurt Cobain (en la arena pegajosa del mainstream) y Elliot Smith (en la endogamia del circuito indie). Una especie de culpa burguesa que lo llevó a disparar ya en el inicio del primer disco de The Smile –”The Same”, una envolvente ensoñación tejida artesanalmente solo entre él y su eterno cómplice Greenwood– que “todos somos iguales”, cándido alegato en pos de la conexión que, en manos de Chris Martin y Coldplay, hubiéramos considerado una simple cursilería, pero que en la voz atormentada de Yorke resulta más real.
Presentarse en sociedad
The Smile eligió un escenario privilegiado, a tono con las ambiciones del proyecto, aun en su etapa inicial: el primer concierto fue en Glastonbury, el año pasado, y el show dejó a todos con la boca abierta. En vivo, The Smile es una aplanadora, una ola de sonido poderosa y por momentos lacerante que abreva del postpunk y la psicodelia, con la densidad King Crimson y los patrones rítmicos mecánicos y repetitivos del krautrock como referencias centrales, tal como anticipó el primer corte que la banda lanzó en enero de este año, “You Will Never Work in Television Again”, un tema lúgubre que habla de chicas que se cortan las muñecas, trolls que se comportan como gángsteres y esperanzas derrumbadas.
En junio último, The Smile estuvo en Madrid. Fue una de las funciones estelares del ciclo Noches del Botánico, un festival idílico –el clima primaveral, la comodidad para el acceso y la desconcentración, el magnífico entorno verde, todo se conjuga para que las veladas sean muy placenteras– en el que la mala hostia (para seguir con el espíritu ibérico) que exuda la mayor parte de su repertorio hizo contraste con una contundencia inusitada. Pero no solo impactaron el desencanto, e incluso la misantropía, que transmiten muchas de esas canciones. También, el sonido abrasivo y una puesta en escena estudiada al detalle, a tono con las aspiraciones de artistas que ya conocieron la gloria.
Además de Yorke –que en vivo lleva claramente la batuta, al margen de que el desempeño de Greenwood como instrumentista es descomunal–, The Smile tiene en la batería a Tom Skinner, integrante regular de Sons of Kemet, supergrupo de jazz con sede en Londres y cuyo estilo para tocar recuerda en más de un momento al de Bill Bruford, un as de la polirritmia que aportó talento en Yes, Genesis y King Crimson. Skinner también ha trabajado con Matthew Herbert, Floating Points y Mulatu Astatke, todos artistas alejados de los modelos más convencionales.
Muchos de los temas de The Smile ya los había empezado a trabajar Radiohead. Todos están en la línea experimental que esa banda empezó a cultivar a partir de Kid A y fue profundizando en los últimos 20 años, pero con mucha más crudeza y gelidez que en A Moon Shaped Pool, del que retoma su temperamento oscuro y melancólico. Por eso la prensa especializada inglesa se ha preguntado más de una vez en los últimos meses por qué Colin Greenwood (hermano mayor de Jonny), Ed O’Brien y Phil Selway –es decir, el resto de Radiohead– no son parte de este viaje.
En su faceta solista, Yorke privilegió los sonidos digitales por encima de la instrumentación orgánica, pero en The Smile hay guitarras (eléctricas y acústicas), bajo, batería y arpa. Nada que le fuera ajeno a Radiohead. ¿Entonces? La respuesta a este interrogante importa menos que el resultado concreto de la nueva operación: quien valore a Radiohead sentirá una inevitable familiaridad con la música de The Smile, pero también descubrirá los puentes que tiende con la electrónica de la era de los sintetizadores analógicos, con el sonido de cierto rock progresivo y con el afrobeat. Están los pianos lastimosos, los ritmos cubistas y los arpegios de guitarra tan típicos de Radiohead. Y también la producción de Nigel Godrich, su elogiado colaborador permanente, pero hay colores nuevos.
Al tiempo que su poética busca intermitentemente establecer contacto, la música de The Smile siembra discordia. Los 13 tracks de A Light For Attracting Atention podrían ser la banda sonora de una película distópica o incluso de terror (como la delirante versión de Suspiria que dirigió Luca Guadagnino y cuya banda sonora produjo justamente Yorke), pero nunca la de una historia triste y edificante, de esas que son tan comunes en la factoría de Hollywood. Las alusiones más o menos veladas a personajes siniestros como Harvey Weinstein, Donald Trump y Silvio Berlusconi que nos depara la escucha atenta del disco se corresponden con las fantasías de control panóptico que desvelan a Thom. “Free in the Knowledge” las expresa de una manera directa y urgente, a la vez que deja un resquicio para ver algo de luz cuando se interroga por los resultados de una reacción colectiva que aún es un sueño lejano. En última instancia, lo que perturba e interpela de las canciones de The Smile es caer en la cuenta de que aquello que acabamos de etiquetar unas líneas más arriba como meras “fantasías” es lo que vivimos a diario como una realidad inapelable.