Atucha: el peor incidente de su historia y la asombrosa forma en que se solucionó
En 1988, un desperfecto avivó el temor a un Chernobyl local, pero se evitó lo peor con mucho talento y mínimos recursos
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Una adversidad no significó el principio del fin para la primera central nuclear del país –conectada al Sistema Eléctrico Nacional el 19 de marzo de 1974–, sino todo lo contrario: el trabajo conjunto del talento local le dio vida nueva a Atucha I y, más aún, propició la puesta en marcha de Atucha II.
El factor humano fue determinante en la reparación de la central nuclear tras la avería ocurrida en agosto de 1988, y eso es lo que ponen en valor las 217 páginas de Crónica de una reparación (im)posible, el incidente de la central nuclear Atucha I, editado por el Centro de Vinculación Tecnológica Argentino (CEDyAT), que se presentó la semana última en la Sede Central de Nucleoeléctrica Argentina, empresa productora de energía eléctrica que opera las dos centrales Atucha (Zárate) y Embalse (Córdoba).
Sus autores, Juan Carlos Almagro, ingeniero metalúrgico (fallecido en 2020), Roberto P. J. Perazzo, físico teórico, y Jorge Isaac Sidelnik, también físico, formaron parte de la gesta que llevó adelante el arreglo del reactor, una tarea difícil en un contexto económico complicado, con recursos limitados y sin la guía del diseñador original del reactor.
Logro colectivo
“La aventura de escribir el libro nos recordó una moraleja de la reparación de Atucha I y es que el trabajo conjunto en todos los tramos de la investigación básica, el desarrollo, la tecnología y la ingeniería es posible”, señaló Perazzo, durante la presentación.
Esta misma unión es la que permitió que, a partir de un hecho fortuito, la Argentina se posicionara como un referente a nivel mundial en la temática.
Sidelnik recuerda que el diseñador del reactor –una reconocida empresa alemana– no había hecho ninguna especificación sobre los elementos internos, ya que se suponía que el sistema duraría unos 30 años. “Por un fenómeno algo más complejo de explicar, un tubo guía que tenía un medidor del nivel del agua, se dobló y erosionó un canal con combustible. Esto sucedió a unos diez metros de profundidad en el interior del reactor, lugar al que sólo podíamos entrar por el orificio de un canal que medía alrededor de 10 centímetros de diámetro”, explica el físico.
Asegura, además, que la compañía responsable del diseño –que en esos momentos se dedicaba a la fabricación de reactores, actividad que abandonó más tarde–, propuso un método para repararlo. “El problema es que esa solución nos llevaría varios años, muchos millones de dólares y no tenía garantía. Entonces, la decisión de la Comisión Nacional de Energía Atómica fue que lo hiciéramos nosotros, jugarnos y desarrollar herramientas para poder repararlo”, advierte.
"No teníamos más que cosas rudimentarias, pero bastante efectivas que funcionaron y pudimos repararlo"
El físico menciona entre sonrisas: “El otro día me recordaba un compañero que, en la primera inspección que hicimos, llevó un televisor de su casa, era blanco y negro y aún lo tiene”. Dice que en esa época de hiperinflación no se conseguían repuestos y las lamparitas que iluminaban el reactor en algún momento se quemaban.
“Y no teníamos plata ni había más lámparas de ese tipo para comprar en el mercado, pero hubo personas a las que se les ocurrió darle una segunda vida a esas lámparas y regenerarlas. Otra persona inventó una palita con una escobilla barredora muy pequeña que entraba por ese agujero de 10 centímetros y bajaba a 10 metros, algo que parecía imposible, pero lo hicimos”, sostiene. “No teníamos más que cosas rudimentarias, pero bastante efectivas que funcionaron y pudimos repararlo”.
Dieciocho meses más tarde, en enero de 1990, Atucha I fue puesta nuevamente en funcionamiento. Sidelnik aclara que hubo un plan de modificación del diseño para que este desperfecto no se repitiera, se cambiaron los componentes internos y hubo todo un programa de ejecución que fue desarrollado por profesionales argentinos.
“No hubo riesgo desde el punto de vista de accidentes porque cuando se produjo este desperfecto el reactor se apagó solo”, advierte. Admite que existía una presión social por la percepción que tenía la gente de que ocurriera un desastre similar al de Chernobyl, porque lo de Atucha I sucedió a dos años del suceso en la planta nuclear de la entonces Unión Soviética.
Sin embargo, lejos se estaba de esa situación a nivel local. “Desde el punto de vista de la seguridad nuclear, el único riesgo que había era si uno de los canales refrigerantes se tapaba. Esto podía producir que se emitiera más radiación de lo normal, pero controlada dentro del edificio del reactor, y, obviamente, esto significaba un accidente más importante, que era casi el fin de la operación de Atucha I”, sostiene Sidelnik.
"Dimos un salto importante en cuanto al conocimiento de lo que es diseñar y mantener una central nuclear en potencia. Así pudimos activar Atucha II"
Según el experto en física, el principal corolario de la reparación de Atucha I fue haber podido poner en funcionamiento Atucha II de la mano de profesionales argentinos, unos años más tarde.
“Más allá de reparar la planta y de ponerla de nuevo en funcionamiento, dimos un salto importante en cuanto al conocimiento de lo que es diseñar y mantener una central nuclear en potencia. Así pudimos activar Atucha II, un proyecto que había comenzado en 2005 y que estuvo listo en 2013. En este caso, el montaje del reactor lo hizo Nucleoeléctrica Argentina que ya tenía toda la experiencia de la reparación”, añade.
Además, sostiene que esta empresa es lo que se conoce hoy como una autoridad de diseño en centrales nucleares, porque en cualquier modificación del diseño, tanto de Atucha I como Atucha II, la responsabilidad del cambio corresponde a Nucleoeléctrica Argentina.
Plena potencia
Actualmente, Atucha I, ubicada sobre la margen derecha del Río Paraná de las Palmas, a 100 km de la Ciudad de Buenos Aires, en la localidad de Lima, partido de Zárate, tiene una función importante en el sistema eléctrico local, dada su cercanía a los grandes centros de consumo, y cuenta con una potencia eléctrica bruta de 362 megavatios eléctricos. Al mismo tiempo, todos sus sistemas de seguridad fueron actualizados, cumpliendo con las exigencias locales e internacionales. Desde 2008, Nucleoeléctrica lleva adelante un plan para extender esta operación por 20 años más a plena potencia.
Para Sidelnik hoy existe un cambio en la percepción de este tipo de energía, porque casi no produce huella de carbono. Es decir, no tiene un impacto en el ambiente por emisión de gases de efecto invernadero, a diferencia de otras fuentes energéticas. Tal es así que muchos países, entre ellos Turquía, Egipto, Polonia, Holanda, Finlandia, Francia, los Estados Unidos, Canadá y China, proyectan instalar centrales nucleares o sumar nuevas, si ya las tienen.
“Hay una reconsideración para que la energía nuclear participe de forma significativa en la matriz energética mundial”, finaliza uno de los protagonistas de la hazaña de Atucha I.