Nacido en 1936, Lido Iacopetti llevó sus pinturas a nuevos formatos y “democratizó” los espacios por los que circulaba su trabajo; ahora expone en el Macba
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En el principio fue la desilusión. Hacia mediados de la década de 1960 había logrado lo que cualquier artista anhelaba: dos exitosas muestras en la galería Lirolay, entonces epicentro de la vanguardia argentina. Pero su desencanto con la competitiva escena porteña lo llevó a refugiarse en su taller de La Plata, donde se radicó en 1958.
Nacido en 1936 en San Nicolás, Lido Iacopetti no temía emprender un camino propio. Era apenas un adolescente cuando nació su sueño de un “arte popular y solidario”, y en la década de 1970 comenzó a llevar sus pinturas a nuevos formatos: desde intervenciones en el frente y dorso de maderas superpuestas, o sobre soportes irregulares de chapadur y aglomerado. Creó también “imigrafías”, papeles doblados como origami, sobre los cuales dibujaba con marcadores o birome.
Concebidas para ser regaladas, estas piezas fueron intercambiadas luego en plazas por dinero a voluntad, que donaba a instituciones de bien público. En 1975 realizó una “Exposición efímera” en la galería Carmen Waugh, donde regaló al público y a instituciones dibujos y pinturas a modo de “ofrendas”. “Yo viví para la pintura, no de la pintura”, aclara a los 85 años; siempre acompañado por Teldy, su mujer, presente incluso en la firma de sus obras.
Esas acciones reflejaban la voluntad de impulsar una idea que, recuerda, era “considerada un pecado”: democratizar los espacios por los que circulaba su trabajo, inspirado en las culturas precolombinas. Fue así que decidió exponer en una boutique, entre los productos que comercializaba la tienda. O en la rotisería Carioca, junto a salames y latas de tomate.
“Durante cinco años realizó exhibiciones en la Joyería y Relojería Núñez, Muebles Norte, Gong Sport, Óptica La Plata, Zapatería Carlos y Restaurant La Parrilla, entre otros comercios de la ciudad y sus alrededores”, recuerda la galería Aldo de Sousa, que sorprendió con sus obras en la última edición de arteba. A tal punto, que tres de ellas fueron compradas por Amalia Amoedo, el Malba y el Macba.
Este último museo le dedica ahora una muestra titulada La Nueva Imaginación, igual que su manifiesto de 1969, en el que aludía a la actividad artística como “medio de transformación y de liberación”. Curada por Daniel Sánchez, incluye una selección de obras realizadas para almanaques desde 1995, con símbolos universales como la luna, el agua o el fuego. Fue su manera de entrar en cada casa, como lo hizo en la suya hace décadas su “ídolo”, Florencio Molina Campos.