Aperitivos. Acodarse en una mesita está entre las cosas más valiosas de la vida en la ciudad
Cualquier fanático del café encontrará en el aperitivo crepuscular la réplica exacta del espresso. En el libro Metafísica del aperitivo, Stéphan Lévy-Kuentz dice que el bebedor va en busca del tiempo recobrado
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Hay que tomarse muy en serio el deseo de beber. “Según la temporada, podrás elegir entre un whisky, un pastís, una cerveza de trigo, un oporto, un mojito, una caipiriña, un vermú, un prosecco, un spritz o un bloody mary, aunque ya sabes que te inclinarás por algo más modesto, como una copa de brouilly, de chardonnay, de pinot noir o de petit chablis”, enumera Stéphan Lévy-Kuentz en Metafísica del aperitivo, una refrescante novela recién publicada acá que interpela al lector con la segunda persona del singular (“llevas todo el día andando…”) hasta que confiese que el alcohol crea la ilusión de bailar en armonía con el mundo que lo rodea.
Sí es cierto que el aperitivo es la oración de la tarde de los franceses (como decía Paul Morand), la trama del librito hace justicia a la liturgia: al caer la tarde, un hombre se sienta a tomar un aperitivo en la vereda de un bar del barrio de Montparnasse y en su monólogo interior combina recuerdos reales con citas literarias mientras cuenta lo que ve, en una París que ya no es una fiesta. Este parroquiano es muy estricto con la elección del sitio que elegirá. “Condición previa: encontrar un puesto de observación idónea, ligeramente apartado, ni demasiado expuesto ni demasiado aislado”, se exige y es comprensible: una mesa de bar es un atalaya desde el que se observa la vida.
Y, aunque aquí se celebre la tarde como la hora exacta, cualquier fanático del café (como es mi caso) encontrará en el aperitivo crepuscular la réplica exacta del espresso que se toma temprano en la mañana. ¿O acaso no está entre las cosas más valiosas de la cada vez menos deseable vida en la ciudad eso mismo, acodarse en una mesita para ver pasar a la humanidad?
En cualquier caso, lo que busca el narrador de Metafísica del aperitivo es algo revulsivo para la época ultraproductiva: una hora de hacer nada, lo más difícil de hacer hoy. “Es probable que tus allegados intenten absorberte a través de mensajes escritos o sonoros, en forma de fotos, de mails, likes, pokes, hashtags, gifs, blogs, tuits y otras banderillas sociales de la ociosidad, pero no estás obligado a responderles”, provoca: “Es más: vas a apagar el aparatito”.
Con un líquido ebrio o sobrio, el bebedor va en busca del tiempo recobrado. Este soñador, al que suponemos un alter ego de Lévy-Kuentz, poeta, novelista, crítico y guionista así como experto en arte, quiere procurarse aquello que se nos escapa y dice al lector, que es lo mismo que decírselo a sí mismo: “Ha llegado el momento de concederte una hora de eternidad, una franja de tiempo suspendido que significa libertad”.
Cinco aperitivos históricos de la Argentina
1- Hesperidina
Nacidos en el Imperio Romano para abrir el apetito, se popularizaron acá en 1864 cuando se lanzó Hesperidina, la primera patente del país.
2- Amargo Obrero
Creado en Rosario en 1888, un tónico de 50 hierbas con una graduación etílica del 19% y que se vendió como “el aperitivo del pueblo”.
3- Hierro quina
“Alimente sus músculos”, estimulaba la publicidad del aperitivo lanzado en 1887 que mezcla la planta cinchona y sales de hierro.
4- Gancia
Bajo la categoría de “americano”, llegó desde Italia en 1932 con una receta de hierbas, cítricos y vino blanco que es una marca registrada.
5- Pineral
Una combinación virtuosa de 30 hierbas aromáticas, caramelo y cáscaras de cítrico que, según decían, provocaba “salud y buen humor”.