Amy Winehouse. Los mejores retratos para iluminar la imagen trágica de una artista
El fotógrafo y director Phil Griffin presenta en Londres una muestra dedicada al lado más luminoso de la extraordinaria cantante fallecida hace diez años
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“Me parece apresurado. No creo que ella haya descansado lo suficiente aún”, respondió Phil Griffin (58), cuando le propusieron hacer algo por los diez años de la muerte de Amy Winehouse, que se cumplieron en julio pasado. Luego, la gente de la galería londinense Brownsword Hepworth, donde este fotógrafo y realizador ya había expuesto sus retratos de celebridades, le preguntó: “¿qué haría si por fin se decidiera?”. Él contestó: “La traería a la luz, colorida”.
Al revisar las fotos en blanco y negro que había tomado durante el rodaje del álbum Back to Black, en 2006, Griffin comenzó “a jugar, a extraer el espíritu” de la cantante en las imágenes, y las repintó digitalmente. Así nació Amy in the Light, una muestra con 16 retratos, algunos inéditos, que se exhiben hasta mediados de septiembre, en la exclusiva zona de Knightsbridge, cerca de Hyde Park. El título de la exposición se relaciona con dejar atrás la estampa trágica de Winehouse –considerada una estrella tan rutilante como Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, si bien ella trascendió las fronteras del jazz con sus composiciones, y podía cantar casi cualquier cosa, al igual que otra de sus divas favoritas, Dinah Washington– y mirarla con ojos más animados. “Tiene que ver con eso, aunque para mí Amy nunca fue una figura trágica, sino una figura bella y alegre que experimentó la tragedia”, dice Griffin por Zoom a LA NACION revista desde la capital inglesa. “Creo que la narrativa sobre ella es trágica, pero Amy no lo era: era divertida, pícara, poderosa. Era ‘una mujer en un mundo de hombres’, en la industria de la música. Ella sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Estaba a cargo de su propia vida. Y lo que ocurrió después, con sus adicciones y sus relaciones fallidas, fueron cosas que le pasaron. Con Amy in the Light, además de devolverla a la luz, quise acercar al público esa Amy que yo conocí: una criatura viva, clara, algo así como un ángel”.
Griffin, un bailarín y coreógrafo formado en la compañía Ballet Rambert, que con el tiempo se haría cargo de la creatividad del sello Universal MCA, y de la producción artística y las presentaciones televisivas de personalidades como Mariah Carey, Destiny’s Child y Bobby Brown, conoció a Amy Winehouse una tarde. “Yo estaba con su mejor amigo, Tyler James. Tomamos un descanso del trabajo y fuimos a caminar por el Soho. Amy estaba afuera de un bar y le silbó a James. Nos sentamos y comenzamos a hablar”, recuerda Griffin. En un momento, Winehouse le preguntó qué pensaba de Frank (2003), su disco debut. “Yo le dije que estaba bien, pero que no me mataba. Ella se ofendió y me retrucó: ‘Esperá a escuchar mi próximo álbum’”. Poco después le mandó material. “Le comenté que me parecía increíble. Y ella me dijo ‘ah, sí, pero ya no vale, porque me dijiste que yo no era lo suficientemente cool’”, cuenta Griffin.
Entonces, a él le gustaba Beethoven, porque venía de la danza clásica, aunque había dirigido videos de Diana Ross, y sentía afición por otros artistas de la era Motown y por el blues. “Para mí tiene menos que ver con la música y más con las coreografías y la parte visual. Amy escapaba a mis gustos, pero cuando escuché el álbum Rehab me pareció la mezcla perfecta de pop y jazz. Su voz siempre estuvo allí, por supuesto”.
Según dice Griffin –quien también trabajó con Prince, Eros Ramazzotti y Backstreet Boys, y rodó cortometrajes de Adele y Rihanna, así como largos sobre Britney Spears y John Bon Jovi–, a él no le impresiona tanto el trabajo de alguien, como el ser humano que hay detrás. “Me daba mucha curiosidad Amy. Desde que la conocí, ella tenía una energía que no he visto en nadie más. Me enamoré de ella y, después, de su música”.
Sus colaboraciones comenzaron con los videos del aclamado disco Back to Black, que en 2008 le reportó cinco premios Grammy, incluido Mejor Álbum del Año (ella no asistió a la ceremonia, ya que en EE.UU. le fue denegada la visa), y terminaron con la muerte de ella. “Yo le ayudé con elementos visuales para sus tours y para sus conciertos. Hicimos cosas juntos para Prince también”.
Back to Black, el segundo álbum de Winehouse, que contó con la participación del productor Mark Ronson y la lanzaría a la fama mundial con temas como “Rehab” –nominado a Mejor Video MTV, y galardonado con un Grammy a Mejor Canción del Año y un Ivor Novello por Mejor Canción Contemporánea– y “You know I’m No Good”, estaba inspirado en su ruptura con Blake Fielder-Civil, con quien retomaría su relación y se casaría. Antes de hacer las paces con él –un personaje voluble y con arrastre, que la introduciría en las drogas duras–, Amy señaló al diario The Sun, que Back to Black se trataba de cuando “has terminado con alguien y regresás a aquello a lo que estás acostumbrado. Mi ex volvió con su novia y yo volví a beber a y a los tiempos oscuros”. Ya reconciliada, le dijo a la revista Rolling Stone que el proceso de creación había sido “muy catártico, porque yo me sentía muy mal por la forma en que nos habíamos tratado. Pensé que nunca más volveríamos a vernos. Él se ríe de eso, tipo ‘¿Qué querés decir con que no volveríamos a vernos. Nos amamos. Siempre lo hemos hecho’. Pero para mí no es gracioso. Quería morir”.
La placa incluía la canción homónima cuyo clip, que establecía un paralelo entre la muerte de una criatura y la de una relación amorosa, tuvo una buena repercusión. “El video fue muy simple. El guion tenía una sola línea: ‘Amy entierra su corazón’. Y eso hicimos. Ella tenía el corazón roto. Y no podía encontrar amor, un amor estable, y de eso se trata la canción. Decidimos con ella que la procesión funeraria representara la imposibilidad de encontrar el amante correcto”, rememora Griffin. “Con las fotos, fue bastante azaroso todo. Algunas imágenes fueron espontáneas. Otras las hice entre las tomas de los videos ‘You Know I’m No Good’ y ‘Rehab’”.
¿Y cómo te enteraste de su muerte? “Estaba en una clase de yoga y un amigo me llamó y me dijo: ‘Tenés que ir donde Amy, porque hay una ambulancia ahí’”. Fui directo a su casa, y así fue... Pero prefiero recordar a Amy cuando estaba viva. Para mí, ella está en mi corazón y en el trabajo”. Tras el deceso de Amy, Griffin hizo un alto. Se fue a Bélgica, donde trabajó con una compañía de danza a la que también fotografió. “Durante el luto volví a ver la belleza del baile, que a ella tanto le gustaba. En una de las fotos que tomé, hay un bailarín con un escudo y la luz crea una serie de reflejos... Allá, con Demian Hirst y Tracy Emin, montamos una exposición en un castillo. Eso me dio una idea, la de ‘Los caballeros de la noche’. Y puse cuatro caballeros en la esquinas de mi exposición Amy in the Light. Fue una forma de declarar que la estoy cuidando, en lugar de sacar ventaja. Los caballeros están ahí para protegerla”, relata.
La mejor voz, mucha verdad
Hija de un taxista y una farmacéutica, Amy Jade Winehouse nació en 1983, en Southgate, un área en el norte de Londres. Se crió rodeada de músicos de jazz, por línea materna. Además de escuchar a cantantes como Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Frank Sinatra, tomó contacto temprano con el R&B y el hip-hop, y hasta fundó un grupo de rap, Sweet and Sour, con solo diez años. Más tarde sería parte de la National Youth Jazz Orchestra (NYJO), donde hoy reconocen que “ella tenía la mejor voz” de las jóvenes que han pasado por ahí.
Aunque adoraba cantar, Winehouse nunca pensó que eso se convertiría en una carrera, tampoco soñaba con la fama. Cuando tenía 12 la aceptaron en la prestigiosa Sylvia Young Theatre School, pero a los 16 fue expulsada por indisciplina y por perforarse la nariz. Fue entonces que su compañero y amigo Tyler James, que era cantante de pop, le dio una demo a su sello, donde buscaban una vocalista de jazz. Y así, de la mano de Simon Fuller, que había lanzado a las Spice Girls, comenzó su camino musical en serio.
El resto es más o menos conocido, sobre todo, por el documental Amy (2015), de Asif Kapadia, que da cuenta de la agitada vida personal y la tortuosa relación con la fama que debió enfrentar la artista británica, hasta su muerte, a los 27 años. Por lo visto, así como cantar era para ella algo natural, divino; la exposición mediática y su tendencia autodestructiva –que ahogaba en alcohol–, la condujeron a un despeñadero del que no pudo escapar.
Para Griffin, la película de Kapadia –galardonada con el Oscar a Mejor documental– “es un trabajo bien hecho y él es un realizador inteligente, pero creo que fue demasiado pronto. Me pidieron que me involucrara, pero no estaba listo para hacer algo así. Yo, que hecho documentales de Britney y Rihanna, creo que el director cuenta la historia que podía contar, pero está muy enfocada en la oscuridad. Y Amy era un personaje claro, no oscuro. Y es eso lo que a mí, personalmente, me gustaría celebrar”.
Mitch, padre de Amy, y su marido, Blake, salen muy mal parados: uno como un explotador de su imagen y el otro como otra especie de vampiro. Griffin, que fue amigo de ella, tiene su propia opinión. “Creo que la relación entre dos personas es muy específica, y la verdad de esa relación solo les pertenece a los involucrados. Su padre y Blake –que fue mi asistente por un tiempo–, eran blancos fáciles”, afirma. “Y de nuevo, porque el film se hizo tan rápido, luego de que ella murió, es muy fácil buscar culpas. Pero yo pertenezco a una familia donde la adicción ha sido un problema, y sé que la adicción no tiene culpa aparte de sí misma. No creo que pueda juzgar a nadie. Sé que su padre amaba a Amy y la ama todavía. Sé que Blake la amaba. Hay cosas que se interponen en el camino, y ya sean drogas, dinero o éxito, las relaciones se pueden contaminar fácilmente. Si hacés algo apresurado, podés obtener solo una parte de la historia... El trabajo del realizador es tratar de encontrar la verdad. Y a menos que la gente hable, es difícil hallarla. En casos como este, la gente puede hablar, pero aún está viviendo el duelo”.
Griffin dice que lo que hacía diferente a Amy de otros artistas era su coraje. “Sus canciones estaban unidas a ella emocionalmente. Si ponés toda la oscuridad y la claridad ahí, si cantás cada día en un escenario, eso puede ser doloroso. Ella era capaz de tomar su singularidad y mostrarle al mundo lo que tenía en su corazón. No tenía miedo de mostrar la verdad de su vida”.
Fue gracias a Amy, que puso una máquina fotográfica en sus manos, porque no estaba de humor para que la retratara un fotógrafo que había enviado su sello discográfico, que Griffin comenzó a hacer retratos. “Me gusta decir que una buena foto no se toma, se da. Y Amy me dio su imagen para protegerla. Luego se me acercó gente y me dijo: ‘sé cuán verdadero es tu trabajo. Realmente veo a Amy en tus fotos. ¿Me harías fotos a mí?’” Primero lo llamó Annie Lennox, después, Paul McCartney. Y así fue tomando cuerpo esa faceta. “Lo que más me gusta es trabajar con gente dispuesta a compartir su verdad. Generar una conversación, ya sea a través de una foto, un documental, un video o un libro, como el que hice sobre Jon Bon Jovi (When We Were Beautiful), que es un gran amigo y ser humano. Tomar fotos es como compartir”, indica.
Asimismo, Griffin disfruta de sondear los comportamientos. Por ejemplo, hace dos años hizo un film llamdo Will (voluntad) sobre un corredor cuya madre había muerto de un cáncer. “Él corría desde la casa materna hasta el hospital. Y luego, de vuelta. La distancia eran dos maratones, que le daban espacio para su duelo”. A ese proyecto le siguió una exploración sobre “la forma en que usamos el cuerpo para expresarnos”. Y para ello, filmó al bailarín ruso-estadounidense Mikhail Baryshnikov. Ahora planea grabar los testimonios de otros bailarines sobre sus experiencias de soledad y aislamiento durante la pandemia. También está trabajando en “Geografía”, una idea que no se refiere a los lugares, sino al “ambiente”, a la gente de la cual una persona se rodea, probablemente inspirado en talentos únicos, aunque vulnerables, como lo fue Amy. Una estrella que, gracias a su exposición, vuelve a brillar.