Álbum biográfico de José Saramago. El apasionante recorrido en primera persona y los viajes del premio Nobel portugués
Fragmentos del libro Saramago. Sus nombres, lanzado en el marco del centenario del nacimiento de escritor (16 de noviembre de 1922)
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Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Jorge Luis Borges, El Hacedor (1960)
Los editores de Saramago. Sus nombres (Alfaguara), Alejandro García Schnetzer y Ricardo Viel, eligieron esta frase de Borges para abrir el flamante libro dedicado a José Saramago y que luego de una breve introducción, continúa en modo autobiografía. Son textos del Nobel portugués, combinados con fotografías; son extractos de reportajes, conferencias, cartas, publicaciones varias y clases alrededor del mundo, expuestos en primera persona.
Concebido para celebrar al autor en el centenario de su nacimiento (será en noviembre de este año), el libro combina la palabra y la imagen, por eso lo definen como un álbum biográfico. A continuación, algunos fragmentos:
Lleva uno casi toda la vida soñando con París y después llega allí, ve el Sena, que es algo así como el Tajo visto por el otro lado del binóculo, y murmura, decepcionado: «Al final, ¿es sólo esto?». Pues sí, es solo aquello. Dos horas después, sin embargo, empieza a sentirse que la ciudad va entrando, y enseguida alzamos la bandera blanca: rendición. Han sido cuatro días de redescubrimiento, que es aventura mucho mejor que descubrimiento. He visto todo lo que se podía ver en tan poco tiempo y he recorrido kilómetros de un tirón, allí, a pie. Imagine si iba a perder una oportunidad así... Me ha quedado la idea fija de volver...
Carta a José Rodrigues Miguéis,
8 de mayo de 1967
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Está clara la mañana, pero el viajero no se ha levantado aún. Retrasa adrede el momento de abrir las dos ventanas del cuarto. Hace demorar el gusto que adivina desde que, noche cerrada, llegó al hotel. Quizá tema, también, una decepción. La luz entra por las rendijas, filtrada, y el viajero siente oprimido su corazón: «¿Habrá nubes?». Salta de la cama, indignado contra la simple idea de la miserable derrota que sería ver cubierto de nubes el paisaje de Santa Luzia, y abre de un tirón la primera ventana, la que da al mar. Recibe en el rostro y en el cuerpo el aire frío de la mañana, y queda iluminado de placer y de pasmo ante el esplendor de las aguas en la costa brumosa, el encuentro del río y del océano, el cordón de espuma de las olas que viene de alta mar a deshacerse en la playa. La otra ventana forma ángulo recto con ésta, el cuarto es esquinero: hay más paisaje a la espera. Y para éste no va a haber palabras suficientes, ni pintura, ni música. Sobre el amplio valle del Lima flota una neblina luminosa que el sol hace reverberar por dentro como un resplandor. El agua del río, al correr, cine las múltiples islas, y en esta margen derecha, la que mejor se distingue desde lo alto, hay brazos líquidos que entran tierra adentro y reflejan el cielo, campos verdes cortados por altos árboles cobrizos y márgenes oscuras. De las chimeneas de las casas sube el humo matinal, y, muy al fondo, contribuyendo por esta vez a la general belleza de la hora magnífica, humean en gloria las chimeneas de las fábricas. El viajero tiene mucha suerte: dos ventanas al mundo, y este momento de luz única, el frescor del aire que le envuelve el cuerpo, en buena hora vino a Viana do Castelo.
VIAJE A PORTUGAL, 1981
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En Madrid, escala para Canadá. Nos instalamos por una noche en casa de Marisa, nuestro puerto de abrigo permanente, al lado de la Puerta del Sol. Encontramos el predio revuelto a causa de una filmación. Sólo para dar una idea, esta noche habrá una violación en la escalera... La película se llama Fea, es underground y hecha con escasos duros, según nos informa Marisa, mientras, en la cocina, con una amiga canaria llamada Hortensia, va preparando bocadillos para el equipo hambriento. Este underground madrileño me parece una pura inocencia. Una de las jóvenes actrices sube a saludarme. Por debajo del maquillaje estridente es como un ángel extraviado. Probablemente aún le preocupa lo que la familia pueda pensar de estos libertinajes en la calle Marqués Viudo de Pontejos...
CUADERNOS DE LANZAROTE, 13 DE AGOSTO DE 1994
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Si yo no hubiera ido al Alentejo, no habría nacido mi modo de escribir actual, a partir de ese discurso oral, de esa conversación continua, de eso que no esté escrito, pero que es la comunicación de unas personas con otras.
DIÁLOGOS CON JOSÉ SARAMAGO, 1998
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A finales de los remotos años cincuenta [...], en un ya desaparecido café de Lisboa, nos reuníamos unos cuantos amigos para hablar de libros en voz alta y de política en voz baja, por razones que, tanto en el primero como en el segundo caso, no necesitan más explicación. [...] Aquel amigo providencial (fue de su boca de donde oí hablar por primera vez de José Hernández y de Martín Fierro) llegaba al café con los brazos cargados de títulos y de nombres y los lanzaba sobre la mesa como flores exóticas, entre las tazas y los ceniceros. Dejo aquí algunos de aquellos nombres y de aquellos títulos como una simple muestra de la riqueza de su jardín: Enrique Larreta y La gloria de don Ramiro, Ricardo Güiraldes y Don Segundo Sombra, Enrique Amorim y El paisano Aguilar, Miguel Ángel Asturias y El señor presidente, Rómulo Gallegos y Doña Bárbara, José María Arguedas y Los ríos profundos, Julio Cortázar y Bestiario, Jorge Luis Borges y El Aleph, Adolfo Bioy Casares y La invención de Morel, Carlos Fuentes y La región más transparente... Como he dicho, estábamos entonces en las postrimerías de los años cincuenta, razón más que poderosa para que El coronel no tiene quien le escriba, La ciudad y los perros o El mundo es ancho y ajeno aún no hubiesen llamado a las puertas del Chiado, aquel viejo café de Lisboa.
DISCURSO EN EL III CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA LENGUA ESPAÑOLA, 2004
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Mafra empezó por ser, para mí, un hombre desollado. Tenía siete u ocho años cuando mis padres me trajeron aquí, de excursión con algunos vecinos. El desollado era, y continúa siéndolo, aquel san Bartolomé que esté ahí dentro, sujetándose con la mano derecha, mientras el mármol dure, la piel arrancada.
Muchos años después, allá por el final del ochenta o principios del ochenta y uno, estando de paso por Mafra y contemplando una vez más estas arquitecturas, me encontré, sin saber por qué, diciendo: «Un día me gustaría poder meter esto en una novela». Fue así como el Memorial nació.
CUADERNOS DE LANZAROTE,
29 DE SEPTIEMBRE DE 1995
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El autobús era viejo, las carreteras no eran para nada lo que son hoy, no eran autopistas, eran carreteritas estrechísimas, el autobús entraba en todas las aldeas que había a un lado y al otro, y entraba gente con gallinas y con cestos de hortalizas sobre la cabeza... Y atravesar Sierra Morena llevaba tres horas. Yo salía de casa a las seis de la mañana, el autobús salía de Lisboa sobre las siete y llegaba a Sevilla a las tres de la tarde. Era un viaje interminable. Ella [Pilar] de vez en cuando también hacía ese viaje al revés, hasta que tomamos una decisión. Aquello nos parecía todo lo bastante sólido como para que ella se viniese a vivir a Lisboa, como efectivamente sucedió en 1988.
José y Pilar: conversaciones inéditas,
2011 (2006)
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Hace años me preguntaron por las relaciones con mi tierra. Y yo contesté: «Me gusta lo que este país ha hecho de mí». Porque tú puedes protestar contra esto y aquello, pero lo que no puedes negar es que lo bueno y lo malo es lo que te ha hecho a ti, y luego decides si te gusta o no. En el fondo, la cosa es muy sencilla: yo puedo criticar a Portugal, pero hay una pregunta: ¿Y quién sería yo si no hubiese nacido en este lugar del mundo?
EL PAÍS, 24 DE ABRIL DE 2008
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Me estoy planteando seriamente la posibilidad de irme a Brasil, en busca de una vida mejor, no de mejor vida... Es verdad que, con casi cuarenta años, no se puede decir que sea pronto, pero otros se han marchado más mayores y les ha ido bien. Todo, aun así, es todavía incierto, y hasta puede suceder que al final se quede en nada: me cuesta, a pesar de todo, dejar esta tierra amargada e infeliz, con un futuro tan negro por delante. Ya veremos qué pasa. Estas cosas o se hacen de inmediato, o tardan su tiempo en madurar, y yo, como tengo mi vida organizada, no puedo decidir nada precipitadamente. Si los proyectos se hacen realidad, le avisaré con tiempo, para salvaguardar mi sucesión. ¡Ya veremos, como se dice que decía el ciego!
Carta a Nataniel Costa, 27 de febrero de 1962
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A la mañana siguiente, después de una noche atormentada por la inquietud de otro día de temporal, abrí otra vez los batientes medievales de la ventana. El cielo aparecía liso y limpio, y la luz del sol, rasante aun, se mostraba al fin en los tejados de Siena. Fue como si de las antiguas tierras de la memoria viniera un niño a colocarse allí, a mi lado, un chiquillo flaco y tímido, de calzones cortos y blusa. Éramos dos: yo, callado, grave, sabedor ya de que en tales circunstancias sólo el silencio es sincero; él, grumete que en el tope del mástil grande descubre por primera vez la tierra que buscaba, murmuraba con miedo: «tierrasena, tierrasena quemada», y desapareció, volvió al pasado, feliz por haber visto, por haber sabido al fin lo que significaban las misteriosas palabras que había oído decir a los adultos, muertos en la ignorancia de lo que habían dicho. Alguien se acercó a mí. Y yo dije, sin mirar, con una voz entrecortada que me dominaba: «Tierra de Siena, tierra de Siena mojada».
«Tierra de Siena mojada»,
Las maletas del viajero, 1973
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Yo reivindico la diferencia, pero cada vez nos estamos volviendo más iguales, en el sentido menos bueno, menos creativo y menos contestatario, perdiendo así la capacidad de discusión. Aunque me siento dentro de la cultura europea, no me gusta que Europa se esté transformando en un imperio. Empiezo a sospechar que todo es igual, y me parece sorprendente que no nos demos cuenta de que en esta Europa da igual que los gobiernos sean socialistas, conservadores y, mañana, hasta neofascistas. Mientras eso sucede, las preguntas —por qué, cómo y para qué—, que deberían estar todo el día en boca de los ciudadanos, no están.
Turia, 2001
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Paseo por las islas de Taipa y Coloane con Gabriela Cabelo del Instituto Cultural de Macao. Día bonito, de sol radiante y temperatura suave. Noté que en la parte china andan ocupados en ciclópeos trabajos de arrasamiento de montañas, imagino que será para la construcción, o tal vez para nivelar el terreno, trabajo tan común en estos parajes, es decir, sacan de donde hay para poner donde hacía falta. En todo caso, es desconcertante si pensamos en el tamaño de China... Di una conferencia en la Universidad, que está en la isla de Taipa, y desde cuyas ventanas se goza de una vista deslumbrante de Macao. No sé si los alumnos chinos que allí se encontraban comprenderían todo lo que les dije, pero no sería por su falta de atención: es poco frecuente tener delante rostros tan serios, tan concentrados, miradas tan fijas. ¿O estarían simplemente pensando en otra cosa mientras esperaban que me callase?
Cuadernos de Lanzarote,
8 de marzo de 1997