En el documental “Errante: la conquista del hogar”, la artista Adriana Lestido refleja los viajes realizados durante meses alrededor del Polo Norte
- 9 minutos de lectura'
El teléfono se deslizó de su mano, adormecida por el frío, y cayó unos cinco metros hacia el arroyo que se había formado bajo la cascada. Las gotas de agua se congelaban al tocar sus anteojos, y se adherían tan fuerte al cristal que no lograba limpiarlas. Adriana Lestido estaba un lugar aislado por la nieve en Islandia, a donde había viajado sola, y acababa de perder su único medio de comunicación. Así que no dudó en tirarse a buscarlo.
Sintió primero cómo el hielo se quebraba bajo sus pies, y avanzó a tientas para que las dos piernas no se hundieran a la vez. Sin poder ver dónde había caído, volvió al lugar inicial y pensó: “No puedo perderlo”. Volvió a deslizarse por el barranco, y detrás de ella se desprendieron unos bloques de nieve. Ahora no sabía cómo volvería a subir.
Entonces ocurrió el milagro. Una mujer se acercó a caballo, y le preguntó qué hacía en un lugar tan peligroso. Lestido le explicó la situación en su precario inglés. “¿Hablás español?”, le preguntó Vala Ísleifsdóttir, una islandesa que había vivido un año en Ecuador. Tanto ella como su marido, Gudni, que llegó minutos después, le advirtieron que saliera de allí lo antes posible. Su vida estaba en peligro, aseguraron. Pero la artista argentina rogó por ayuda, y la pareja se apiadó. Atada por una soga, Adriana logró arrastrarse boca arriba hasta recuperar el teléfono que encontró bajo el agua. Todavía funcionaba.
Lo que no funcionaban, ahora, eran sus piernas. Entre ambos la llevaron hasta su cabaña, donde enfrentó otro desafío: quitarse la campera y las botas, ya que el cierre y los cordones se habían congelado. Una vez que lo logró, pudo ver que los dedos estaban morados. Y gritó de dolor cuando el agua caliente tocó sus pies.
“Situaciones así, de riesgo, hubo muchas. Me mandaba por algunos lugares en los que sabía que si me pasaba algo nadie se iba a enterar”, dice ahora a LA NACION, de regreso en Buenos Aires. Aquí estrenará el sábado próximo en el Malba su primera película: Errante: la conquista del hogar, documental reconocido el año pasado con el Premio a la “Innovación artística” al mejor largometraje argentino en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que se presentará en julio en el Festival de Maine.
Producido por Lita Stantic y Maravillacine, es un registro de sus viajes en solitario durante meses alrededor del Círculo Polar Ártico: Islandia, en norte de Noruega y las Islas Svalbard. En estas últimas, explica, “es limitado el lugar donde uno se puede andar solo. Después de pasado cierto límite hay que ir con guías armados, porque hay más osos que personas”.
La falta de presencia humana, justamente, es una de las características de este film que llaman la atención. Conocida sobre todo por su icónica fotografía Madre e hija de Plaza de Mayo (1982) –que en estos días integra la muestra Breve Historia de la eternidad en el Centro Cultural Recoleta– y sus series Mujeres presas (1991-1993) y Madres e hijas (1995-1999), Lestido retrató todas las emociones que puede expresar una persona. A partir de El amor (1992-2015) se fue desprendiendo de ese registro hasta llegar a los desolados paisajes de Antártida negra (2012). El resultado, ya compilado en un libro que lleva el mismo título (Capital Intelectual, 2017) y acompañado por sus diarios de viaje (Tusquets, 2017), se podrá ver desde el 7 de junio en el Centro Cultural Borges.
El pasaje entre ambos lenguajes tuvo su punto de inflexión en Madrid, en 2010, cuando exhibió en Casa de América la retrospectiva que había presentado dos años antes en el Recoleta. De visita en una muestra de Miquel Barceló en CaixaForum, se encontró con unos pequeños cuadros blancos que el pintor español había realizado tras pasar un tiempo en el Sahara. “Sentí muy fuerte que por ese lado tenía que ir: a un desierto –recuerda-. Ahí iba a poder sacarme de encima todo lo que necesitaba; hacer el espacio para poder pasar a otra cosa”.
Entusiasmada con la idea de expresar algo a través de “los elementos en su pureza”, se iluminó cuando conoció a una bióloga que le contó que estaba por viajar en barco a la Antártida. “Claro, es nuestro desierto blanco. Ahí tengo que ir”, pensó. Así que se inscribió a una de las residencias coordinadas por Andrea Juan, y en 2012 se dispuso a pasar un mes y medio en la Base Esperanza.
“Cambiaron nuestro destino: ahora dicen que vamos a la Isla Decepción. ¡De Esperanza a Decepción! Igual puede estar bien, es una isla chiquita, en las Shetland. Tiene un volcán activo y fumarolas en la playa. Honrar el presente: el instante es la meta. La esperanza es ilusión, futuro. Estar en lo que es. Para algo pasa esto”, escribió el 24 de febrero de ese año, con la misma filosofía que mantiene hoy. En lugar de un “desierto blanco”, en aquella isla volcánica encontró un árido horizonte de rocas oscuras, que derretían la nieve de inmediato.
“Fue una locura. Esperanza era una base hermosa, en la que íbamos a tener WiFi y una habitación para cada uno... Esta parecía una celda tumbera –recuerda con humor-. Igual estuvo buenísimo, porque es lo de siempre: estar abierta a lo inesperado. Soltando el control aparecen muchas cosas y ése es el aprendizaje, lo que tanto cuesta. La Antártida fue para mí una serie de pasaje: tuve muy claro que necesitaba volver a ser aprendiz, había llegado a un límite con la fotografía. No digo que nunca más vuelva a hacer fotos, porque sigo haciendo, pero necesitaba otro lenguaje expresivo”.
El cine, para ella, había estado en el origen de todo. Fue así como llegó en 1979 a la fotografía, que la cautivó con su potencial de libertad e independencia, pero que también abordó según ella de forma “cinematográfica”: siempre en busca del relato visual, de la historia que genera una imagen en conexión con otras de una misma serie. Así que cuatro décadas después de aquel comienzo no dudó en vender su amada casita de la playa, en la que pasaba cada verano, para emprender una nueva aventura. Esta vez a solas, sin equipo técnico de apoyo, con “la intención de priorizar la experiencia personal de soledad en lugares extremos y desconocidos”.
Entre enero de 2019 y mayo de 2020 realizó cuatro viajes, que le permitieron filmar las auroras boreales y explorar durante ocho meses las zonas pobladas más cercanas al Círculo Polar Ártico. Ocho semanas pasó en una cabaña en el norte de Noruega sin Internet ni agua, que traía con bidones desde una estación de servicio ubicada a dos kilómetros de distancia. Para bañarse en la casa de una vecina, debía cruzar una montaña.
La pandemia y el cierre de las fronteras la encontraron en una cabaña muy chiquita en una granja, en las afueras de un pueblito de Islandia, que había alquilado por diez días. Terminó quedándose tres meses, agradecida de que se profundizara el aislamiento. “Fue un regalo de la vida estar ahí, sin turistas –explica-. Estuvo buenísimo, porque ese invierno fue durísimo y no terminó en marzo. Puede quedarme hasta fin de mayo y registrar lo que quería: el nacimiento de los corderitos y las cabritas, la suelta de los caballos. La primavera, la vuelta a la vida”.
Así se cierra un relato que conmueve casi sin palabras, salvo por algunas citas de autores como Haruki Murakami, Luis Alberto Spinetta y Liliana Bodoc. Apenas interrumpidos por un par de canciones que Lestido estaba escuchando mientras filmaba, los ritmos y los sonidos de la naturaleza complementan las imágenes, que ahora suman movimiento y color.
“En esta época de la humanidad donde la inmediatez y lo efímero reina, esta película nos propone el regreso a una acción esencial del ser humano: la contemplación -consideró el jurado que premió el largometraje en el Festival Internacional de Mar del Plata-. Observar y habitar el entorno de un lugar tan inhóspito y mágico como es el Polo Norte, en donde la artista se arriesga a proponernos un viaje ancestral hacia nuestro propio interior. Con el enorme coraje de recuperar los orígenes no solo del ser sino también de la experiencia cinematográfica para que siga sucediendo en una sala de cine. La directora vuelve a encender el fuego eterno de la creación audiovisual”.
El film deja algo aún más profundo, experiencias cuyas enseñanzas siguen todavía decantando y que Lestido prefiere no poner aún en palabras. Aunque algo se insinúa cuando cuenta que “para manejar en el hielo resbaloso hay que estar entrenado también. El auto pide la misma actitud que uno tiene que tener: no resistir, fluir. No hacer maniobras bruscas. Hay que ir despacio, con precaución, y cuando el auto patina, seguir el movimiento. El tema es que ese patinaje a veces se daba en caminos de precipicio. Muchos los hice rezando, hubo situaciones heavy”.
-Me da la sensación de que el aprendizaje del viaje tiene mucho que ver con eso de no resistir.
-Claro. Yo soy una mujer grande, y siempre he estado en una actitud de aprendizaje. Hay cosas que voy incorporando. Pero también cuesta soltar el control y abrirse. Y de eso se trataba.
-Eso es lo que enseña la naturaleza, porque es una fuerza superior.
-En estos diarios de este viaje, que está editando Guillermo Saccomanno y van a ser publicados por Paripé Books, anoté una cita del I Ching que dice: “¿De qué le sirve a la naturaleza el pensar, de qué preocuparse?” Y es un poco eso: nada se puede controlar. Se trata de tener la suficiente apertura para ver lo que la vida te pone delante, más allá de lo que uno espera. Conectar con eso y hacer espacio para que se manifieste lo que se tenga que manifestar. El aprendizaje nunca es inmediato: si es de verdad, lo vas sintiendo con el transcurso del tiempo. Pero vivencialmente di un salto, y eso se acompaña con el hecho de haber abordado un nuevo lenguaje. Espero haber subido un escaloncito más.
Para agendar:
Errante: la conquista del hogar, documental de Adriana Lestido, desde el 3 de junio en el Malba, los sábados a las 18; en sala Lugones, del 1 al 8 de junio, y en el Gaumont, del 8 al 14 de junio. Antártida negra, muestra de fotografías de Lestido, desde el 7 de junio en el Centro Cultural Borges.