80 años sin Virginia Woolf. Por qué su obra sigue vigente
Editores, escritores y traductores indagan en la polifacética autora, referente del modernismo inglés, que desde sus letras fue una de las voces fundamentales del feminismo
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“Desde la aparición de su retrato en la revista Time en 1937, después de que Los años se convirtiera en best-seller, y más aún cuando comenzó a divulgarse su famosa foto de perfil –una de las postales más vendidas de la National Portrait Gallery–, se fue dando un proceso singular que originó una verdadera iconización”, detalla Irene Chikiar Bauer en la monumental La vida por escrito (Taurus).
“Lo primero que deberíamos decir es que fue una escritora que revolucionó la literatura y que es referente ineludible del modernismo inglés –aclara la responsable de la primera biografía de Virginia Woolf escrita en castellano–. Lo que quiero decir es que, cuando se habla de escritores como, pongamos por caso, James Joyce, o Borges, e incluso Proust, lo primero que se hace es valorar su literatura. Y recién después referirse a particularidades de carácter. En cuanto a Virginia Woolf, fue tan polifacética y compleja como suelen serlo las sensibilidades excepcionales a las que se les une el genio artístico”.
Virginia se atrevió a escribir sobre las injusticias intelectuales y políticas que atravesaban las mujeres, la condición femenina, la sexualidad, cuestiones de cuerpo, cultura, género, identidad, en una sociedad que imponía restricciones a quienes no se ajustaban al perfil moral y ético imperante. Las relecturas de sus obras –Orlando. Una biografía, La señora Dalloway, Tres guineas, Un cuarto propio, por nombrar algunas de las más representativas– la colocan en un lugar de referencia, en un ícono que se agiganta a partir de las apropiaciones feministas, posfeministas y queer, por su vigencia a la hora de analizar y plantear interrogantes.
“El proceso de iconificación de Virginia Woolf es interesante y complejo. Brenda Silver le ha dedicado un libro al tema (Virginia Woolf Icon) –puntualiza Chikiar Bauer a una semana de conmemorarse los 80 años de su muerte (se suicidó el 28 de marzo de 1941)–. Probablemente la iconificación de Woolf comenzó en los años 50, cuando su marido publicó parte de sus diarios personales, Diarios de una escritora, libro que Victoria Ocampo hizo traducir y publicar en español. Para las mujeres y escritoras, que ya habían leído sus novelas y libros fundamentales como Un cuarto propio, esto implicó un nuevo descubrimiento. Los diarios íntimos, luego la correspondencia, mostraron que Woolf no fue solo una escritora excepcional, sino que habló y reflexionó acerca de sí misma, sobre la condición de las mujeres, sobre la escritura, y sobre su época con profundidad e inteligencia, y eso conmueve e invita a los lectores a sostener un diálogo interno con sus libros y consigo mismos. Su foto de perfil, probablemente, sea la postal de las más vendidas por la National Portrait Gallery, por todas estas razones”.
En su extenso análisis de las representaciones visuales de la escritora, que han circulado en la cultura angloamericana, Brenda Silver reconoce en su libro que le otorgaron a Woolf una visibilidad, inmediatez y celebridad muy rara en los escritores vivos y más extraña aún para los del pasado: “Mis estudios comienzan con la premisa de que la consagración de Virginia Woolf como ícono cultural transgresor y las reacciones contradictorias y a menudo vehementes que provoca obedecen a su lugar en los límites entre la alta cultura y la popular, el arte y la política, la masculinidad y la femineidad, la mente y el cuerpo, el intelecto y la sexualidad, la heterosexualidad y la homosexualidad, la palabra y la imagen, la belleza y el horror, entre otros. Esta división refleja los lugares múltiples y contradictorios que ella ocupa en nuestros discursos culturales”.
La revaloración de su pensamiento
La antropóloga e investigadora Marta Lamas, en el ensayo publicado en la Revista de la Universidad de México, “Actualidad de Virginia Woolf”, analiza la permanencia del pensamiento de la escritora que buscó otorgarle voz a las mujeres y romper con los cánones y las reglas impuestas por la sociedad vitoriana. “Sus batallas políticas están en sus letras –enfatiza Lamas–, pero como no cree en las obras de arte ‘políticamente correctas’, no usa su literatura como panfleto, solo deja vislumbrar su feminismo y su pacifismo en los diálogos y actitudes de sus personajes”.
“Lo que Woolf hace es fundacional para el feminismo y para los estudios de género del siglo XX –aporta Irene Chikiar Bauer–. De ahí que fuera celebrada por muchos y también malinterpretada en su momento. Por escribir textos como Un cuarto propio, que marca un antes y un después para la escritura de las mujeres, y Tres Guineas, ensayo feminista y pacifista, fue recuperada por el feminismo a partir de los años setenta del siglo XX. Todas las que siguieron, de Simone de Beauvoir a Gayatri Spivak, pasando por Susan Sontag, Victoria Ocampo, hasta Judith Butler, la tuvieron en algún sentido como referente”.
En su investigación doctoral sobre Victoria Ocampo, Manuela Barral examinó las misivas que la autora argentina mantuvo con Woolf, luego de haberse conocido en 1934, en una muestra del fotógrafo Man Ray en Londres. El trabajo editado y prologado por Barral, traducido por Virginia Higa y Juan Javier Negri, se publicó a través de la editorial Rara Avis con el título Victoria Ocampo- Virginia Woolf. Correspondencia. “Uno de los aspectos que me llamó la atención mientras realizaba este trabajo fue ver a Victoria y a Virginia como agentes culturales, como editoras en el campo cultural internacional –cuenta Barral–. Las primeras traducciones de Woolf en Latinoamérica se tramaron en estas cartas. En ese sentido, lo que me sorprendió fue que Virginia le sugiere y recomienda a Ocampo que las traducciones de su obra empiecen por Un cuarto propio”.
En ese epistolario se develan también las preocupaciones tan presentes de la autora británica por las diferencias entre hombres y mujeres. “Woolf le habla a Ocampo (la Okampo, como le escribía) sobre la escasez de autobiografías escritas por mujeres; y, al mismo tiempo, se la pasa diciendo que está ocupada cocinando o limpiando porque la señora que la ayudaba no había podido ir porque debía cuidar a su hijo que estaba enfermo. No quiero ser anacrónica y decir que Woolf ahí no habla de trabajo no remunerado, pero sí, en ese sentido, me parece que la correspondencia permite adentrarse en el largo y tenso proceso de concientización sobre las diferencias sexogenéricas y cómo en esa cotidianidad que describe Virginia surge que su esposo, Leonard Woolf (escritor y economista de quien adopta su apellido), no tenía que enfrentar las mismas tareas domésticas que ella. Sin dudas Virginia y Victoria Ocampo han sido feministas pioneras y además han reflexionado en sus obras sobre los problemas del patriarcado. El caso de Woolf es más conocido y además ha logrado esa expresión tan certera de la necesidad de un cuarto propio y Ocampo ha escrito muchísimo sobre las dificultades que tuvo como mujer para ingresar de lleno al mundo de las letras en la Argentina. Y esto es algo interesante de la correspondencia: puede verse que la formación feminista de Victoria empieza con Woolf, quien le recomienda enfáticamente que escriba su autobiografía por este motivo de que muy pocas mujeres lo han hecho”.
“La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: «Escribe si quieres; a mí no me importa nada.» El mundo le decía con una risotada: «¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?» planteó Woolf en Un cuarto propio (1929).
“El ensayo capital (basado en una serie de conferencias que desarrolló en el Newnham College y el Girton College) no solo anticipa, sino que marca la agenda y deja esbozado el programa que llevamos un siglo desarrollando todas las que investigamos y reflexionamos sobre el lugar de las mujeres en la cultura –enfatiza la autora española Laura Freixas , que tradujo al castellano dos de sus diarios íntimos– . Fue el primer ensayo realmente moderno sobre esta cuestión, y sigue siéndolo”.
La falta de tradición en la literatura escrita por mujeres fue una de las preocupaciones latentes de Woolf. “Entendió muy tempranamente la importancia de las condiciones materiales para la producción artística e intelectual y señaló las desventajas de las mujeres en este terreno y lo sintetizó con contundencia”, subraya Manuela Barral.
“Su experiencia como editora artesanal en la Hogarth Press junto a su esposo Leonard Woolf (en 1917 comenzaron un proyecto de edición artesanal, en su casa en Richmond) resulta en cierta forma emancipadora –apunta el editor y traductor Eric Schierloh, responsable del sello Barba de Abejas que publicó recientemente Leer y reseñar–. Sobre todo respecto a cierta tradición, lo mismo que sus reflexiones referentes a la impresión manual (tipográfica) y la edición artesanal (que durante varios años incluye la encuadernación a mano). Virginia construyó un proyecto editorial para un grupo de amigos (Bloomsbury) y para su propia obra. En este sentido también fue innovadora”.
Fue en la Hogarth Press que el matrimonio publicó textos de escritoras y escritores contemporáneos, como Katherine Mansfield, Sigmund Freud, T.S. Eliot, E. M. Forster, Máximo Gorki, Fiódor Dostoievski, León Tolstoi y Vita Sackville-West (la escritora que Woolf transformó en el personaje central de Orlando. Un biografía). Allí los Woolf lograron la independencia del proyecto editorial y de su propia escritura. “Si a la lectura y la escritura Virginia les piensa un cuarto propio, la editorial funciona como la casa (editora) que lo engloba todo”, reflexiona Schierloh, que actualmente prepara una publicación acerca de los pensamientos de Woolf en torno a la edición artesanal.
La urgencia por cambiar las cosas
En su trabajo como traductora de la nueva edición de Tres guineas (Ediciones Godot), Laura García, licenciada en Letras y librera en Club Hidalgo encontró a una Woolf “apasionada, clarividente y, lo que quizás más me impactó, desesperada. La urgencia por cambiar las cosas y el dolor de saber que difícilmente cambien dan lugar a una voz apremiante, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurre en Un cuarto propio, un libro hermano en muchos sentidos, donde hay más tiempo para pensar, para imaginar. Woolf publica Tres guineas apenas un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, un momento que ella considera bisagra. Recordemos que la Primera Guerra implicó para la mayoría de las mujeres el ingreso al mundo del trabajo, porque tuvieron que reemplazar a los hombres que fueron a pelear. Woolf advierte las implicancias de este ingreso de las mujeres en el trabajo y luego en las universidades de los hombres, y no lo celebra para nada. Es la oportunidad de hacer todo de nuevo, en lugar de ir a las mismas universidades, hacer los mismos trabajos, reproducir las mismas familias. Es una mirada no esencialista y muy situada: las mujeres pueden desempeñar este papel por el momento histórico de apertura en el que se encuentran, no por el simple hecho de ser mujeres. Sin duda se anticipa a muchos debates del feminismo”. Por su parte, Víctor Malumian al frente de Ediciones Godot, destaca: “Tres guineas es uno de los primeros ensayos que ponen el acento en las asimetrías entre hombres y mujeres en el acceso a la educación, a los puestos de poder y a la división de las tareas y expectativas por parte de la sociedad. Cobra aún más fuerza si consideramos que fue escrito cerca de 1938 y no solo la mayoría de los problemas que describe siguen vigentes, sino que aporta a la discusión del tipo de sociedad igualitaria que queremos construir.”
En Woolf, la esfera privada, pública y política no están separadas, sus textos difícilmente permanezcan indiferentes. “La complejidad de un carácter como el suyo –sintetiza Irene Chikiar Bauer– no admite definiciones tajantes ni facilistas”. Virginia supo difuminar los límites para ir más allá: “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.”