20 años después. Se estrena la película en la que Paul Auster y el director argentino Alejandro Chomski trabajaron juntos
Fue en Buenos Aires donde imaginaron adaptar El país de las últimas cosas hace dos décadas: “Lo sostuvimos porque creíamos en este proyecto”, afirma el cineasta
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“Tal vez el mayor problema sea que la vida, tal como la conocíamos, ha dejado de existir. En nuestras mentes reina la confusión; todo cambia a nuestro alrededor, cada día se produce un nuevo cataclismo y las viejas creencias se transforman en aire y vacío. He aquí el dilema, por un lado, queremos sobrevivir, adaptarnos, aceptar las cosas tal cual están; pero, por otro lado, llegar a esto implica destruir todas aquellas cosas que alguna vez nos hicieron sentir humanos”, cuenta Anna Blume, la narradora de El país de las últimas cosas, la novela que Paul Auster publicó en 1987 y cuya versión cinematográfica, dirigida por el argentino Alejandro Chomski, llegará a las salas locales el próximo jueves.
“Veinte años de mi vida”, dice el cineasta que concibió con el autor estadounidense la adaptación de la obra que, en su momento se enmarcó en el género de la ciencia ficción, pero que hoy, aquellas imágenes se acercan a un universo demasiado cercano. “La película es una parábola, una reflexión de lo que le puede pasar al hombre si no toma medidas urgentes –advierte Chomski–. La destrucción de la naturaleza, del ser humano en manos del hombre”.
Dedicada a Siri Hustvedt, la novela abre con la frase de Nathaniel Hawthorne: “No hace mucho tiempo, penetrando a través del portal de los sueños, visité aquella región de la tierra donde se encuentra la famosa Ciudad de la Destrucción”. La misma cita da inicio a la película que comenzó a gestarse en Buenos Aires en 2002. Fue un amigo en común, Jim Jarmusch, el que hizo posible el encuentro. Paul y Siri habían llegado invitados por la Feria Internacional del Libro, por lo que Jarmusch les recomendó que tomarán contacto con Chomski, a quien había conocido a través del serbio Emir Kusturica. El director argentino narra la experiencia en El libro del desvarío humano (Caleta Olivia, 2020); cuenta que estaba en trabajando en la posproducción de La peste, de Luis Puenzo, en los estudios Billancourt de París. En esos mismos estudios conoció a Kusturica, quien le pidió que lo acompañara a filmar el making off de la adaptación de Crimen y castigo. El proyecto no prosperó y a pesar de que el serbio le propuso sumarse al equipo de Underground, Chomski se instaló en Nueva York para foguearse con aquél universo y tiempo más tarde trabajar al lado de Jarmusch. La amistad con el blondo se confirmó frente a los ojos del público argentino cuando se paseó como una de las estrellas más buscadas en la tercera edición del Bafici (2001) y tras participar del documental ¿Quién es Alejandro Chomski?, que dirigió Santiago García Isler, donde se intentaba develar la incógnita en la voz de personajes como Kusturica, Julie Delpy, Ben Gazzara y Charly García (en YouTube está disponible Existir sin vos: Una noche con Charly García, película de Chomski que muestra una larga e impredecible sesión de ensayo en 1994).
“Con Paul Auster nos encontramos varias veces en Buenos Aires, hablamos de cine, de libros, de la vida misma, de nuestros antepasados. Fue a horas de que se fuera del país –describe- cuando, café de por medio, vimos un grupo de cartoneros con caballos. Parecían un ejército. Nos miramos y dijimos esto es El país de las últimas cosas. De esa mirada, de ese sentir se encendió la idea de hacer la película. En el comienzo de la novela están estos seres, estos buscadores de objetos, que son como los cartoneros”.
La solución más común entre los pobres es hacerse trapero. Este es el trabajo para los que no tienen trabajo y yo creo que al menos un diez o veinte por ciento de la población se dedica a esto –escribe Anna durante su viaje a la ciudad en busca de William, su hermano desaparecido–. Yo misma lo hice durante un tiempo y la verdad es que una vez que empiezas te resulta casi imposible parar. El instrumento preferido para transportar la basura es el carro de supermercado, similar a aquellos que teníamos allí, en casa.
Dejame que la vuelvo a leer y te llamo, le dijo Chomski a Auster. “Lloré, me emocioné tanto porque lo que cuenta en esas páginas es una devastadora analogía de la Argentina, de lo que ocurrió en 2001 y lo que se veía en la calle por aquella crisis, esa desigualdad, ese contraste del que con Auster fuimos testigos ese día. Le mandé la propuesta y comencé a escribir el guion. Terminamos coescribiéndolo [Auster pidió no aparece en los créditos como coguionista, pero sí figura como productor ejecutivo]. Fue un ida y vuelta que duró 20 años. Ese país, el de las últimas cosas, con el tiempo dejó de ser Argentina y pasó a ser Haití, Venezuela, Grecia. En la película ya no hay un país de las últimas cosas, es simbólico, es metafórico, es parabólico. En el film uno ve que el mundo se cae a pedazos, de alguna manera te toca, te emociona”.
El rodaje fue antes de la pandemia, en 2019, y después decidieron esquivarla, no poner ninguna imagen de gente con barbijo ni hacer referencia a ningún virus. “Era mejor mantener la historia como estaba concebida, no anclarla en un momento. La destrucción está en este país imaginario, abstracto. Esto pasa en todos lados y en ningún lado. Son situaciones atemporales que bien reflejan la condición humana y lo que significa vivir en un capitalismo que no funciona. Es universal, no se sabe dónde y qué momento es. La destrucción está ahí, en ese blanco y negro, en esa mirada abstracta”.
¿Recordás la devolución que te hizo Auster del primer guion?
Me envió una carta, además de escribir notas al pie del guion en las que proponía cambios, sugerencias. Viajé varias veces a Nueva York, me quedé en el estudio donde trabajaba. Él tenía su casa en Brooklyn, a la vuelta había alquilado un estudio para escribir, un lugar al que iba todas las mañanas. Un cuarto cerrado, lleno de gomas, de lápices de todos los tamaños y repleto de notas. Siempre me llamó la atención cómo sacaba punta a los lápices hasta dejarlos bien chiquitos. En ese lugar paraba y ahí escribíamos.
¿Tenían una rutina?
Trabajábamos de 9 a 1, siempre llegaba puntual, salvo en una ocasión que la noche anterior se quedó viendo una película y tomando vino. A la 1, parábamos para ir a almorzar a un lugar que estaba a dos cuadras. Pedíamos siempre la misma comida, un sándwich de pollo. Esa era la oportunidad que tenía para que se dejase invitar, porque siempre fue muy generoso. Después volvíamos a trabajar hasta las 5. Yo lo hacía desde mi computadora, él escribía en papel, en lápiz algunas ideas y me las dictaba. Después me pedía la computadora para leer y así hacíamos las correcciones. Sugería una idea, yo otras, las desarrollábamos. Le envié cada versión del guion y las devolvía con distintas observaciones. Fueron en total 18 guiones en 20 años de laburo.
El backstage de la producción merece su propia película.
Sí, me dijo que tal vez alguna vez escriba sobre esta experiencia compartida, está sorprendido por mi perseverancia por llevar adelante el proyecto. No renuncié nunca, durante todos estos años lo sostuvimos porque creíamos en él. No solo le enviaba los guiones, también vio cada corte: ¡17 cortes de montaje! Se los mandábamos subtitulados. Me llamaba, me decía lo que pensaba, intercambiamos ideas. Estuvo todo el tiempo muy involucrado. Me ayudó a buscar productores. Así llegaron Alexandra Stone, mano derecha de Jeremy Thomas que produjo a cineastas como Bernardo Bertolucci, Terry Gilliam, Takeshi Kitano, David Cronenberg; y Carola Infante, con su empresa Capa Pictures. Carola es hija del escritor Guillermo Cabrera Infante, que fue amigo de Auster. Fue un gran trabajo en equipo. Paul Auster confió en mí antes de que yo hiciera mi primera película [Hoy y mañana, estrenada en 2004] y eso me dio mucha fuerza para poder encarar una historia como la de El país de las últimas cosas, animarme a crear escenas que en el libro no están, pero que sí necesitaban su relato en el cine. Recuerdo que después de hacer Hoy y mañana, tomamos un vino y me dijo: ‘vos vas hacer El país de las últimas cosas porque este libro también es tuyo”.
El rodaje se realizó en los Estudios Pinewood de República Dominicana. El autor de La trilogía de Nueva York no estuvo en el lugar, pero antes del primer grito de acción mandó un audio para alentar al equipo: “Hola a todos. Estoy en un pequeño cuarto en Brooklyn y hace calor, probablemente igual que en donde están ustedes. Quiero agradecerles por estar allí y estoy seguro de que Alejandro les contó cuántos años pasaron desde que inició el proyecto, pero finalmente se volvió realidad. Sé que serán cuatro intensas semanas de filmación y trabajo duro. Espero que lo disfruten. No hay nada más grandioso y divertido que hacer una película. Estoy seguro de que será una muy buena. Disfruten mucho y les deseo las mayores de las suertes”.
A Chomski le gusta decir que armó una especie de Arca de Noé donde los personajes se mueven por un lugar que puede ser cualquier lugar, en el que se escuchan murmullos, voces en diferentes idiomas. Para construir este “arca de sobrevivientes”, el director armó un elenco con actores de diferentes nacionalidades: Jazmin Diz (argentina), Christopher Von Uckermann (mexicano), Maria de Medeiros (portuguesa), Juan Fernández (dominicano), Ettore D´Alessandro (italiano) y Margaux Da Silva (brasileña), entre otros. “El castellano es el idioma principal, pero aparece el portugués, el italiano, el francés. No importa el idioma, no importa si se entiende bien lo que dicen, o no, por eso mezclamos tonadas, para no anclar la historia en ningún espacio en particular, porque en algunas situaciones, en el lenguaje cinematográfico no importa lo que dicen, sino lo que representan, la manera en la que se puede ver y sentir esa degradación”.
La película estaba destinada a ser filmada en colores, así lo hicieron, pero para Chomski todo lucía muy chato, no era lo que quería mostrar. “No funcionaba, algo no estaba bien. En un momento se me ocurrió preguntarle a Andrés Tambornino, que es un genio del montaje, qué pasaría si virábamos todo al blanco y negro. Cuando lo hizo, nos abrazamos. Todo cobró sentido. Lo llamé a Diego Poleri, director de fotografía, y casi sufre un ataque cardíaco. Vio el material y comenzamos a trabajar en la textura del blanco y negro que tiene la película”.
¿Qué dijo Auster?
Me llamó exultante. “Ahora funciona, ahora funciona. Tenía tanto miedo. Sí, funciona”. Después de mostrarse tan entusiasmado me dijo “tenés para anotar” y empezó a darme indicaciones que aparecían a partir de este cambio, de lo que le despertaba el blanco y negro. Después, le enviábamos los cortes a Nueva York. Él los veía y me llamaba. Yo sabía que cada vez que sonaba el teléfono tenía que anotar lo que me decía. De 25 ideas, 20 eran excelentes y cinco no funcionaban. Siempre fue muy enriquecedor ese ida y vuelta.”
Como toda negociación, sin duda hubo un momento difícil de transitar. ¿Cuál fue?
Mostrar de forma abstracta la realidad de un país que está en plena descomposición fue la idea principal de la película, pero el corazón está puesto en la historia de amor que se cuenta en el medio de la desesperanza, a partir de esa historia uno puede imaginar la posibilidad de un mundo mejor. Porque el amor es la respuesta. El desafío era cómo mostrar el momento en el que Anna y Sam se enamoran. Y justamente, la discusión más ardua fue por esta escena, elegí una canción de Leo Dan, “Cómo te extraño mi amor”. A Paul Auster no le gustaba, insistía que no se iba a entender. Fue una discusión difícil, que tensó la relación. Revisé las tomas y conseguimos llegar a un acuerdo, no quería que después de 20 años termináramos distanciados…
En el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata El país de las últimas cosas tuvo su premier mundial y para la ocasión, Paul Auster envió un video que sirvió de presentación del film. “Quedó muy contento, con haberse involucrado de la manera en que lo hizo. Es uno de los padres de la película. Cuando le enviamos el film me quedé pegado al teléfono a la espera del veredicto final. ‘Lo vimos con Siri, Sofi [su hija] y su novio. Les encantó –dijo–. Hiciste, hicimos un buen trabajo. La peleaste mucho. Te felicito de corazón’. Corté y llamé a la prepaga”, bromea el director que también llevó al cine Dormir al sol (2012), la novela de Adolfo Bioy Casares, con quien también había compartido comidas y largas charlas. “A Bioy Casares le regalé La invención de la soledad; y a Paul Auster, La invención de Morel. No se conocían. No se habían leído”.