Yo soy una señora, de Jaime Bayly. Una saludable capacidad de hacer reír
Publicados originalmente en diversos medios de América entre 2004 y 2019, los breves pero numerosos relatos que componen Yo soy una señora, del peruano-estadounidense Jaime Bayly, contienen, aun en su ligereza o cómoda sencillez, algunas singularidades. Por un lado, la consabida libertad de Bayly para soltar la lengua de sus narradores sin proscribirles nada, incluida desde luego esa suerte de alter ego –un tal Jimmy Barclays– que solo parece poner a resguardo, y apenas, a su propia madre. Por otro, las características de un conjunto que habría que leer más bien como tal y no tanto desde la autonomía de cada texto, en los que el derrotero de sus protagonistas se reduce a una mínima peripecia, el esbozo de un estado de ánimo o algún recorte de su vida a manera de racconto.
Figura muy particular la de Bayly en el ámbito de las letras, e incluso más allá de ellas. Entrevistador sagaz que luego fue engolosinándose consigo mismo hasta encarnar una involuntaria autoparodia, su literatura pareció entregar durante algún tiempo siempre bastante menos de lo que prometía, pero lo cierto es que dichas promesas tenían dónde hacer pie. El crédito provenía de sus primeros libros, incluido aquel que un cuarto de siglo atrás se hiciera con el Premio Herralde –La noche es virgen–, en los que un cóctel efervescente de humor ácido, desprejuicio, sinceridad feroz y melancolía residual le permitían situarse en un registro tan personal como efectivo.
Estos relatos provienen de su faceta más superficial, en la que Bayly no ha perdido del todo su capacidad para, mientras de vez en cuando deja caer algunas pinceladas lúcidas respecto de determinados tipos sociales, hacer reír. Como se señaló más arriba, la perspectiva que los favorece o potencia es la del eslabonamiento, o bien de una zigzagueante continuidad. En rigor, las voces de estos cincuenta y un episodios retornan una y otra vez –Jimmy, su hermana, ocasionalmente la madre de ambos y alguna narradora más– para contar un viaje, un deseo, un momento, la mayoría de las veces a manera de soliloquios, de diálogos internos cuyo punto de llegada suele ser el mismo que el de partida, o bien dan cuenta de un pequeño traspié: Jimmy acosa a una Cenicienta que inesperadamente habla español, o le regala a su mujer ropa que ella misma ha donado, o es el hazmerreír de una fiesta a causa de la fuga de uno de sus genitales; su hermana Jimena proclama el derecho de ser gorda, o se lamenta por un intento de trío frustrado, o viaja a Cayo Hueso solo para atiborrarse de comida y sexo; Dora, la madre, se encapricha con que su hijo sea presidente.
Con o sin remate, en todos ellos Bayly coquetea con esa forma elemental que a falta de un término más amigable habrá que seguir llamando chiste.
Yo soy una señora, de Jaime Bayly (Alfaguara). 246 páginas. $ 3699