William Carlos Williams, el poeta que enseñó a mirar las cosas de nuevo
La vida cotidiana fue la materia principal de la obra del autor de “Paterson”, que marcó un quiebre en la poesía norteamericana
- 4 minutos de lectura'
Su padre, William George Williams, era un comerciante inglés que había vivido desde la infancia en República Dominicana; su madre, Raquel Helena Hoheb, una destacada pintora puertorriqueña educada en la París decimonónica. A diferencia de Borges, el primer idioma de William Carlos Williams (1863-1963) no fue el inglés sino el español; varios críticos atribuyen a su obra (entre las más importantes de la literatura estadounidense en el siglo pasado) “profundidades transculturales” caribeñas y latinas. “De ascendencia mixta, sentí desde la más tierna infancia que Estados Unidos era el único hogar que posiblemente podría llamar mío –le escribió al poeta Horace Gregory–. Sentí que fue fundado expresamente para mí, y que debe ser mi primer propósito en la vida poseerlo”. En cierto sentido, ese anhelo se concretó a través de su lenguaje poético, coloquial y misteriosamente reflexivo.
En su juventud, sus autores preferidos fueron John Keats y Walt Whitman; cada uno moduló la escritura elegante, metódica y vital de Williams, que publicó su primer libro en 1909. Después de pasar una temporada en Europa, donde completó su formación como médico en hospitales franceses y alemanes, se instaló con su familia en Rutherford, localidad de Nueva Jersey donde había nacido y donde murió, hace sesenta años, el 4 de marzo de 1963. Richard Ellman y Robert O’Clair lo llamaron “el médico literario más importante después de Chejov”. En su autobiografía, contó que su profesión le quitaba tiempo a la vez que le brindaba temáticas, personajes, voces. “Le encantaba ser médico, hacer visitas a domicilio y hablar con la gente”, reveló su esposa, Florence Herman, y agregó que Williams escribía en los ratos libres. “Me llaman, y yo voy. / El camino está helado / pasada la medianoche, un polvo / de nieve preso / en las huellas rígidas de los autos”, comienza uno de sus poemas.
Fue amigo de Ezra Pound, Hilda Doolittle, Denise Levertov y Kenneth Burke; en su madurez, se sintió eclipsado por el fulgor de La tierra baldía, de T. S. Eliot, y antes de su muerte fue reivindicado por la generación de los jóvenes poetas que tomaban distancia del academicismo, como Levertov, Robert Lowell, Charles Olson y Allen Ginsberg, al que Williams le dio varios consejos: no imitar a los viejos maestros, hablar con la propia voz y utilizar potentes imágenes visuales (también le sugirió que redujera a la mitad el célebre poema “Aullido”). Para ese entonces, ya había sido acusado sin pruebas de integrar una organización comunista, lo que le hizo perder el puesto de consultor de poesía en la Biblioteca del Congreso en Washington.
En 1950, se convirtió en el primer ganador del Premio Nacional del Libro en la categoría de poesía por Paterson, la epopeya modernista que volvió a ser centro de atención en 2016, con el estreno de la película homónima dirigida por Jim Jarmusch. En la Argentina, el libro fue publicado en 2020 por Ediciones en Danza con traducción de la poeta y profesora Silvia Camerotto.
“El Paterson de Williams es una de las obras más relevantes de la poesía norteamericana –dice Camerotto–. El poema es un trabajo de exploración que replantea orígenes y estructura. No hay conceptos sino ‘cosas’ de donde surgen las ‘ideas’ que constituyen su materia. En el relato todo cabe: lo interior y lo exterior. Williams creó lo que él mismo llamó ‘el idioma americano’, y, el sonido de ese idioma es un río que resuena y se multiplica. Todo cabe en Paterson: un hombre, su vida, una ciudad, las cataratas, la historia, el ascenso y el descenso. Lo que cabe se renueva en la belleza que existe en la emergencia cotidiana. Este Williams va mucho más allá de su conocido poema ‘La carretilla roja’. Cada lectura es una actualización de la lectura anterior: universal, interminable”.
“Williams expresó que para el poeta ‘no hay ideas sino en las cosas’ –recuerda el editor y escritor Javier Cófreces–. En Paterson las cosas son presentadas con una inercia que las crispa, las muta y descompone para volver a empezar. Desde un lenguaje atado a nuevos significados, el poeta elabora una síntesis universal desde una aldea imaginaria, y desde allí atraviesa los rincones más profundos de la sensibilidad humana”. En Kora en el infierno, donde Williams reunió anotaciones paradójicas (muchas escritas en recetarios), postulaba: “Con frecuencia un poema tendrá mérito por algún verso en particular o incluso por una palabra meritoria. Por eso cuelga pesadamente de su rama pero se mantiene firme, el árbol no está dispuesto a soltarlo”. Con el tiempo, el legado de Williams prospera, y no cae.ß