Argentina, 2197: dengue, ola de calor y caos financiero en el delirante futuro del escritor Michel Nieva
Ola de calor, dengue, caos financiero; Michel Nieva, porteño radicado en Nueva York, habla de La infancia del mundo, novela en la que apuesta por la ciencia y la ficción
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Nieva en La Pampa. Más concretamente en Victorica, antes llamada Luevucó. Fue la capital del territorio ranquel, allí donde llegó Lucio V. Mansilla en 1870 para luego publicar su célebre excursión. Allí llegó Michel Nieva, joven, una década atrás, en un viaje en carpa y a dedo –cuenta hoy él mismo–, buscando replicar aquella peripecia antropológica y protoliteraria de Mansilla. Trunca por una tormenta, la plasmó en un diario de viajes en el que registró un pueblo en el que casi nadie conocía a Mansilla, había algún deudo ranquel que lo recibió y en el que los jóvenes a los dieciocho años deciden irse a alguna ciudad en busca de futuro.
“Bastante distópico”, cuenta en un bar de Belgrano, pero deja saber que fueron un par de semanas cuyo registro quedó guardado. Nieva tiene un par de libros escritos (¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? y Tecnología y Barbarie, entre otros, ambos publicados por la editorial independiente Santiago Arcos), pero su llegada a Anagrama con su novela La infancia del mundo lo ubica en, si vale la analogía geográfica, otro espacio dentro del mismo territorio: “Yo era un outsider. Llegué de casualidad a la librería de Francisco Garamona, La Internacional Argentina, porque mi hermano vivía cerca, y así conocí a un par de editores. No tenía mucho contacto con el mundo editorial”, explica. Su reciente libro, un creativo y hasta delirante ejercicio de ciencia ficción bien argentina, presentado días atrás junto con Rafael Spregelburd, se ha convertido en un pequeño fenómeno por lo extraño: transcurre varios siglos en el futuro; tras una crisis climática que derrite hielos antárticos, Victorica se convierte en el epicentro de una trama biológica y financiera, y en la capital de lo que podríamos llamar el Caribe Pampeano. “Para mí, el pasado y el futuro son una buena forma de hablar del presente”, dice Nieva.
Uno de los protagonistas es un niño-dengue, un tema biológico y una mutación con referencias a Kafka, que atrapó a Nieva. “Es una enfermedad tropical, o subtropical, de zonas periféricas”. Olas de calor, virus, caos financiero, dengue: cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia. Allí, en el futuro posterior al 2197, de hecho, nadie sabe qué es el frío y mucho menos la nieve. “Porque en el futuro en el que transcurre esta historia, el frío, el invierno y la nieve habían desaparecido para siempre de la Tierra, y no había manera empírica de experimentar, al menos para un miserable niño de Victorica, sus efectos”, se lee hacia el final de La infancia del mundo.
Nieva en Nueva York: desde hace unos años, una oferta laboral convirtió a este fanático de la ciencia ficción, estudiante de Filosofía en Puán y experto en filosofía antigua (hacía traducciones del griego) en profesor de literatura argentina en el Departamento de Lenguas Romances de la New York University. Vive en Harlem, y de ahí va en bicicleta a la universidad. En sus clases, y no es casual, explica y difunde obras de Sarmiento, Borges y Samanta Schweblin. Se filtra en su obra –consciente de cierta tradición de las letras argentinas– una idea del futuro. Y ese es uno de los aportes de Nieva, que puede ser leído junto al también reciente Brasil al Sur, de Pablo Plotkin (Emecé, 2022): ¿cómo pensar el futuro de la Argentina desde la ficción?
Género menor
Para el desafío, Nieva cuenta con varios antagonistas, formas y cánones establecidos a los que oponerse. Primero, desde el terreno fantástico: “Yo era más del gueto de la ciencia ficción, tenía un interés en el ciberpunk. Leía la revista El Péndulo, y luego la obra de Philip K. Dick me abrió la conexión con la filosofía. O temáticas borgeanas como la ficción, el original y la copia, o ahora la aceleración del mundo capitalista. Piglia decía que cuando Borges escribía género fantástico lo hacía porque buscaba meterse en un género menor, secundario respecto de la gran novela, porque eso le daba más libertades. Y está esa frase de Borges de que la metafísica es un subgénero de la ciencia ficción”.
A la referencia a Piglia, mentor también de las letras argentinas y su difusión académica en Estados Unidos (con sus clases en Princeton o Harvard), Nieva le suma su particular perspectiva de la literatura actual: “Una profesora en un taller me dijo que no tenía vuelo literario. Bueno, ¡es que en mis cuentos no hay aviones, hay cohetes! Me gusta creer que la ciencia ficción no es literatura, lo reivindico: no me interesa decir que en la Ilíada había androides o que el loro de Flaubert es en realidad un mutante. Prefiero salir de los cánones de la idea de autoría, de la experimentación formal. Y también de ese realismo de monoambiente tan habitual”.
A esas “literaturas del yo” encerrado en la urbe, de hecho, la obra de Nieva le opone un recorrido fragmentario montado sobre un suburbio global ubicado en el último confín habitable y de playas, posdeshielo. Consciente también del juego arquitectónico detrás de la trama y los personajes, Nieva ideó un mecanismo narrativo en el que la ciencia, justamente, lo ayuda en la ficción: la biología, la geología aparecen no solo en la jerga sino también en una temporalidad diferente: Palermo, las mariposas o YPF son arcaísmos funcionales.
“La novela moderna trae historias medibles en tiempos humanos, desde un sueño hasta el “yo” o Cien años de soledad. Una vida, o a lo sumo una dinastía familiar. Yo quería salir de eso, escapar de esa temporalidad, y la geología me permite eso, son tiempos largos. La biología, también. Los de la Tierra o los virus son tiempos no humanos. Y además son disciplinas que, en su creación, en sus primeros discursos, tenían mucho de literario”, dice Nieva. En la novela, la pretensión descriptiva de las expediciones científicas se cruza con la vigencia del aedes aegypti, el lenguaje agresivo de niños en el recreo o la notable familiaridad argentina con los descalabros bursátiles. Ciencia y ficción.
Juego prospectivo
Uno de los personajes de la trama, de hecho, es la consola de videogames Pampatronics (y sus réplicas truchas) y también es una buena definición de la literatura que propone La infancia del mundo: un juego prospectivo, de realismo especulativo, altamente geolocalizado. “Es hasta paródico respecto del capitalismo tecnológico que recurre al imaginario de la ciencia ficción para vender productos”, explica Nieva. De hecho, huyendo de la Gran Novela y de la literatura del yo, se encuentra con dispositivos narrativos extraños y útiles, como la cartografía (hay mapas del Caribe Pampeano complementando el texto), un Museo de Ciencias Naturales (y sus piedras añejas) o videojuegos apócrifos (Cristianos versus Indios).
En definitiva, Nieva profundiza y estiliza algunas claves de esa mirada entre erudita y punk, de un joven lector influenciado por las tradiciones filosóficas y sus cosmovisiones europeas, con una curiosidad por narrar desde la tradición y la territorialidad (geográfica e histórica) argentinas: “La ciencia ficción que me interesa es la que está más conectada con poetizar el discurso científico. Me interesan esos registros porque tienen la capacidad arquitectónica de narrar otras temporalidades. Entre el pasado y el futuro, elegí que el presente, lo más realista, quedé encerrado en un videojuego…”.
–En esa construcción de futuro el siglo XIX vuelve a aparecer como referencia.
–Me interesa mucho por eso: Facundo tiene geografía, geología. También otro libro de Sarmiento que analizo que es Argirópolis. O Lugones que puede ser leído como steampunk, o el propio Mansilla. Creo que Bioy Casares también puede ser leído así. O el Borges de “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” que se editó en Estados Unidos con prólogo de Wiliam Gibson, figura ciberpunk… Saltear la literatura moderna te permite pensar de otra manera, no solo desde Asimov o la tecnología como uno de los grandes triunfos de la humanidad. También recuperar grandes épicas medievales, o grandes relatos como la Biblia o el Popol Vuh, la creación de mundos. Entender el tiempo contemporáneo es, al final, un juego entre pasado y futuro.