Una saga familiar, de Egipto al mundo
André Aciman, el autor egipcio-estadounidense de origen judío, conocido sobre todo por la novela y la película Llámame por tu nombre, dijo en una entrevista que sus obras se basan en recuerdos. No porque le gusten estos, sino porque le gusta el proceso de recordar. Ese es el origen de Ocho noches blancas; Harvard Square, Variaciones enigma; Encuéntrame; y su primer libro: Lejos de Egipto. Una autobiografía (Libros del Asteroide), que acaba de salir en español. Es quizá su obra más acabada. Aunque Aciman lo define como el recorrido de su niñez y adolescencia, podría considerarse una novela en primera persona sobre la saga familiar desde su bisabuela hasta él. Sus raíces son turcas, italianas, españolas. La diáspora llevó a los Aciman a Turquía, Italia, España, Alemania, Egipto (Alejandría), Inglaterra, Francia, y los Estados Unidos. Todo eso en un período de más de cien años, que incluye la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y el gobierno de Nasser que expulsó a extranjeros y judíos de Egipto en las décadas de 1950 y 1960.
La obra se abre con un capítulo de título apetitoso: “Soldado, viajante, estafador, espía”. Es un retrato delicioso del tío abuelo del narrador, “Tío Vili”, nacido en Turquía durante el período otomano. Vili se las ingenió para “encontrarse” documentos de un antepasado italiano (quería ser “europeo”) y adoptó esa nacionalidad. Luchó contra los austríacos en la batalla de Caporetto, pasó a Egipto, se radicó en Alejandría; fascista acérrimo, se acercó a los británicos cuando le convino, les ofreció espiar… a los italianos: lo hicieron millonario.
Aciman creció entre seres excéntricos, tan cómicos como trágicos. Su abuela materna, Adèle, era de una bondad astuta, posaba de víctima, la habían apodado la “santa”. A la abuela paterna, Esther, le encantaba pasar por una francesa distinguida, la llamaban “la princesa”. La madre del pequeño André era sorda y tenía una elocución que solo entendía el niño: lanzaba gritos y chillidos terribles cuando se enojaba. Adoraba a su hijo, que se avergonzaba del comportamiento materno. Ella lo sabía. No se quejaba. Su esposo, el padre de André, era un hombre buen mozo, empresario textil, que tuvo un flechazo con esa rara mujer, lo que no le impidió serle infiel hasta el final y defenderla siempre.
Los integrantes del clan eran ricos. Cuando vieron la creciente tendencia nacionalista de los egipcios, empezaron a sacar dinero y bienes de Egipto. El padre de André no lo hizo: le iba demasiado bien con su fábrica. Fue el último de la familia echado por Nasser en 1965. André y sus padres llegarían a Siracusa, pobres, en la segunda clase de un barco.
A cada uno de sus personajes menores, Aciman les dedica retratos siempre antológicos. El “elenco” es numeroso y rico en lirismo, dramas y humor. Hay resonancias proustianas (las tías, las abuelas). Pero Aciman dijo que el impulso de escribir su libro nació de Léxico familiar, de Natalia Ginzburg; y de Memorias de un antisemita, de Gregor von Rezzori. También hay un imprevisto efluvio de El gatopardo, de Tomasi di Lampedusa y de la película homónima de Visconti. Un capítulo, “El baile del centenario”, celebración de los cien años de la bisabuela, recrea en Alejandría el baile de El gatopardo. La bisabuela baila un vals de Verdi.
La última noche que el adolescente André pasó en su ciudad natal, lo hizo sentado en la playa mirando el mar. Es uno de los pasajes más bellos del libro. En el capítulo “Los lotófagos”, inspirado en la Odisea, el signor Dall’Abaco, profesor de italiano y de griego de André, recita a este y a sus amigos versos que atribuye, mintiendo, al poeta Cavafis; en realidad, los escribió el propio Dall’Abaco, es decir, Aciman en su madurez. En ellos, la diosa Calipso le dice a Ulises, “¿Por qué desdeñas mi hogar cuando el tuyo es el exilio?/ La Itaca que quieres la tendrás al no tenerla. / Recorrerás sus costas, aun así ansiarás pisar esas mismas tierras. / Besarás a Penélope, aun así desearás abrazar a tu esposa, / tocarás su carne, aun así añorarás la mía. / Tu hogar está ahora en la casa en ruinas del tiempo,/ Así estás obligado a añorar lo que pierdes”.