Una nueva vida de Alejandra Pizarnik, “la hija del insomnio”
La especialista Cristina Piña cuenta los hallazgos recientes que dieron forma a su biografía ampliada de la poeta argentina
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Treinta años después de la publicación de la primera biografía de Alejandra Pizarnik, que la escritora Cristina Piña publicó en una colección dirigida por Félix Luna, un nuevo trabajo biográfico sobre “la hija del insomnio” (como la llamó su amigo y amante, el escritor Enrique Molina) llegó a las librerías. Para la escritura de Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito (Lumen), Piña y la investigadora Patricia Venti consultaron los diarios completos de Pizarnik (que no abundan en páginas de dicha), cuadernos, borradores y correspondencia; entrevistaron a amigos, a la hermana de la poeta y a los familiares que la alojaron en su anhelado viaje a París. El volumen incluye testimonios y documentos inéditos, como un poema que Manuel Mujica Lainez le dedicó a la autora cuando, en 1966, ganó el Premio Municipal de Poesía por Los trabajos y las noches: “Como el buzo en su escafandra / y el maniático en su tic / me refugio en ti Alejandra / Pizarnik”. Es una de las dosis de humor en la historia de la “poeta maldita”, que se suicidó en septiembre de 1972 y cuya literatura es redescubierta una y otra vez por fervorosas generaciones de lectores.
“Esta nueva biografía, al incluir materiales que no estaban disponibles cuando escribí la anterior, permite penetrar más a fondo en su desgarramiento interior y conocer la envergadura de su experiencia poético-vital parisina –dice Piña–. Los materiales son, ante todo, el archivo adquirido por la Universidad de Princeton, que incluye sus diarios completos; las cartas de sus amigos, de Octavio Paz a Yves Bonnefoy y muchos más; los cahiers donde transcribía textos que le gustaban; poemas y prosas inéditos, dibujos y borradores. También, la correspondencia que editamos Ivonne Bordelois y yo, la mantenida con León Ostrov [el primer psicoanalista de Pizarnik] y con el escritor André Pieyre de Mandiargues. Por fin, nuevas entrevistas a amigos y las largas conversaciones con sus primos franceses que mantuvimos Venti y yo cuando viajamos a París. Porque Alejandra, cuando llegó en 1961, vivió unos meses en casa de sus tíos”.
En una carta sin fecha a su amigo Antonio Requeni, Pizarnik escribe: “Anduve mudándome bastante: de piecita siniestra en piecita alegre para caer, cuando el dinero finalizaba, en las fauces de la familia”. Su experiencia en París, donde desempeñó tareas de camarera, traductora, empaquetadora y niñera, incluyó una entrevista a Simone de Beauvoir, encuentros con artistas y escritores europeos y argentinos (estos últimos, como ella, siempre preocupados por la falta de dinero), vacaciones en Saint Tropez, un aborto y su colaboración con la revista literaria Cuadernos, en ese entonces señalada por los intelectuales de izquierda de recibir fondos de la CIA. A Pizarnik, que consideraba el socialismo “un nauseabundo convencionalismo”, las opiniones políticas de su entorno la dejaban indiferente.
Piña destaca que hoy la obra de Pizarnik no solo es leída por escritores y lectores adultos, sino sobre todo por jóvenes y adolescentes, “igual que cuando yo daba charlas en los años 80, desbordadas por chicos de secundario y jóvenes universitarios”. Para la biógrafa, que años atrás había conversado con autores como Olga Orozco, Elizabeth Azcona Cranwell, Marcelo Pichón Rivière y Roberto Yahni (todos ellos amigos íntimos de Pizarnik), “la vigencia de su obra se debe, primero, a que Alejandra transformó el lenguaje poético, dándole al castellano, idioma solar si los hay, un aura de oscuridad y sugerencia inédita; después, porque su apelación al absoluto en la fusión entre vida y poesía, así como su experiencia de la división de la subjetividad, siguen tocando una fibra sensible en los jóvenes”.
Retrospectivamente, Piña considera que la primera edición de su biografía tuvo “graves falencias” (que enmienda este nuevo trabajo escrito con Venti) y, en el prólogo, califica de “breve e impertinente” el texto que César Aira publicó en 1998 con el título de Alejandra Pizarnik (reunido en Cuatro ensayos).
En la actualidad los libros de la poeta de Avellaneda que llegó al parnaso se traducen a diversas lenguas y son objeto de estudio en universidades internacionales. “Se destaca la estupenda edición bilingüe de sus obras completas al esloveno y los numerosos trabajos y tesis consagrados a su obra, sobre todo en Europa, Estados Unidos y América Latina –observa Piña–. En nuestro país, todavía el mundo académico no la ha estudiado como se merece, salvo las honrosas excepciones de María Negroni, Ivonne Bordelois, Clelia Moure y Delfina Link”.