Una madre inquieta como punto de partida novelesco
En su segunda novela, “Ruth”, Adriana Riva compone a un original personaje, de lucidez y curiosidad inagotables
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Una novela narrada y protagonizada por una mujer de 82 años está en vías de convertirse en uno de los éxitos editoriales de 2024. Lanzada en agosto, Ruth (Seix Barral), de Adriana Riva (Buenos Aires, 1980), ya va por su tercera edición. Viuda, judía, madre de dos hijos (a los que no se les conoce el nombre), abuela, médica jubilada, apasionada por el cine, la ópera y la pintura, Ruth amortigua el transcurso de los días con reflexiones sobre su familia y sus amigas, recuerdos, lecturas, artistas (“Giorgio Morandi, potiches, no se parece a nadie y nadie se parece a él; favorito”), la muerte (propia y ajena) y la experiencia de la vejez en primera persona. “La novela surgió, al igual que mis libros anteriores, a partir de mi madre, que es la mujer que está de espaldas en la tapa del libro, mirando una pintura de Mark Rothko, y que comparte muchas de las características de Ruth –dice la autora–. Después, el personaje cobró vida propia. Digamos que la usé como punto de partida. Ella es mi punto de partida”.
Riva publicó el libro de cuentos Angst, la novela La sal (un roadbook con mujeres al volante) y el poemario Ahora sabemos esto. Años atrás, trabajó en como periodista en LA NACION. Si bien Ruth se puede leer como una extemporánea “novela de aprendizaje”, la voz protagónica, que razona sobre las distintas posibilidades de envejecer, la vuelve un vademécum existencial. “Ser vieja no necesariamente es sinónimo de abuela, ni de enfermedad, ni de limitaciones –señala la escritora–. Así como las otras etapas de la vida tienen altos y bajos, también la vejez tiene pros y contras. No es un cuento de hadas, pero tampoco uno de terror. El personaje padece los achaques propios de una persona en el umbral de los 80 años, porque el cuerpo que habitamos tiene un ciclo biológico. Está un poco sorda, un poco ciega, un poco fuera de estado físico. Eso es inevitable, el deterioro físico es una realidad. Pero la cabeza y sobre todo el deseo siguen intactos. El desafío, en su caso, es cómo sobrellevar ese desfasaje entre cuerpo y mente. Y también en cómo sortear la mirada de la sociedad, que invisibiliza a los viejos o los destrata”.
Las sesiones psicoanalíticas de Ruth con el doctor Schussheim (que la escucha “con la impasibilidad de una monja”) añaden una dimensión cognitiva y humorística al relato, igual que sus observaciones sobre escritores y artistas, de Fernado Pessoa a Hilma af Klint, y de Lucian Freud a Dorothea Lange. “La confiabilidad del arte me trae sin cuidado”, razona la díscola diletante.
Riva fue descubriendo las a veces insólitas asociaciones de Ruth entre arte, literatura, el paso del tiempo, la maternidad y la amistad a medida que escribía. “Nunca escribo sabiéndolo todo –afirma–. Menos aún en este libro, que es una novela de personaje, no de trama. Fui descubriendo a Ruth a medida que la escribía. En ese proceso resultaron importantísimos mis compañeros del taller de Federico Falco, donde trabajé la novela. Con ellos fui tanteando qué funcionaba y qué no”. Falco, en el texto de contratapa, destaca la “delicada perfección” de la novela.
Ruth se suma al rico elenco de personajes judíos de la literatura argentina, creados por autores como Daniel Guebel, Silvia Plager o Ana María Shua, entre otros. “Su judaísmo se vincula con el diaspórico –dice Riva–. Muchas veces se equipara al judío con el israelí, pero el judaísmo no se limita al Estado de Israel. Hay tantas formas de ser judío como judíos en el mundo, pero el problema es que los judíos ya fueron pensados por otros, caricaturizados por otros, y es contra esa montaña de prejuicios que Ruth lucha para llegar a saber qué significa su judeidad. Es judía, pero ¿qué es ser judío? Eso es lo que la desvela”.
Actualmente, Riva encara un nuevo desafío de escritura. “Algo más fragmentario, más experimental, pero aún muy verde”, amplía. Desde 2022, con las escritoras Natalia Rozenblum y Ana Navajas, y el diseñador Santiago Goria, es una de las responsables de la revista literaria El Gran Cuaderno. “En noviembre sale el séptimo número, con textos de Pedro Mairal, Juan Villoro, Liliana Colanzi, poesías de Diana Bellesi y Arturo Carrera, y otros autores muy admirados, así que estamos felices de seguir avanzando con una revista en papel en plena era virtual”, dice.