Una historia emocional de la Argentina
El escritor cuenta la génesis de su novela El Refugiado, novedad de este mes que indaga en lo íntimo y lo político
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Durante años soñé que me tomaba un avión en Buenos Aires y aterrizaba en otra ciudad que también era Buenos Aires. Era una ciudad casi idéntica a la mía, pero había pequeñas diferencias. La avenida Las Heras no estaba donde debía estar. La plaza Arenales tenía un nombre levemente distinto. La tonada era muy parecida, pero no igual. Así aparece a veces la realidad en los sueños. A mí me sugirió una historia: ¿y si la Argentina se hubiera dividido en dos países? Esa historia se convirtió en la novela que Seix Barral acaba de publicar con el título El Refugiado. Es común que un novelista diga que tal o cual historia lo obsesionó, pero en mi caso lo hizo, de manera agotadora, por años. Ahora que me la saqué de encima, puedo decir cuáles son, hasta donde puedo ver, algunos de los temas que explora. Y también preguntarme cuánto tienen que ver con la realidad argentina.
El Refugiado empieza con un asesinato. Estamos a mediados del siglo XXI. En la Argentina hubo una guerra de secesión. Una parte del país se independizó y creó un país nuevo. En pocos años, ese nuevo país deslumbró al mundo con su prosperidad. Tiene un salario promedio superior al de Bélgica o Singapur. Son la primera economía del mundo hispánico. Están por enviar su primera misión a Marte. Cada año millones de personas de todo el mundo hacen cola para inmigrar. En veinte años tuvieron seis premios Nobel. Los habitantes del Estado Libre (así se llama el nuevo país) tienen las características típicas de las naciones jóvenes y desarrolladas: son optimistas, confiados, creativos, seguros de sí mismos, respetuosos de las diferencias. Por el país del que se separaron sienten una mezcla de compasión, de culpa y de menosprecio.
¿Y la Argentina, entretanto? El país mutilado que quedó tras la secesión se hunde en la opresión y la pobreza. Lo gobierna una dictadura social-nacionalista y clerical. Es un país en ruinas, sórdido, en blanco y negro. La gente camina mirando por encima del hombro, con miedo. Sin embargo, el país se mantiene unido (y hasta encuentra una forma de felicidad patriótica) en su odio contra el Estado Libre. Un día, el periodista estrella de esta Argentina envilecida anuncia una revelación explosiva: el lunes próximo contará en televisión, en prime time, la verdad sobre la conspiración que creó al Estado Libre. La expectactiva es enorme. Pero el domingo aparece muerto. Entonces su mayor admirador, Julián, que es un escritor de crónicas frustrado, decide retomar por su cuenta la investigación, al tiempo que intenta recuperarse de su divorcio y arriesgarse a un amor nuevo.
La Argentina real
¿Cuánto tiene que ver esta historia con la Argentina real? Yo creo que mucho. Los países, igual que las personas, a veces duermen y tienen sueños. En la historia argentina es recurrente el sueño de que somos, en realidad, dos países. La primera prueba es nuestra literatura fantástica. En el cuento “La trama celeste”, de Adolfo Bioy Casares, conviven varios Buenos Aires en dimensiones paralelas. En cuentos como “El otro cielo” o “La noche boca arriba” Julio Cortázar juega con la idea de un lugar que es, al mismo tiempo, otro lugar. Borges, en su cuento “El Sur”, dice que Juan Dahlman, al cruzar la avenida Rivadavia, entra en un mundo más antiguo y más firme. En otro cuento, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, imagina una sociedad secreta dedicada a idear un mundo ficticio; poco a poco, ese mundo reemplaza al real.
¿Y por qué no? Si Sarmiento, el ideólogo de la Argentina moderna, también imagina en el Facundo a un país que surge de la nada, como un espejismo, en medio de la llanura. “Los ingenieros de la República irán a trazar los planos de las ciudades y villas”, profetiza, “y en diez años quedarán todas las márgenes de los ríos cubiertas de ciudades.” Sarmiento parpadea: ve dos países, el real y el que imagina. Si por lo menos pudiera eliminar a la mitad indeseable, al país de los caudillos, de los federales, de los gauchos. Rosas había intentado la política inversa: aniquilar a la mitad cosmopolita y liberal. Carl Schmitt escribió: “Cada antítesis se transforma en política, si es lo bastante fuerte para agrupar a los seres humanos en función de un amigo y un enemigo”. Pero en la Argentina, el enemigo fue siempre interno. Bartolomé Mitre y Leopoldo Lugones intentaron forjar mitologías alternativas, centradas en una argentinidad esencial; no prendieron, porque nuestro ADN era otro. Romper con “los otros” que nos impiden ser el país deseado, expulsar a la mitad mala, cortarnos solos: ese es nuestro mito fundador, nuestro relato del origen.
La “grieta”, ya se ve, no es una invención del kirchnerismo. Es la identidad misma del país. Como escribe Nicolas Shumway, la Argentina está construida sobre una falla geológica. Está compuesta por dos naciones que comparten (incómodamente) un mismo territorio. No es raro que, desde Yrigoyen hasta Kirchner, y desde Perón hasta Alfonsín, cada gobierno ambicioso se haya propuesto refundar el país, excluyendo a los malos. El gobierno de Javier Milei no escapa a esta regla. Desde el comienzo de su carrera política Milei construye poder fustigando, él también, a la mitad mala: en su caso la llama la casta y promete desterrarla, pero esas imprecaciones resuenan en el sistema emocional del país porque recrean, por enésima vez, el rito purificador, el relato del origen que presenta al fundador (o refundador) separando a los dos países, cometiendo la secesión imaginaria. Escribir una novela donde la secesión tuvo lugar realmente es solo dar forma a una historia que, en nuestro imaginario colectivo, viene sucediendo desde hace doscientos años.
Lo político es personal
Vuelvo a El Refugiado. Las pesquisas de Julián y de la mujer de la que se enamora, Emilia, los llevan a descubrir la existencia de una sociedad secreta que planeaba la secesión desde 1810. Hechos muy conocidos de la historia argentina, desde la Semana Trágica hasta la hiperinflación de 1989, desde el bombardeo de la plaza de Mayo hasta la guerra de las Malvinas, cobran un nuevo sentido. Esto da lugar a revelaciones y peripecias que no conviene adelantar, pero también permiten un juego de contrapuntos entre la historia del país que narra la novela y el proceso que transita el recién divorciado Julián en su relación incipiente con Emilia. La historia íntima, como siempre, hace inteligible la historia colectiva. Y viceversa. Después de todo, una pareja se parece mucho a un país: es un lugar que se habita, tiene sus leyes propias, tiene su idioma compartido. También tiene sus mitos fundadores, sus costumbres y una idea compartida del futuro.
Quien rompe una pareja, entonces, comete una secesión. Y aquel que, después de perder la pareja que habitaba, llega hasta las orillas de una pareja nueva, puede sentirse durante un tiempo perdido entre dos mundos: ¿estaba destinado a llegar a este nuevo país? ¿O ahí será siempre un extranjero? Ese viaje de un amor a otro, ese éxodo hacia una nueva relación amorosa, son también, me parece, la historia que narra esta novela. Supongo que es posible incluso leerla como si fuera su historia verdadera y secreta. En ese caso, confirmaría las palabras de Leonard Cohen que le sirven como epígrafe: “Cada corazón llegará hasta el amor”, canta el autor de “Hallelujah”, “pero como un refugiado”.