Una crisis sin freno en un país sin líderes
En el tormentoso camino hacia la selección de sus nuevas autoridades, la crisis le quitó a la Argentina un insumo esencial para tratar de resolverla: sus líderes.
Con razón, muchos podrían replicar frente a ese hecho que para nada lamentan prescindir de quienes han traído al país hasta estas inhóspitas horas de pobreza extendida, inflación en espiral y reservas extinguidas.
"Es el deseo de un escarmiento lo que hace subir en las encuestas a Milei"
Eso es precisamente lo que certifica la nueva situación. Son cada vez menos los que lamentan el hundimiento de la jefatura de Cristina Kirchner, la esfumada presidencia de Alberto Fernández y la azarosa gestión ministerial de Sergio Massa, el aspirante a sucederlos. Tampoco son multitudes las que se apenan por la resignación de Mauricio Macri a no pelear por la presidencia, ni parecen ser un drama de grandes dimensiones las erráticas maniobras de los principales dirigentes de Juntos por el Cambio para reemplazarlo en el mando.
Una sucesión en la jefatura de un país es un asunto normal, y las elecciones siempre abren una oportunidad para que los ciudadanos cambien a quienes ya decidieron dar de baja y los reemplacen. El problema argentino consiste en que ese proceso se desarrollará en medio de una crisis que reclama jefaturas concretas para evitar que se desmadre.
Es sobre ese escenario que la política argentina es corrida con la vaina por sus votantes. Javier Milei encanta a multitudes por la violencia de su discurso antes que por sus mensajes entrecruzados de anarquismo, liberalismo extremo y citas a autores de la escuela austríaca. Es el deseo de un escarmiento lo que lo hace subir en las encuestas. Ideas tales como aplicar las reglas del mercado al trasplante de órganos y habilitar su compraventa están sumergidas debajo del enojo social que lo hace flotar como candidato de moda. El sistema político, que Milei describe como “la casta”, no sabe si Milei será un susto o la consumación de la destrucción de un sistema dividido en dos polos.
Milei propone el viejo proyecto de la dolarización como novedad y primicia fulgurante. Cristina Kirchner lo eligió la semana pasada como adversario para levantarle el precio. Cree, con lógica de viejos manuales, que eso servirá para quitarles votos a sus opositores.
En Juntos por el Cambio han ido desde proponerle un acuerdo y una alianza a Milei hasta quitarle toda importancia. Fue dicho: nadie sabe bien qué quiere ni sabe hacia dónde ir en un conglomerado originalmente estructurado para estar contra el kirchnerismo.
"Con las jefaturas políticas heridas por la desconfianza pública, resulta todavía más incierto el destino de los próximos meses hasta que el país se haya dado un nuevo gobierno"
¿Tiene ahora Juntos por el Cambio recursos para valerse por sí mismo y una única estrategia en un escenario de potencial desintegración política que lo terminaría borrando del mapa? Es urgente que sus dirigentes se respondan a sí mismos esa pregunta.
Un círculo parece estar a punto de cerrarse, al extremo de poner en riesgo el sistema político tal como lo conocimos desde que el terremoto institucional de 2001 tiró abajo las viejas estructuras del siglo XX.
Es verdad que sobre esos escombros dos hombres de la época, Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, hicieron un acuerdo para una transición compleja que derivó en las elecciones de 2003. Entonces, aparecieron Néstor Kirchner y sus actuales sucesores, desapareció el menemismo y fue barrido de la escena el viejo radicalismo. Fue lo último que hicieron Duhalde y Alfonsín; ellos también habían agotado su ciclo en el cataclismo que derribó la presidencia de Fernando de la Rúa.
Con las jefaturas políticas heridas por la desconfianza pública, resulta todavía más incierto el destino de los próximos meses hasta que el país se haya dado un nuevo gobierno. La crisis financiera del Estado, sin dólares y a la espera de alguna ayuda en una secuencia vivida minuto a minuto, instala una idea de fatalidad que superpone las desesperadas maniobras de sobrevivencia del Gobierno con las elecciones en las que será reemplazado.
Una situación hasta cierto punto similar se vivió entre la elección de Menem, el 14 de mayo de 1989, y la hiperinflación, que tornó inviable que Alfonsín se quedara en la presidencia hasta diciembre de ese año. La avaricia del peronismo aceleró ese desenlace.
Esa no es exactamente la situación de hoy. Pero ya van dos kirchneristas relevantes, el exministro Jorge Ferraresi y el ministro bonaerense Andrés Larroque, que en dos circunstancias recientes (la llegada de Massa a Economía y la última corrida cambiaria) hablaron de un final precipitado.
No hay ahora una oposición triunfante esperando tomar el poder, ni tiene Juntos por el Cambio el reflejo condicionado de empujar gobiernos débiles que ya mostró el peronismo en por lo menos dos oportunidades, 1989 y 2001.
El incierto camino hasta diciembre está lleno de riesgos superpuestos, pero carece de uno importante: las fuerzas de la violencia callejera permanecen todavía sometidas al orden peronista en tanto sus dirigentes consideran que es mejor buscar refugios electorales seguros antes que romper todo y quedar a la intemperie.
Esa es la conducta visiblemente contemplativa de los dirigentes piqueteros que siguen manejando fortunas extraordinarias presentadas como gasto social. Y es también la política que une a las distintas fracciones de la CGT. La central apoya la candidatura del ministro Massa, cuya gestión en manos de otro partido ya habría merecido innumerables huelgas salvajes de parte de los ahora mansos jefes sindicales.
Un río subterráneo carcome de manera diferente la cohesión social y los últimos niveles de confianza en el Gobierno. Es la fatiga del empobrecimiento por una inflación que destruye la otra cara del ahogo financiero del Estado. Los argentinos dejaron de creerle al gobierno por la misma razón que hace varios años –desde 2018, cuando administraba Macri– ya no hay capitales extranjeros prestándoles a los gobiernos argentinos.
La Argentina depende más de la preocupación que en los países centrales provocan los daños que generaría en el mundo otro derrumbe que del valor político que se les reconoce a nuestros dirigentes en lugares tan significativos como Washington o Pekín.
El Fondo Monetario no actúa con benevolencia solo porque le prestó 43.000 millones de dólares al gobierno de Macri. Es a Estados Unidos al que no le interesa sumar a la crisis por la invasión rusa a Ucrania otro problema global. Un nuevo parche que permita a la Argentina votar sin el ahogo de carecer de divisas sería por lo tanto el resultado de una decisión más ajena que propia.
Nadie cree con seriedad en los gobernantes argentinos de hoy, aquí y en el mundo. Relumbra en el horizonte una incertidumbre ajena a la voluntad.