Un Sinatra bohemio: cuando Tom Waits conquistó el corazón del sábado por la noche
Hace medio siglo, el músico estadounidense publicó el disco que lo catapultó a un estatus de culto, fama legendaria que aún perdura
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Corren mediados de los setenta; no están lejos de explotar los brillos de los Bee Gees y John Travolta contagiando su fiebre sabatina al mundo. Pero en un recodo de San Diego, California, transcurren otros sábados entre luces y voces bajas, entre gente solitaria al borde del sistema que no baila y bebe whisky en la barra. Un cantor blanco con aire a Bob Dylan y algo del inglés Nick Drake (su compañero de sello discográfico, muerto por sobredosis, precisamente en 1974) toca el piano con los dedos torcidos, y gana cierta fama. Está yendo en dirección contraria a Closing time, su primera placa, de 1971, titulada en alusión a los locales nocturnos donde ya es hora de que te vayas. Él no cierra: abre. A una dimensión experimental. Su disco número dos define ese paso crucial. Marca hora propia. El pianista de tugurios y pelo revuelto a lo pájaro loco trae algo distinto. Sus letras cuentan el lado oscuro del sueño estadounidense, remiten a Jack Kerouac, a Charles Bukowski, a bares y abandono.
"Aquí Waits emula a Frank Sinatra desde una portada remake de In the Wee Small Hours (1955). En la imagen, Tom también lleva corbata, pero la barba crecida, el cigarrillo en la boca, una proletaria boina en lugar de sombrero"
En The Heart of Saturday Night, Tom Waits empieza a enronquecer. Es un cambio sutil, aunque allí está, revelándose, el germen de la aspereza para un disco del desamor, más que del amor. Disco esquivo a toda indulgencia; sobre la soledad crónica, más que sobre el desencuentro. Disco con el que Waits da un paso, si bien todavía no salta a su etapa salvaje, que sonará a huesos declaradamente rotos de Swordfishtrombones (1983) en adelante. Pero falta para eso.
Aquí Waits emula a Frank Sinatra desde una portada remake de In the Wee Small Hours (1955). En la imagen, Tom también lleva corbata, pero la barba crecida, el cigarrillo en la boca, una proletaria boina en lugar de sombrero. Lo enmarcan luces de neón y, al fondo, transeúntes grises, la calle mojada, una prostituta… cunde el alma urbana en días oxidados: la escenografía a la Waits por excelencia. Toda la desolación del mundo en once canciones.
“New Coat Of Paint”, track que abre el LP del lado A (categorías hoy arcaicas y entonces narrativas) planta bandera a puro jazz de nightclub. En voz, ya juega algunas chispas guturales: tendencia que a lo largo de la siguiente década, lo irá acercando a Louis Armstrong y al mismísimo grito de Munch si esa alegoría se pudiese grabar.
Por de pronto, toma distancia de su origen folk: apenas publicado The Heart of… Tom Waits declara a la radio inglesa ya no estar escuchando demasiado “that much country music” prefiere a George Gershwin; Cole Porter, Randy Newman. Esto se nota en la propia base jazzística elegida para entrar a estudios: piano, contrabajo, batería y saxo. En San Diego Serenade, una de esas enormes baladas universales, Bob Alcivar (arreglador de los Beach Boys, Bette Midler, Sergio Mendes) envuelve de cuerdas la voz, pone en perspectiva el desconsuelo de ese canto y expone a un Waits clásico, que mechando sus incursiones salvajes, siempre volverá a los años cincuenta.
“Semi suite” –track 3– es su primer milagro (quizá sólo Chet Baker, en el registro inverso, lo emparde): insinúa, ronronea, se deleita en cada palabra como las jazz-blues-soul women. Busca esa frecuencia. Podría ser Dinah Washington o Sara Vaughan. El milagro tiene explicación: Waits es blanco, pero Tom es negro.
"La leyenda dice que nació en un taxi, en Pomona, California, en 1949. Fue portero y pianista de bares dudosos y se presentó por primera vez al público, en 1969, en uno de esos mismos antros donde cuidaba la puerta"
En realidad, Tom ni siquiera es hombre; es un espíritu. A veces, casi un fantasma. Eso fluye, por caso, en “Diamonds On My Windshields”, segundo milagro del disco y temprano golpe en su carrera. Es el gran giro: “Me conseguí un tren de acero para ir bajo la lluvia/ pero el viento me muerde la cara” ruge el crooner en rapeo lento. Parlotea, persigue al contrabajo de walking enloquecido: “Hay colinas ondulantes y campos de cemento” dice el hombre al volante, y uno viaja con él. “Diamonds…” es la clase de experimento que explotará en discos posteriores. Apelando por ejemplo al lujo de la austeridad: dos líneas melódicas apenas, a capella, para que se oigan más. Para que tengan la presencia de los seres vivos sin maquillar. A veces, a bordo de idiomas inventados y tambores. Otras, solo una voz y un saxo. Así él construye himnos de armonía invisible.
Bones Howe, productor de la compañía, completó en The Heart… –álbum que tiempo después la revista Rolling Stone ubicó en el puesto 329° de los mejores 500 de la historia– un trabajo arriesgado por lo heterodoxo, hermanado al sonido de autor que estaba brotando.
La leyenda dice que nació en un taxi, en Pomona, California, en 1949. Fue portero y pianista de bares dudosos y se presentó por primera vez al público, en 1969, en uno de esos mismos antros donde cuidaba la puerta. Desde el lanzamiento de The Heart Of… interesó a colegas músicos (muchos luego lo versionaron: Ramones, Rod Stewart, Bruce Springsteen, Marianne Faithfull, The Eagles, Celine Dion, entre otros) pero también a cineastas, escritores, artistas plásticos. Las relaciones fluyeron por cauces impensados. Al garage-estudio que tiene al fondo de su granja californiana, se acercó a grabar varias veces, por ejemplo, Keith Richards, con un remolque lleno de guitarras, según consta en el documental biográfico Under The Influence sobre el guitarrista inglés. En ese taller lleno de viejos teclados, piezas de percusión fabricadas por él mismo, micrófonos intervenidos y otras rarezas de su artesanía, Tom y Keith se reencuentran cada tanto a tomar unas cervezas, grabar, cantar: son de una misma especie.
Como actor, Waits reveló el fuego sagrado de ser secundario, de ocupar magistralmente ese lugar brumoso donde se siente cómodo y agrega un signo surreal que oscila entre el mono y el gato. El trío funk Primus (banda que tuvo su momento de oro en 1993) le dedicó “Tommy The Cat”, hit en cuya grabación él mismo participa con su voz. A Waits le gusta lo gatuno: ser un poco pícaro, un poco loser, aunque menos maligno que el perseguidor del insoportable ratón Jerry.
Sus personajes suelen ser diablitos de dudosa peligrosidad: un ex combatiente en silla de ruedas que vocifera en la estación; un supuesto sicario que anda con su conejo a cuestas y cuenta historias mientras lo acaricia; un barman charlatán que no quiere líos y lleva el pelo envuelto en una red. Este último llegó a la película Rumble Fish (aquí traducida como La ley de la calle) convocado por Francis Ford Coppola, para quien antes había escrito la banda de sonido de One From The Heart: un coppolesco fracaso comercial, de los que cuestan 25 millones y no alcanzan a recaudar medio. Fracaso injusto, dicho sea de paso.
Coppola adopta a Waits como actor y lo suma al elenco de varios films: The Outsiders, Cotton Club, Drácula. También Jim Jarmush valora su duende y lo elige para a Down by Law (1986), Night on Earth (1991) y Coffee and Cigarettes (2003). A la lista de cineastas que lo buscan se suman Terry Gilliam para The Imaginarium of Doctor Parnassus (2009), Roberto Benigni para El tigre y la nieve (2004) y varios más. En teatro, le pone música a The Black Rider (1993) de William Burroughs, basada en Der Freischütz, vieja ópera fáustica germana. Allí, en el marco sonoro de un cabaret denso, su voz distorsionada parece salir de un megáfono (truco al que apela seguido) para clamar en amplificado secreto: “No es un pecado que te quites la piel / Y bailes alrededor tus huesos”.
En 1980 Tom se casó con la escritora y música Kathleen Brennan, que desde entonces compartió con él vida y música según consta en los créditos de cada placa. Brennan potencia su voracidad disruptiva: se expande el renacentista, el hombre-arte. Juntos crían hijos y desatan una sinergia nueva.
“Un caballero es el que sabe tocar el acordeón pero no lo hace” dijo alguna vez, y esa consideración habla mucho de él, que sí toca el acordeón, pero siempre se guarda algo en el bolsillo. Por eso sorprende. Waits es una constelación donde puede ocurrir cualquier cosa.
“Mi padre era un caño de escape y mi madre un árbol” dice también Tom, que en figuras así nos lleva a cavidades oníricas, donde él bucea cómodo, respirando sus descubrimientos. En esa densidad poética donde no corre valor moral alguno, conmueve y revela el concepto del fallido con belleza: “Las cosas que no podés recordar cuentan las cosas que te cuesta olvidar”.
La etimología del apellido Waits remite al alemán wahten y el anglonormando waite, que significan “vigilar”. A su vez, Waits o Waites se convirtió en un genérico en el siglo XVII con que referían a los gaiteros en ciertas ciudades británicas. Otro color para el mito, o el hombre que encarna un tipo en extinción cuya especialidad es ser alguien cualquiera escondiendo algo genial.