Un largo camino recorrido desde los orígenes, no exento de dificultades
Dos siglos atrás, un proyecto de instrucción pública era fundamental para afianzar la separación respecto de España; así nació la UBA
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Debido a la pandemia, la Universidad de Buenos Aires, que en estos días cumple 200 años, ha permanecido silenciosa. El aniversario es propicio para volver la mirada hacia los orígenes y para evaluar el camino recorrido.
El acontecimiento de la fundación, el 12 de agosto de 1821, fue registrado en el diario de Juan Manuel Beruti. Este fiel testigo de la evolución de Buenos Aires relató la pompa y grandeza de la ceremonia, realizada en el templo de San Ignacio con asistencia en pleno del gobierno y demás corporaciones eclesiásticas, civiles y militares. La iniciativa colmaba un vacío en la oferta cultural de la orgullosa ciudad, que en el “fatídico año 1820”, luego de la derrota del Directorio en la batalla de Cepeda, había perdido el lugar preeminente al que aspiraba como heredera de la capital virreinal y se vio limitada a encabezar un gobierno de provincia.
Frente a este panorama desolador, la fundación de la Universidad puso en marcha un proyecto que se remontaba a 40 años antes. En efecto, en el recién fundado Virreinato del Río de la Plata, el Cabildo secular y el virrey Vértiz intentaron establecer los altos estudios (que en la región eran exclusivos de Córdoba, CharcasLima y Santiago de Chile). No se avanzó en parte por desidia de los sucesores de Vértiz y en parte por oposición del obispado de Córdoba, temeroso de la competencia, y el de Buenos Aires, “porque de la cátedra de leyes no se sacarían más que mayores enredos”.
"La necesidad de contar con estudios universitarios fue advertida por los directores supremos, principalmente por Juan Martín de Pueyrredón"
De aquella iniciativa quedó la fundación del Colegio y Convictorio de San Carlos, en el antiguo establecimiento de los jesuitas. Allí cursaron estudios preparatorios muchos de los principales actores de la Revolución de Mayo y desde luego los responsables de la fundación de la Universidad.
Entre tanto, el Consulado de Comercio fue responsable de las primeras escuelas de enseñanza práctica, Protomedicato, Matemáticas, Náutica y Dibujo. Las invasiones inglesas y la guerra de la Independencia dejaron en pie solo a las Matemáticas y la Medicina. Vicisitudes aparte, la necesidad de contar con estudios universitarios fue advertida por los directores supremos, principalmente por Juan Martín de Pueyrredón. Un proyecto de instrucción pública era parte sustancial en cuanto a la separación de España. De ahí que la UBA naciera del mismo gobierno que apoyó la campaña de San Martín a Chile y organizó el Congreso de Tucumán, que declaró la Independencia. También explica que fuera el sacerdote y doctor Antonio Sáenz, de gran actuación como diputado al Congreso, el comisionado gubernamental para realizar las gestiones necesarias para la fundación (1816-1820). Pacificada la provincia, el gobierno de Martín Rodríguez apoyó plenamente el proyecto “para no caer en una generación de barbarie a que estamos próximos”.
La universidad contó con fondos del consulado y del Cabildo eclesiástico, incorporó al Colegio de estudios preparatorios y a las escuelas de Matemáticas, Medicina, Pilotaje y Dibujo. De la conducción, centralizada en el rector, dependían los departamentos de ciencias sagradas, jurisprudencia, medicina, matemáticas y ciencias preparatorias, junto a enseñanza primaria de ciudad y campaña.
"Durante el rectorado de Juan María Gutiérrez (1861-1874) el Colegio nacional de Buenos Aires adquirió su definitivo perfil"
Hubo que sortear dificultades. Según dijo Emilio Ravignani en una conferencia de 1925, una de las preocupaciones, la carencia de locales adecuados, “debió pesar, hasta ahora, como una fatalidad sobre los gobiernos universitarios”. Otra dificultad, conseguir buenos profesores; también lograr la inscripción de estudiantes; cinco o diez por curso se consideraba número suficiente.
Durante el rectorado de Antonio Sáenz (1821-25) y con pleno apoyo del ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia, se logró instalar esta primera etapa. Se recurrió a exámenes públicos y premios a fin de darle visibilidad, y para actualizar los estudios se abrieron cátedras de química y física, clínica quirúrgica, farmacia e idiomas vivos. El establecimiento de nuevas escuelas en la campaña, y de niñas en la capital, constituye un capítulo ejemplar, así como la renovación de los estudios preparatorios y las becas a estudiantes de las provincias.
Una disputa entre el rector y el catedrático de Ideología, Fernández de Agüero, en torno a la enseñanza de “doctrinas impías”, concluyó en el respaldo del gobierno a la libertad de cátedra, valioso antecedente legado por la etapa fundacional. Se destaca la obligación de que los profesores escribieran y publicaran sus cursos con garantía de los derechos de autor. Otro dato curioso, que aporta Ricardo Levene: Sáenz no cobró sueldo de rector y gastó de su peculio para organizar las clases.
En el rectorado de José Valentín Gómez (1826-1830) se dieron otros pasos positivos en cuanto a la organización de los departamentos, la enseñanza de idiomas y de economía política.
Tras la renuncia de Gómez, la Universidad se politizó, se exigió un juramento de fidelidad a la Santa Federación y los profesores y alumnos que no lo acataban quedaban marginados. De 1838 a 1852 no hubo presupuesto. No obstante, los cursos de medicina y derecho continuaron, costeados por los alumnos o por profesores, como el doctor Muñiz, que daba lecciones de parto en su casa. Como observó Tulio Halperin, en esos años fueron los alumnos destacados (Alberdi, Vicente Fidel López) quienes aportaron lecturas e ideas renovadoras.
Después de Caseros, y durante la etapa que se cerró en 1881 con la nacionalización de la UBA, los rectores, que ya eran egresados de esa casa, le devolvieron el presupuesto (aunque siempre relativamente escaso), contrataron profesores extranjeros y actualizaron los planes de estudios.
Durante el rectorado de Juan María Gutiérrez (1861-1874) el Colegio nacional de Buenos Aires adquirió su definitivo perfil. Entonces se formaron los primeros ingenieros, que hicieron sus trabajos prácticos en las nuevas líneas ferroviarias y en la minería. Gutiérrez recurrió a los documentos y a su memoria para escribir Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires, obra indispensable para recordar la evolución de lo que hoy constituye un centro de altos estudios, reconocido, criticado, amado, siempre vigente en el panorama de la cultura argentina y universal.