Un gobierno de comentaristas mientras el narcotráfico devora a sus víctimas
La administración nacional disolvió áreas de lucha contra el tráfico de estupefacientes; los ministros del área se vuelven diletantes; y cada vez más droga circula por la Argentina
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El kirchnerismo debilitó la lucha contra el narcotráfico con una pesada mezcla de miopía ideológica y conveniencia política. Al poco tiempo de asumir, el gobierno de Alberto Fernández eliminó la subsecretaría de Lucha contra el Narcotráfico. Dos años atrás, Sergio Berni ya renegaba de la guerra contra el narcotráfico con el argumento de que “no hay un solo caso de éxito en el mundo”. Mientras decenas de madres y padres enterraban a sus hijos muertos por la cocaína en el Conurbano, el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, extendió el jueves el límite de la indolencia: posteó una ironía que recomendaba a quien “compró droga en las últimas 24 horas” en Argentina que la descartara “porque es de la mala”. La disociación de la política con la realidad alcanza niveles inconcebibles.
El ministro argumentó después que la reproducción de la ironía se trató de un “error” de su equipo. En otras palabras, el funcionario que debe encabezar la lucha contra los carteles admitió su incapacidad siquiera para controlar a su community manager. En los días previos, Fernández se había dedicado a comentar el acuerdo con el FMI y la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque, mientras la droga envenenada circulaba por las calles. La profundidad de la masacre que estalló en la provincia de Buenos Aires, con su trágica evidencia de la extensión del narcotráfico en los barrios, es motivo sin excusas para una sucesión de renuncias. Nunca fue tan dolorosa la prueba del fracaso del Estado, que en su abandono entrega a los más humildes a la impiedad de las bandas.
Sin embargo, la respuesta oficial es el diletantismo. El comentario permanente de la realidad es también la coartada de Berni para replicarse en las pantallas, representar actividad, sin transformar nada. Es también el personaje que adquirió Axel Kicillof para enfrentar la inseguridad, sin encontrar una salida a un laberinto que lo excede.
La droga llega desde la frontera norte, atraviesa la Argentina, y se embarca hacia Europa. En su camino, los narcotraficantes pagan con especies, dosis que quedan en el camino y se ramifican en el menudeo. Cuando el Gobierno se desinteresa por el narcotráfico minorista, con el argumento falaz de solidarizarse con el eslabón más débil, lo que termina por provocar es el abandono de la calle. No los salva, los entrega.
El gobierno de Alberto Fernández sacó al narcotráfico del foco de atención. No sólo disolvió la subsecretaría, también el Programa Nacional de Intervención contra la Comercialización de Drogas (PIC), que tenía como objetivo reducir el microtráfico de estupefacientes a nivel barrial y los puntos fijos de venta al menudeo. Las bandas leen las señales que emanan del Estado y extienden nuevas rutas de comercio en el terreno liberado.
La complicidad
Pero el Estado no solamente se desentiende. También se convierte en cómplice con las cadenas de recaudación del dinero sucio que el narcotráfico distribuye entre las fuerzas policiales y en la Justicia. Al día siguiente de la masacre, una orden judicial permitió secuestrar 15.000 dosis de cocaína. ¿No existía antes esa información? Tres años atrás, cuando se avanzó con operativos en la Villa de Itatí y en La Matanza, las autoridades descubrieron de pronto la sugestiva resistencia de autoridades locales. Los poderes aparecen perforados en todos sus niveles.
El Gobierno se ufana también de haber desarticulado los servicios de inteligencia y la interventora de la AFI, Cristina Caamaño, se enfoca en marchar contra la Corte Suprema. Un caso único en el mundo. Como ocurre con la prevención contra el terrorismo, el combate al narcotráfico es uno de los objetivos centrales de los servicios de inteligencia. Pero macrismo y kirchnerismo comparten la impericia de controlar el espionaje y la incapacidad a enfocar sus tareas hacia sus metas verdaderas.
“Estamos viendo los resultados de abandonar la lucha contra narcotráfico, aparecen en Europa decomisos con cantidades récord de droga llegada de Argentina, la disolución de áreas estratégicas y el avance del narcomenudeo, con mayor violencia y muerte en la sociedad: discontinuar una política de Estado tiene sus consecuencias”, reflexiona Eugenio Burzaco, coautor, junto con Sergio Berensztein, del libro El Poder Narco, y exfuncionario del Ministerio de Seguridad.
Entre el desinterés ideológico y la complicidad, la Argentina dejó de ser confiable para el mundo. En febrero del año pasado, las autoridades alemanas secuestraron en Hamburgo 16.174 kilos de cocaína que había pasado por el puerto de Buenos Aires. Era un cargamento récord para los niveles europeos. El mercado de los carteles del cono sur está creciendo. La Argentina pasó de emergente a desarrollado en materia de narcotráfico. Los agentes que seguían el cargamento prefirieron que el operativo se realizara en Alemania. No había plena confianza. En abril del año pasado, Bélgica capturó 11.000 toneladas de cocaína en Amberes. También habían pasado por el puerto de Buenos Aires. El negocio florece con magnitudes inéditas. El reguero de cuerpos en el Conurbano es su legado.
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