Un decálogo de política exterior para el nuevo siglo XXI
En un mundo interdependiente pero con un multilateralismo en crisis, la Argentina debe repensar su inserción global
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“¿Puede un País naciente, y desierto casi, tener política exterior? A esto podría responderse con esta pregunta: ¿Puede un país naciente tener otra política que la exterior?”
Durante dos años, el Covid nos convirtió en expertos en salud: todos fuimos epidemiólogos. Desde hace más de tres meses, la invasión del gobierno del presidente ruso Vladimir Putin a Ucrania nos convirtió en especialistas en batallas militares: somos todos expertos en polemología.
Estos dos kairos de características sísmicas –el primero más de poder blando, y el segundo de poder duro– reflejan claramente nuevos horizontes: estamos ingresando, en términos de Eric Hobsbawm, en el nuevo siglo XXI. Vivimos en un mundo complejo, interdependiente, desordenado y veloz. Diferentes sociedades con distintos regímenes de gobierno e historias son ahora parte de un sistema global, sin compartir por ello la misma concepción de orden global.
Existe hoy un cuestionamiento creciente al esquema internacional diseñado tras la Segunda Guerra Mundial, ya que este no demuestra capacidad de satisfacer las demandas del nuevo siglo XXI –We the People– ni responder a los desafíos y oportunidades globales. Es así que, cuando más se lo necesita, se advierte una crisis del multilateralismo como principal mecanismo asociativo de los Estados para la gestión de los asuntos globales, en un mundo cada vez más interdependiente. Por eso, debemos preguntarnos qué está ocurriendo en el mundo y cuál es el significado de los cambios.
Entramos en una era híbrida, signada por distintas tensiones: territorial/desterritorial; temporal/atemporal; presencial/virtual; y estatal/We the People.
Debemos entonces pensar out of the box y evitar los tres siguientes prejuicios:
-El nacionalismo metodológico: todo se explica y percibe a partir de una visión nacional.
-El territorialismo metodológico: el territorio y las fronteras dominan todo.
-El sedentarismo metodológico: creer que todo está fijo.
Este nuevo escenario global, muy en sincronía con las elecciones presidenciales del año próximo –que proyectarán un nuevo gobierno en un mundo en ebullición–, nos obliga a repensar nuestra inserción global y generar una Gran Estrategia de Política Exterior (GEPE) basada en el interés y en valores nacionales, que incorpore todos los instrumentos del país –públicos y privados– y tenga continuidad en el tiempo.
Gran estrategia de política exterior que sea, en lo posible, el resultado de acuerdos y consensos que permitan, finalmente, diseñar y acordar una política exterior pragmática que no esté condicionada a los tiempos electorales ni a los procesos de alternancia democrática.
Gran Estrategia que, además, se construya bajo la premisa de nuestra pertenencia a Occidente como un sistema de valores: Estado de derecho, democracia, derechos humanos y libertad.
Para ello, el siguiente decálogo podría servir de hoja de ruta, para un ejercicio de aggiornamento y adaptación de nuestra política exterior al nuevo siglo XXI.
1. Promoción de los intereses y valores de la Argentina por vías exclusivamente pacíficas dentro del escenario global; diseño e implementación de las necesarias alianzas para este objetivo.
La política exterior no es la continuación de la política interna por otros medios; tampoco es una sucesión de incidentes. Es una compleja composición de políticas con un fuerte anclaje en la realidad nacional y con un delicado equilibrio entre los intereses y valores nacionales y las tendencias globales, que constituyen el inescapable marco de referencia. Valores tales como la democracia, el respeto al derecho internacional y al principio de fraternidad global, siempre en sincronía con nuestra necesidad de progreso y desarrollo, deberían guiar nuestra conducta.
2. Actor activo y responsable en el escenario global, que participa efectiva y seriamente en todos los ámbitos bilaterales y globales privilegiando el multilateralismo y el respeto al derecho internacional y a los principios y propósitos de la Carta de la ONU.
3. Política de buena vecindad e Integración regional: Mercosur y fomento de una visión bioceánica de nuestra geografía y visión estratégica a futuro.
4. Política exterior multidireccional: relaciones pragmáticas, no ideológicas, con todos los Estados, tendientes al progreso y desarrollo argentino; siempre basadas en el interés y valores nacionales dentro del marco global.
En el siglo XXI, la geografía clásica y la conectividad ciberespacial son los ámbitos de proyección diplomática.
5. Multilateralismo sustentable: los problemas globales exigen respuestas globales. Hay que adaptar el andamiaje global a los nuevos desafíos y oportunidades del siglo XXI, de carácter híbrido. Hay que pensar el mundo en forma dual: poder blando y poder duro; actores estatales y actores no estatales; geopolítica territorial y geopolítica de conectividad. El multilateralismo hoy hace al interés nacional argentino. Solo un esquema multilateral garantiza un escenario global conducente al progreso y desarrollo de la república.
6. Defensa y promoción del soft power argentino: cultura, educación, innovación, ciencia, tecnología y ecología. Relaciones con actores del nuevo siglo XXI: Gafam, Silicon Valley.
7. En tanto república federal, coordinación con los otros poderes y actores subnacionales: diplomacia parlamentaria; aprovechar el gran potencial del Poder Judicial en foros internacionales; acompañar al sistema federal en sus relaciones exteriores, en el marco de la política nacional.
8. Ecosistema nacional. Utilizar el amplio ecosistema de instituciones e individuos del sector privado y la sociedad civil con capacidad de proyección fuera de nuestras fronteras: universidades y centros académicos; centros de investigación (Invap, Conicet, Instituto Balseiro); organismos estatales de excelencia (INTA, Senasa, INTI, Comisión de Energía Atómica, Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales); unicornios argentinos.
9. Un moderno “partenariado” público, privado y con el pueblo/ciudadano. El escenario estará fuertemente permeado y condicionado por la ciencia, la tecnología, la innovación y la ecología. Las revoluciones en biotecnología, tecnología de la información e Inteligencia Artificial están generando una mutación de poder nunca antes visto, con impacto directo en los actores estatales y, especialmente, no-estatales. Ya no podemos abordar el espacio global solo en términos estatales y westfalianos. We the People, palabras iniciales de la Carta de la ONU, se empodera crecientemente.
10. Acción y Servicio Exterior de la Nación. Educar y capacitar en forma continua a los diplomáticos para este siglo XXI. Ello exigirá una clara concepción de lo global y un Servicio Exterior de la Nación (SEN) moderno e idóneo. A futuro el instrumento diplomático será aun más importante para nuestro progreso y desarrollo. Uno de los efectos más profundo de los cambios globales sobre el carácter de la diplomacia es que las esferas públicas se están multiplicando en los Estados modernos. Los problemas de política exterior son simultáneamente preocupaciones internas. Por tanto, los nuevos públicos quieren influir en la implementación de la política exterior. La diplomacia ahora debe explicarse y justificarse a sí misma a nivel nacional y mediar entre los objetivos del Estado y las perspectivas del público.
Este decálogo tiene un punto adicional: la cuestión de las islas Malvinas, cuya reafirmación de nuestros derechos soberanos y recuperación pacifica es motivo de una Cláusula Transitoria de la Constitución de 1994. Es necesario fortalecer el consenso estratégico para su resolución pacífica con el Reino Unido, en un marco multilateral y realista, despojado de visiones ideológicas y coyunturales.
La inserción internacional no es motivo de elección. Estamos en el mundo y debemos transitarlo en función de nuestros intereses y valores. No hay disyuntiva; hay, en cambio, decisiones con consecuencias morales. Así, las decisiones que en todo orden se tomen–público y privado, estatal y no estatal– no pueden desconocer lo externo: su influencia, impacto y condicionamiento.
En este siglo globalizado, interdependiente y altamente interconectado, todo país transita su quehacer cotidiano en el mundo y, por lo tanto, en la práctica no hay separación entre lo interno y externo. Hay un mutuo impacto y, por la dimensión de lo externo, lo global prima.
El autor es embajador (R)