Un actor que hace de presidente
Los cómicos de la legua tenían un repertorio amplio y diverso que adaptaban según el pueblo al que llegaban, la cantidad de público que pensaban atraer y las presentaciones que pretendían hacer.
Las obras por lo general no eran muy largas y exigían a los actores una gama muy variada de registros. Un día representaban una comedia disparatada y al siguiente actuaban un drama sin remedio. El verano podía encontrarlos en el norte y el otoño en el sur, y así toda una vida de viajar sin orden ni concierto.
"En la última semana, al Presidente le tocó protagonizar la obra del kirchnerista que pelea contra el mundo capitalista"
La gestión de Alberto Fernández se parece bastante a esos cómicos de la legua españoles que en la primera mitad del siglo pasado llegaron en alguna que otra gira a los teatros argentinos.
En la última semana, al Presidente le tocó protagonizar la obra del kirchnerista que pelea contra el mundo capitalista.
Los críticos han observado, absortos, cómo una obra que solía representar con tono melodramático Cristina Kirchner se convertía en una comedia cantinflesca. Y mucho más cuando entra y sale del escenario el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Es en el acto de la obra en el que Fernández dice que va a la Cumbre de las Américas, para arrepentirse luego y anunciar una reunión paralela a la de Joe Biden. Aunque finalmente anuncia que sí, que estará en Los Ángeles, pero recriminando que no hayan sido invitados los autócratas amigos de Cristina, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
López Obrador simula ser un amigo fiel, pero al final siempre termina abrazado el vecino del norte, que para nuestro galán es un villano, pero para el mexicano un socio de toda la vida. Una obra muy reidera, dirían los críticos de la temporada marplatense.
A Fernández no le sale bien el papel de cruzado contra las democracias capitalistas. Se pone nervioso. Grita en los discursos partidarios, golpea el atril, imita a los imitadores que lo caricaturizan cada vez más lejos de su eje, descontrolado y sin rumbo.
Quizá sea más que una anécdota y en verdad se trate de una falta de respeto a la investidura presidencial que algunos humoristas se hayan basado en el libreto de Sergio Berni para presentar a Fernández con algunas copas de más. Hay parodias que entristecen.
"Fernández parece querer disimular en un enfrentamiento directo con Macri su orfandad política"
En un raid de mensajes en la primera mitad de esta semana, Alberto recorrió varias veces el clásico libreto de Cristina, como un mensaje de reconciliación hacia la vicepresidenta. El martes último llamó “ladrón de guante blanco” a Mauricio Macri y activó, tal vez sin querer, el parangón con Cristina Kirchner.
¿Es un fallido que expone la debilidad de la líder de la primera minoría del oficialismo? De inmediato, reaparecieron en las redes las actuaciones de Fernández en años idos, en los que representaba a un duro fiscal de los casos en los que está acusada su compañera de fórmula.
Fernández parece querer disimular en un enfrentamiento directo con Macri su orfandad política. Es un recurso de los viejos manuales: buscar una pelea para desviar la mirada social de los verdaderos conflictos. Se sabe: el teatro al fin es un entretenimiento.
A Macri la alusión le sirve para mantener la centralidad dentro de Juntos por el Cambio, más allá de la proyección presidencial de Horacio Rodríguez Larreta y de la confirmación de que el radicalismo tratará de hacer crecer la postulación de Facundo Manes.
El líder de Pro no tiene decidido si será candidato presidencial por tercera vez consecutiva. “Tengo que sentirlo aquí”, dice en la intimidad y se señala la boca del estómago, cuando le preguntan si ya decidió jugar en 2023. Trabaja en una franja ideológica que, en buena parte, se superpone con la de los libertarios de Javier Milei, aunque sin las extravagancias que hacen atractivo para no pocos votantes al nuevo emergente del renacido “que se vayan todos”.
Que en el oficialismo se acuerden de Macri es un buen negocio para los intereses de él. Es un ensayo que pretende hacer creer que la política del país gira siempre en torno a sus mismos protagonistas desde hace décadas.
La verdadera incógnita no es la decisión sobre el futuro de Fernández, sino qué hará Cristina esta vez, fracasado su experimento de poner a un delfín al que ahora desprecia.
El ensayo de acercamiento de Alberto choca, por ahora, contra la indiferencia de su mentora. Hay un momento de ruptura que no fue registrado por la mayoría en el momento que ocurrió: el 1° de febrero pasado, cuando Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque oficialista de diputados. Lo que servía para expresar el rechazo del kirchnerismo a la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario indicaba en verdad el desprendimiento de ese sector de la gestión presidencial. Que en este caso no significa abandonar los cargos ni las cajas del Estado.
Desde entonces, Fernández intentó con varias recetas de revinculación, pero ninguna le funcionó. Peor, no pudo mostrar signos de recuperación de ningún indicador de su gestión como para validarse ante la opinión pública. Él, como Cristina, encabeza todas las encuestas de imagen negativa, muy al estilo del derrumbe generalizado del sistema político con la crisis de 2001.
La interpretación de libretos múltiples conduce a un desenlace previsible: no se sabe cuándo actúa el Presidente ni qué papel representa. No se sabe si es o se hace.