Tomás Eloy Martínez, maestro del relato cultural
A quince años de la muerte del autor de “Santa Evita” y “Purgatorio”, escritores y cronistas destacan sus aportes como periodista y narrador
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“El deseo secreto de todo escritor es, creo, vivir en las ficciones aquellas cosas que no pueden ser o que no se pueden tener en la realidad”, le dijo el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez a la escritora Reina Roffé en 2002, tras ganar el Premio Alfaguara de Novela con El vuelo de la reina. Ayer, se conmemoró el 15° aniversario de la muerte de Martínez, a los 75 años, en la ciudad de Buenos Aires. Referente indiscutido del periodismo en lengua española y narrador en las fronteras movedizas de la realidad y la ficción, fue autor de clásicos como La novela de Perón, Lugar común la muerte y Santa Evita, recientemente adaptada a la pantalla chica.
“Fue un periodista de altura –lo define Roffé–. A través de su intensa labor en los medios dejó un legado importantísimo, constituyéndose en maestro del relato cultural. Su obra narrativa es un compendio de los avatares de la vida política argentina. Trabajó con los grandes mitos de nuestra historia reciente, como Perón y Evita, y actuó como un periodista de investigación para cruzar verdad y ficción, mostrando, a la vez, las virtudes, pero también las ingenuidades y taras de nuestra sociedad”. En 1975, perseguido por la Triple A, debió exiliarse en Caracas.
Había nacido en San Miguel de Tucumán el 16 de julio de 1934. Sus inicios fueron como escritor de poemas y cuentos; en la Universidad Nacional de Tucumán, estudió Derecho antes de “pasarse” a Letras. “La ciudad de Tucumán le dio a Tomás Eloy Martínez una visión del mundo que constató en el resto del orbe –dice el escritor y cineasta Fabián Soberón–. En un breve texto deja que se filtre la idea de que una ciudad anticipa o alberga otras ciudades: ‘Imaginaba que las siluetas chatas del horizonte con su olor a melaza y a humareda eran la Bagdad de Las mil y una noches, la Andalucía de Manuscrito encontrado en Zaragoza y las ciudades de acero de Julio Verne. Me gustaba pensar que mi ciudad era única y a la vez era muchas’”. Para Soberón, los relatos de Martínez componen “una autobiografía ficcional y simbólica, a la vez que funcionan como una especie de clepsidra del tiempo vivido y de los modos de entender la ficción. ‘Bazán’, por ejemplo, anticipa mi idea del gótico del norte argentino. En contra del cliché que ve en sus novelas su principal legado, creo puede sobrevivir un libro hecho de relatos que combinan la ficción y la crónica: Lugar común la muerte, de 1979″.
La escritora y cronista Leila Guerriero coincide con Soberón. “Lugar común la muerte es una referencia ineludible dentro de la no ficción, un hito que reúne perfiles cincelados con gran estilo y enorme conocimiento de la materia de la que trata, como los de Felisberto Hernández, Saint-John Perse o Manuel Puig –señala–. Era un intelectual en el estricto sentido de la palabra, y eso le permitía abarcar una enorme cantidad de temas, de la literatura y la política al cine, con gran solidez. No solo dejó su impronta en artículos periodísticos y libros, sino también en su trabajo como editor en Primera Plana, Panorama y suplementos culturales de diarios en los que hizo innovaciones fuertes, de contenido y de estilo, y dio espacio con gran generosidad a talentos de generaciones nuevas”.
La escritora y periodista Verónica Abdala fue becada tres veces por el autor de El sueño argentino en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. “Fue un defensor del periodismo narrativo y un maestro de cronistas –afirma–. En los últimos tiempos, le desvelaba pensar cómo sortear el atolladero en el que se encuentra el periodismo gráfico y estaba convencido de que la habilidad de los buenos narradores aportaría una clave al problema. Era un maestro generoso: en sus clases, enseñaba que la firma es el único capital del periodista (‘no habría que poner el nombre en nada que uno no avale con el sentimiento y la razón’, decía) y anticipaba antes que muchos otros que el punto de vista subjetivo suma a la noticia, siempre que el rigor periodístico no sea vulnerado. También enseñaba que había que usar las herramientas de la literatura en la crónica; inspirado por los precursores del periodismo narrativo que ya habían puesto en crisis el concepto de objetividad, en obras como La pasión según Trelew o Réquiem por un país perdido, daba cátedra en la práctica sobre el modo de narrar la realidad como si fuera ficción”. Sin homenajes institucionales a la vista, los lectores pueden rendirle tributo buscando sus obras en librerías y bibliotecas públicas.
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