Tomás Abraham :“Hay que defender a la Corte Suprema de la invasión del Poder Ejecutivo”
El filósofo, que acaba de publicar un libro sobre sus raíces judías, afirma que confronta con la concepción del poder del Gobierno, pero juzga alarmista andar clamando con una cacerola por la salvación de la república
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En el nuevo ensayo del filósofo y profesor Tomás Abraham, La matanza negada. Autobiografía de mis padres (El Ateneo), confluyen su historia personal, la de sus padres y su familia, con la de varios Estados –Rumania, Israel y la Argentina, entre otros–, de intelectuales y escritores como Emil Cioran, Mircea Eliade, Paul Celan y Mihail Sebastian, y de una “batalla cultural” –la del nazismo– que intentó naturalizar el Holocausto. Es también una reflexión sobre el judaísmo. “Soy judío. Así empieza este escrito de filosofía”, anuncia el autor, uno de los docentes que, desde su cátedra en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, alimentó la pasión por el pensamiento crítico en los dorados años de la recuperación de la democracia en el país.
Para Abraham, el antisemitismo es un problema menor en la Argentina, no tan arduo como el de la sostenida crisis socioeconómica que la pandemia contribuye a acentuar. “El Estado argentino está quebrado, endeudado y apenas puede subsidiar a quienes están perjudicados por la pandemia y la recesión”, dice. Pesimista (o tan solo realista) no advierte una dirigencia, a un lado y otro de la grieta, que podría resolver las dificultades actuales.
Al mismo tiempo, afirma que la pandemia marcará esta época y a la humanidad. “Nunca nos tocó un periodo en el que todos los días habláramos de enfermedad, de muerte, de contagios, de internaciones, de vulnerabilidad, de adultos mayores. Por la intensidad de la preocupación y su insistencia, hemos tomado una consciencia diferente del riesgo de vida, no de la vida en general, sino de su fragilidad”, afirma, en diálogo con LA NACION.
La génesis de su nuevo libro hay que buscarla en una experiencia personal. “Hace veinte años volví por primera vez a mi ciudad natal, Timisoara, en Rumania, y vi las sinagogas con candado. Pude ingresar en la sinagoga de la pequeña ciudad de Sighisoara, donde nació mi padre, y me conmoví ante su belleza y por el silencio. Nunca más habría una ceremonia religiosa, porque los oficiantes y los fieles fueron asesinados durante el Holocausto. Un anciano tenía la llave y me abrió el templo. En un escritorio había un cuaderno de tapas de cuero en el que descubrí el lugar donde estaba enterrado mi abuelo”. Años después, Abraham viajó a dar una conferencia en un coloquio sobre el tema de la identidad en la ciudad de Budapest. “Al conocer la política negacionista del gobierno húngaro, me presenté como judío, nacido en Rumania, el húngaro como lengua materna, con estudios en Francia y hogar en la Argentina. Eran demasiadas identidades para los congresales. Me preguntaron si era religioso, dije que no; si era miembro de un pueblo judío, respondí que más bien creía que los judíos conformábamos una colectividad de varios pueblos mezclados; y ante la insistencia para que justificara mi identidad, respondí que los húngaros conocían la respuesta precisa porque mataron a 400.000 judíos. Así nació la semilla de lo que sería La matanza negada. Autobiografía de mis padres”.
–¿Cómo definiría su identidad judía en la Argentina?
–Soy argentino porque “vine”, y hoy soy judío porque “volví”. Al volver nuevamente a Rumania, a mi ciudad, hace tres años, no pude sino presentarme como judío. Rumano no podía ser porque antes de la guerra despojaron de la ciudadanía a mis antepasados y nunca quisieron que formáramos parte de la nación. Además de haber asesinado a cientos de miles de judíos (no) rumanos. En la Argentina, mis padres hallaron paz, pan, trabajo y respeto. En nuestro país el antisemitismo fue un ingrediente de los movimientos nacionalistas que tuvieron un protagonismo importante en la llamada Década Infame y durante los años 60. En la actualidad, la identidad judía es una incomodidad muy menor aquí.
–¿Por qué dice que el antisemitismo es una pasión nacional en Rumania?
– En Rumania, desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo era un aspecto esencial del programa de los partidos políticos rumanos. La Guardia de Hierro y la Legión del Arcángel San Miguel, fundadas en 1927, vanguardia política que concitó la adhesión de la intelectualidad y formó parte del gobierno durante la Segunda Guerra, basaban su política en tres consignas: que se vayan todos, terminar con el régimen parlamentario y la dirigencia política acusada de corrupción; reforma agraria y distribución de tierras entre la gran población campesina, y exterminación de los judíos. Eran nazis de izquierda.
–¿Cuáles son las amenazas actuales a la democracia?
–Son muchas, no solo para la democracia, sino para la vida en general. En un mundo en donde salgo con barbijo y un pote de gel y trato de no cruzarme con nadie, lo que está en peligro no es solo un gobierno o la democracia. Confronto con la concepción del poder de este gobierno, creo que hay que defender a la Corte Suprema de la invasión del Poder Ejecutivo, pero no ando clamando con una cacerola por la salvación de la república ni hablando de pobres como si fueran una categoría de personas, sociología mediante. No quiero ser parte de la comparsa alarmista, porque es frívola e irresponsable.
–¿Cómo vivió las idas y vueltas en la gestión de la pandemia por parte del Gobierno nacional?
–Las idas y vueltas por la pandemia acaecen en casi todo el mundo, de Emmanuel Macron y Boris Johnson a Alberto Fernández. En Canadá se vacunó menos que acá, pero con la tercera parte de muertos. No tienen villas y la clase media respeta las leyes, no juegan a la desobediencia civil. No veo una alternativa que me permita comparar y pensar que otro grupo dirigente haría las cosas mejor. Nuestro problema es que el Estado está quebrado, endeudado y apenas puede subsidiar a quienes están perjudicados por la pandemia y la recesión consiguiente. El Banco Central Europeo emite euros y la Reserva Federal, dólares, y funciona. Nuestros pesos valen poco. Hay un drama social muy triste.
–¿La oposición es parte del problema o de la solución?
–Es parte del problema. Viene de cuatro años bastante lamentables. No hicieron una autocrítica bien profunda, fundamentalmente respecto del liderazgo al que se sometieron. Hay entre ellos gente interesante que debería desligarse de ciertas tutelas.
–¿La pandemia obligó a la humanidad a repensar cuestiones como la muerte, la enfermedad y la vejez?
–Estoy seguro que sí. Nunca nos tocó un periodo en el que todos los días habláramos de enfermedad, de muerte, de contagios, de internaciones, de vulnerabilidad, de adultos mayores. Por la intensidad de la preocupación y su insistencia, hemos tomado una consciencia diferente del riesgo de vida, no de la vida en general, sino de su fragilidad.
–¿El antisemitismo necesita el apoyo de diversos voceros? ¿Un genocidio se construye entre diferentes fuerzas sociales?
–En mi libro intento describir cómo se fabrica un nazi. Para hacerlo se necesita una gran inversión cultural. La labor de periodistas, educadores, escritores, artistas, funcionarios, asociaciones culturales y cámaras profesionales. Esto se vio, por ejemplo, en Rumania. La gran Hannah Arendt habla de la banalidad del mal, un concepto certero a la vez que discutible. Por un lado, muestra que un hombre común puede ser un genocida, pero estimo que no hay que dejar de lado que para hacer de un individuo un criminal sádico se necesita algo más que una psicología ordinaria. Y no hablo de enfermedad, sino de un odio naturalizado de tal modo que puede deshumanizar al prójimo. Para eso hay que designar un maldito que no debe vivir. Y esto no es obra de un solo hombre. Entre un individuo de derecha que teme al comunismo y lo considera una amenaza a sus creencias y denuncia a granel zurdos y subversivos y el individuo que arroja cuerpos vivos desde un avión, hay una distancia radical. Entre un racista del sur de Estados Unidos y un miembro del Ku Klux Klan que lincha a un negro, hay un paso gigante. Lo mismo entre el antisemita, o aquel que cree que con el antisemitismo logra tener una concepción del mundo, o una “espiritualidad”, como lo señala otra grande, la escritora Mary McCarthy, y un genocida, hay otro abismo. El racismo existe y existirá, lo mismo que el antisemitismo, y como dice Imre Kértesz, la estupidez persiste.
–¿Cómo ve el actual conflicto en Gaza entre Israel y Palestina?
–Entre Netanyahu y Hamas hay un acuerdo para mantener el estado de guerra y evitar que lleguen al poder las fuerzas pacifistas, dialoguistas y todos los que bregan por dos países, uno palestino y el otro israelí, en convivencia y cooperación. El sionismo como movimiento nace a fines del siglo XIX, cuando un periodista judeohúngaro, Theodor Herzl, se escandaliza ante el juicio por alta traición al capitán Dreyfus, que dividió a la sociedad francesa entre los nacionalistas xenófobos y antisemitas, y los demócratas liderados por el gran Émile Zola. Ese juicio fue el que decidió a Herzl a buscar un lugar para los judíos por descreer que algún día podían llegar a tener los mismos derechos ciudadanos que el resto de la sociedad. Pero la decisión de ir a Israel se hace obligada para muchos judíos después del genocidio. La solución final proclamada por Hitler no pudo ser final: hubo sobrevivientes. La Shoah fue el resultado de un plan gigantesco y empresarial, con la última tecnología, para hacer desaparecer a una etnia de un modo absoluto. Hay abundantes pruebas que certifican que los gobiernos occidentales tenían conocimiento de las fábricas de la muerte. Nosotros, mis padres y yo, como tantos judíos, debimos presentar un certificado de nacimiento en el que figuramos como evangélicos luteranos para ingresar a la Argentina a fines de 1948. Por eso dirigentes de la comunidad judía llegaron a la conclusión de que para sobrevivir necesitaban un hogar, una nación y un Estado propios, conclusión sellada por el genocidio después de dos mil años de persecución y masacres.
–Varios intelectuales de izquierda califican de “nazis” las políticas de Israel contra los palestinos.
–Echar a los judíos de Israel al mar, denunciar a Israel como cuña del imperialismo yanqui, calificar de neonazis disfrazados a los israelíes son lugares comunes de los antiimperialistas de salón. La verdadera lucha contra el odio organizado por quienes quieren extremar la violencia en Israel la llevan a cabo árabes israelíes y judíos israelíes en su propio país, con sus marchas y sus movimientos políticos. En ellos me inspiro, en Daniel Barenboim, en David Grossman, en Amoz Oz.
–Su nuevo libro incluye críticas a intelectuales como Cioran y Eliade y la reivindicación de otros menos conocidos. ¿Qué se puede criticar hoy de las intervenciones de estas voces públicas?
–Yo creo que es saludable que la gente se exprese todo lo que quiera, eso es la democracia. La democracia es ruidosa. Yo filtro las voces para no quedar sordo. Solo le pido al periodismo un esfuerzo de calidad, un costo intelectual en defender una posición. No pido pluralismo porque el pluralismo en la actualidad es trabajo del lector o consumidor. Se ha segmentado el mercado informativo y los receptores quieren que les repitan el mensaje. Es el resultado del infantilismo. Los niños nos piden contar siempre el mismo cuento, pero en ellos nutre la fantasía; en los adultos esteriliza el pensamiento.
–En series, libros y películas el judaísmo volvió a ser un tema durante la pandemia. ¿Por qué pasa eso?
–Porque Shtisel y Poco ortodoxa son dos series fantásticas. Se trata de un fenómeno artístico. Son interesantes las declaraciones de los actores. Ante el entusiasmo religioso por el éxito de la serie, un rabino le hace por televisión una entrevista a los dos principales protagonistas de Shtisel, Michel Aloni en el papel del joven Akiva, y Dov Glickman que encarna al viejo Shulem; cuando le preguntan a Glickman qué siente después de haber protagonizado a un ortodoxo judío, responde que nada, que nunca fue religioso y que a pesar de que los ortodoxos viven a cuarenta kilómetros de su casa, hasta el momento de la filmación le parecían tan exóticos como los esquimales. Y Aloni, ante la pregunta de cómo se define, de su identidad profunda, dice ser un israelí de lengua hebrea. Ni siquiera solo israelí, sino con una lengua en singular. Porque en Israel hay israelíes de lengua árabe. No se identifica como judío. El sionismo logró aquello que nadie pudo lograr, que el judío se olvide de serlo solo en su patria.
–¿Por qué se dedicó a la filosofía?
–Leo filosofía desde los quince años. Solo que la filosofía no está en los libros de filosofía, no solamente. A la filosofía se la busca, no se la encuentra ya digerida en los libros de filosofía. La filosofía nace con una inquietud a la que hay que darle forma.
–¿Qué opina de las nuevas generaciones de filósofos en el país?
–Hay muchos que trabajan con entusiasmo en variados ámbitos, académicos y extraacadémicos: Gustavo Romero, Diego Singer, Luis Diego Fernández, Darío Sztajnszrajber, Tamara Tenembaum, Pola Oloixarac, Germán Súcar, Gustavo Varela, Pablo Dreizik, Alejandro Rozitchner, y tantos otros. Lo hacen con diferentes registros y poco me importa de qué ideología se reclaman. Lo que cuenta es el compromiso con su labor y la búsqueda de problemas que los inquiete y los saque de quicio.▪
PERFIL: Tomás Abraham
▪ Nació en Timisoara, Rumania, en 1946. Era un niño cuando su familia emigró a la Argentina.
▪ Se graduó en Filosofía y Sociología en las universidades de la Sorbona y Vincennes. En París, participó de la rebelión estudiantil en el Mayo Francés de 1968.
▪ Es profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, fundador del Colegio Argentino de Filosofía y director del Seminario de los Jueves, con el que publicó siete libros.
▪ Es autor de más de veinte libros, entre ellos, Aburrimiento y entusiasmo, La máscara Foucault, El deseo de revolución y La lechuza y el caracol.
▪ En 2004, fue distinguido con el Premio Konex al Ensayo Filosófico. Publicó una novela, La dificultad, y colabora en diarios y revistas.
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