Todo lo que crece, de Clara Obligado. Sutil y admirable memoria
“Los hongos metabolizan desechos y cadáveres (…); a partir de ellos todo crece, implacable.” Es la sorpresa que Clara Obligado experimenta a medida que compone Todo lo que crece, un título que se insinúa como la contracara de otro, ya lejano, Todo verdor perecerá (¿se acuerdan de Mallea?). La celebrada narradora hispano-argentina propone ahora un breviario de memoria y reflexión a modo de “ensayo”. Y de aquel descubrimiento extrae una hipótesis filosófica: “Hay vida en la muerte”.
No obstante, estas páginas, sutiles como los pétalos que acierta a invocar, no admiten ser encuadradas (es su gran atractivo) en un género determinado.
El texto se proyecta (“crece”, digamos, en complicidad con la autora) a una recapitulación autobiográfica del itinerario que la condujo al exilio, en tiempos de dictaduras en el continente que abandonó. En ese periplo, que funde el métier de existir con el reino silvestre, revive el purgatorio de la “América casi virgen, dolorosa y magnífica, la naturaleza en su esplendor”, pero con el asedio –en Chile y en la Argentina- del espanto: el cuerpo del hombre amado, con trazas de tortura, lanzado a un río incrédulo.
El texto, admirable y fluido en su empeño de vincular naturaleza y escritura (subtítulo del libro), se ilumina con citas de antecesores: Wislawa Szimborska, Oliverio Girondo o John Fowles (El árbol). Al forjar estas páginas imprescindibles, Clara atraviesa, como Baudelaire, una maraña de guiños silvestres (jabalíes, fresnos, robles) y se impregna de símbolos que despertarán su propia alegría nocturna, esa de mujer lectora y deslumbrante narradora.
Todo lo que crece
Clara Obligado
Páginas de espuma
107 páginas
$ 1990