Splinternet: la grieta informativa que deja la guerra
Mientras el ataque de Rusia a Ucrania se desarrolla de manera abierta en Kiev y otras ciudades, las guerras de la información desafían algunas reglas básicas del análisis reciente sobre las teorías comunicacionales. No son solo el contexto del primer gran conflicto en tiempos de redes sociales; el control informativo de impacto global forma parte de la agenda prioritaria de las fuerzas en pugna.
Estas guerras de información, de hecho, se expresan en acción y retaliación, por usar el lenguaje bélico. A las limitaciones sobre contenidos y uso de redes sociales en Moscú, le sucede la prohibición en Europa del acceso a medios considerados propaladores del gobierno de Putin. En Rusia está prohibido hablar de guerra (el gobierno habla de una “operación especial”).
Hoy mismo, sábado, podría entrar en funcionamiento una ley votada en el parlamento ruso que condena con penas severísimas de hasta 15 años de prisión a quienes contradigan el discurso y la estrategia militar oficiales. En simultáneo, anoche el presidente ucraniano Zelenski lanzó otro llamamiento público a través de un video difundido en su cuenta en Facebook. Esa red y Twitter sufren bloqueos en territorio ruso y en ellas se suceden campañas de boicot a las principales empresas de Estados Unidos y Europa que no limitan su actividad en ese país como parte de las represalias. Sin más, la decisión de aislar a los principales bancos rusos, el más duro golpe económico y financiero, es desconectarla de un sistema informativo, llamado Swift.
Y hasta la industria de los videojuegos (EA Sports), junto a la FIFA, sanciona la presencia de avatares de selecciones y jugadores de esa nacionalidad. Desinformación y propaganda son el target contra el que las principales plataformas y empresas big-tech montaron su propio teatro de operaciones: tensionadas por la necesidad de expresarse políticamente en sus países de origen y obrar –por su naturaleza global– como si las limitaciones geográficas no existieran, firmas como YouTube de Alphabet o Twitter anunciaron medidas al respecto. Desde Meta, Facebook buscaba defender la posición de mantener el servicio disponible en Rusia: “La cuestión que realmente socava la propaganda es la contra-información. La expresión libre es, al final, lo que debemos sostener”. El bloqueo a publicaciones del sitio oficial RT (Russia Today), para el que Facebook utilizó los mismos argumentos con los que levantó la cuenta oficial del entonces presidente Trump en campaña, fue apenas el polvorín.
Que sea Rusia el protagonista de esta escalada de las batallas de la información no sorprende. Más allá del perfil belicista de Vladimir Putin, tanto los hackers como los espías rusos cuentan con acreditada fama global.
De hecho, el relato expansivo de las redes sociales y sus promesas de universalidad, comunidades y circulación libre de la información tuvo un quiebre tras la elección de Donald Trump en 2016 con dos hechos significativos: la manipulación de datos a través de Cambridge-Analítica y las filtraciones y operaciones comandadas desde locaciones rusas. Apenas semanas antes de la ocupación fronteriza por parte del ejército ruso, un best-seller (con tres ediciones en España) consagraba el asunto con una perspectiva acorde: Confesiones de un bot ruso, de autor anónimo, destila a lo largo de 400 páginas los ardides alrededor de la construcción de campañas (des)informativas. “Me he pasado unos cuantos años insultándote en redes sociales porque alguien me pagaba. Ahora quiero contarte cómo lo hacía”, dice el autor desde la portada. Su foco era justamente el astroturfing y la manipulación de las conversaciones en los hot topics de las redes.
También Ucrania está fuertemente involucrada en el asunto. En pocos días, el mundo descubrió la faceta pop detrás del comportamiento heroico de Volodimir Zelenski: no solo ganó Bailando por un sueño y fue la voz del osito Paddington en su país, sino que protagonizó la exitosa sátira política televisiva Servidor del pueblo: fue el espaldarazo que lo llevó a la presidencia de su país con impronta de hombre común y valores cívicos. Una conversación, probada, entre el presidente Trump y el recién asumido Zelenski, en 2019, en la que el magnate lo invitaba a denunciar la gestión del hijo del entonces candidato Biden a cambio de apoyo militar, fue el fin de la ingenuidad y el bautismo de fuego en la guerra informativa global para el ex-comediante.
La guerra informativa también afecta a los relatos de origen. La historia de Kiev como urbe medieval, mojón de la identidad rusa previa a Moscú y a la identidad imperial, se cruza con los recurrentes conflictos de división política que marcan la frontera entre Rusia y Europa. El historiador Noah Yuval Harari sentenció en una columna días atrás el secreto de la derrota rusa: haber contribuido a despertar un orgullo y un sentimiento nacional en Ucrania, alejado de Rusia y más cercano a Europa, una identidad nacional en un Estado joven.
En este contexto de narrativas milenarias cruzadas con imágenes de tanques avanzando, algo parece claro: la promesa de Internet y la web 2.0 de una red libre y transnacional, en la que las plataformas se movían como entidades supranacionales, verdaderos continentes (Facebook ostenta más de 1500 millones de humanos registrados como usuarios en su red) con reglas propias, parece tener sentencia de muerte. “Splinternet”, por la compresión de la frase en inglés que alude a una internet fragmentada, parece ser la consecuencia inevitable. Los analistas discuten si pasaremos a grandes zonas globales (“Occidente”, China, Rusia) o si asistiremos a una balcanización que limite las capacidades comerciales, además de la propia identidad de la red. La pretensión fundacional de “neutralidad de la red”, aplicada en este caso a las plataformas montadas en ella, acaso sea otra víctima de esta guerra.