Sheila Cremaschi: “Hay en la cultura un corset muy grande que viene de las redes”
Experta en gestión cultural, la directora argentina del Hay Festival de Segovia dice que internet impone una corrección política que afecta a los creadores; el evento estará dedicado a pensar la inteligencia artificial
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MADRID
Todos respetan a Sheila Cremaschi y esta afirmación no resulta una hipérbole. Los reyes de distintas coronas europeas, los políticos españoles, italianos e ingleses, los artistas, los intelectuales, los académicos, los líderes de la industria editorial, los periodistas. Esta gestora cultural mendocina de sonrisa fresca, dueña de una elegancia natural alejada de la arrogancia, siempre dispuesta al diálogo apasionado, recibe información privilegiada mucho antes de que los grandes medios y los periodistas especializados. Ella no busca la noticia, y muchas veces ella es la noticia. A fines de 2022 fue condecorada por el gobierno de Sergio Mattarella y Mario Draghi con la Orden Caballero de la Estrella. “Mi familia italiana por primera vez pensó que yo era alguien. Los reconocimientos anteriores no les interesaron”, dice y suelta una risa que brota espontánea. Antes ha sido condecorada por la reina Isabel II de Inglaterra con la Orden del Imperio Británico; por el rey de España, con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, y ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades a través del galardón que mereció el Hay Festival, que tiene ediciones en el Reino Unido, Latinoamérica y Segovia. Cremaschi dirige este último evento desde hace 18 años.
Antes de radicarse en España, en 1999, Cremaschi fue durante una década dueña y alma del Café Mozart en Buenos Aires, epicentro de la música más exquisita del país, allí donde Ástor Piazzolla escuchó por primera vez el cuarteto que había compuesto para Mstislav Rostropóvich.
Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Cuyo y magíster en Administración y Políticas Culturales, con una beca del Banco Interamericano de Desarrollo, Cremaschi dirige un evento que marca la agenda cultural de la temporada, en jornadas donde los medios depositan su interés en esta pequeña ciudad donde se erige un magnífico acueducto romano del siglo II. Allí se congregarán, desde el jueves próximo, figuras de la talla de Javier Cercas, Fernando Trueba y Andrea Marcolongo.
Este año, el Hay Festival Segovia, un evento sin fines de lucro que cuenta con la presencia de importantes referentes de distintas disciplinas, se enfocará en las incógnitas que surgen ante un mañana dominado por la tecnología, e invitará a los asistentes a imaginar un futuro humanista y a encontrar respuestas a través de la literatura, las artes, el pensamiento y la ciencia, señala su directora.
"Hay que obligar a los intelectuales a que pongan luz a este momento de incertidumbre, cuando hay tanto que ignoramos"
Uno de los recuerdos que Cremaschi atesora de ediciones pasadas fue la atracción que generó la presencia del celebrado arquitecto británico Norman Foster. Cremaschi logró trasladar a la pequeña ciudad de Castilla y León veinte autos de colección que acompañaron a Foster al evento, donde ofició como orador principal. Le habían advertido que Foster no quería fotos ni el contacto de la prensa, pero cuando el público del festival y los vecinos de Segovia advirtieron quién era aquel caballero ilustre, una multitud lo asedió con selfies y abrazos. “Foster estaba encantado. Jamás le había pasado algo semejante en su vida”.
–¿Siente que en el exterior ha debido trabajar más por el hecho de ser argentina, para ser reconocida por su labor? ¿Aún existe esta diferencia en el trato y en la mirada hacia los extranjeros?
–Sí, así es, hay que trabajar más. Como decía Lola Flores: “Es el acento”. Escuchaba al director de Contenidos de la BBC, indio, decir que los primeros 10 años en Inglaterra había trabajado para ser aceptado, y recién durante los 10 años siguientes trabajó en busca del respeto. Creo que ha costado más por el acento. Yo no me puedo quejar, porque lo he logrado, pero ha habido muchísimo esfuerzo en 20 años, y para mí no es como dice el tango, que “20 años no es nada”. ¡Es mucho tiempo!
–¿Cuáles advierte que son las direcciones y las tendencias del consumo cultural en la actualidad? ¿Hacia dónde se dirige? ¿Qué exige el público?
–Creo que antes que hablar de tendencias del consumo, hay que hablar de las tendencias de la oferta. España está viviendo un momento fértil, hay una explosión de propuestas culturales que son, a veces, acompañadas por el público y otras veces no. Voy a sitios a ver propuestas interesantes y quizá solo hay cuatro personas en la sala. ¿Entonces? ¿Qué está pasando? En estos últimos meses se han creado 278 festivales nuevos, pero quizás sean estrellas fugaces, porque muchos de ellos tienden a desaparecer. Todo el mundo quiere tener su propio festival, su propia jornada, su propio seminario y no siempre son acompañados por el público.
–¿Cómo evalúa al público actual ante esta gran oferta y qué genera esta sobreabundancia de propuestas? ¿El hecho de que más personas puedan acceder a creaciones culturales ha bajado los estándares de calidad?
–Aquí habría que repensar el fenómeno de las redes sociales. Hay un fenómeno que yo vengo observando, porque una de mis preocupaciones son los jóvenes, y es que hay muchísimos best sellers juveniles que vienen de las redes. Entonces tienes, por ejemplo, poetas que escriben en las redes con una multitud de seguidores. Yo creo que son una expresión de la emoción, de sentimientos, que están movilizados por esas cuentas en las redes sociales, pero prefiero no hablar de estándares de calidad. Hay que trabajar para atraer a las generaciones jóvenes.
"Los festivales tienen que ser plataformas democráticas donde se pueda escuchar distintas voces, de distintas ideologías, de distintos países"
–Habla de los jóvenes. ¿A qué público se dirige cuando programa un festival internacional?
–Hace como cuatro años empecé a observar en varios festivales, de competidores y también en el nuestro, que el público tenía, mayoritariamente, el pelo blanco. Empecé a pensar cómo lograr que se incorporasen nuevos públicos. Mi preocupación son los jóvenes y esto que voy a decir es algo en lo que todo el mundo está en contra: cuando tú llevas a los colegios a un evento cultural, no estás realmente capturando a ese público, porque un curso y un programa educativo tienen que ser aceptados por las autoridades. En cambio, con los jóvenes, te tienes que esmerar para generar propuestas que a ellos les interesen, a las que acudan por su propio interés. He tenido que investigar muchísimo, hablar con jóvenes e instituciones de distinto tipo, estar muy atenta. Todas las editoriales hacen estudios de marketing, pero lo cierto es que poca gente sabe qué es aquello que les interesa a los jóvenes.
–¿Qué le brinda a una sociedad el hecho de que haya un festival cultural de ideas, como el Hay, donde se ve una gran presencia de la literatura, pero no exclusivamente?
–Los festivales tienen que ser plataformas democráticas donde se pueda escuchar distintas voces, de distintas ideologías, de distintos países, porque la famosa “grieta” también la estamos empezando a ver aquí, en España. Todas las propuestas que tiendan a hacer desaparecer la grieta y a habilitar espacios de encuentro de pensamientos diversos son saludables. En cambio, en los festivales donde los invitados son todos progresistas o todos de derecha no se logra una integración verdadera.
–¿De qué modo la política como variable y como obstáculo está presente cuando programa un festival?
–Siempre procuro que el resultado no sea un festival excesivamente sesgado. Que vengan pensadores de centro derecha y de izquierda. Siempre que sean democráticos, son bienvenidos. Busco que haya muchas y variadas formas de pensar. Me llevo bien con los políticos, pero no me caso con ninguno. Es un gran esfuerzo, porque esto hace que ningún político te considere propio, entonces el apoyo que recibo es poco.
–¿Cómo interpreta este momento en España donde el sector artístico, en primer lugar, quizá con más fuerza que el intelectual, denuncia ataques de censura?
–La censura que percibo, que a lo mejor no es la que perciben los actores, es la de las redes. Veo que hay en la cultura un corset muy grande que viene de las redes sociales, donde te obligan a ser políticamente correcto, a estar a favor de determinadas tendencias. No estoy, desde ya, de acuerdo con los mensajes de odio, pero muchos creadores hoy tienen una especie de corset en su expresión: temen hablar porque van a ser criticados o linchados en las redes. La autocensura es muy negativa para la creatividad.
–A su festival lleva artistas de vanguardia y pensadores polémicos. ¿Cómo impacta en su labor la cultura de la cancelación o de la ultracorrección?
–Yo trato de ignorar todas estas circunstancias. Hago como los irresponsables: camino por un precipicio e invito a gente que me parece que su voz es importante. Algún día me caeré del precipicio. Ojalá que no.
–¿Tiene algún tipo de presión de la industria cultural a la hora de programar el festival de este modo?
–No, ninguna presión, salvo la que yo misma me impongo: no puede haber mensajes de odio o voces que no respeten el orden constitucional, invitados que no quieran cuidar al planeta o que nieguen la crisis climática.
–¿Por qué hay tanta efervescencia en este momento, tanta rabia, al menos en gran parte de la sociedad europea?
–Creo que los dos años de Covid-19, la recesión, la inflación y la guerra en Ucrania hacen que la gente esté irritada. Desde las redes sociales llega todo este tipo de intolerancia porque la gente ha sufrido: se le han muerto personas queridas o han perdido mucho con la crisis económica. Y no nos olvidemos que la guerra en Ucrania está a dos horas y media de Madrid. La guerra está en el salón de las casas, todo el tiempo se transmite esta guerra y esto provoca un desasosiego muy especial.
–La próxima edición del Hay Festival Segovia tiene este lema: “El futuro del humanismo en tiempos de la inteligencia artificial”. ¿Cuál es su mirada del futuro? ¿Es esperanzadora o apocalíptica?
–La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido sin permiso en nuestras vidas. En esta edición busco distintas voces expertas que me puedan ayudar a encontrar respuestas [como Goretti Fernández, John Maeda e Ikhlaq Sidhu, Nuria Oliver, Sonia Mulero, Miquel Molina], ¿Cómo modifica la inteligencia artificial los derechos de autor? ¿De qué modo modifica los medios de prensa, impulsa las fake news y nuestra propia escritura? Hay que obligar a los intelectuales a que reflexionen y pongan luz a este momento de incertidumbre, donde tanto tememos sobre aquello que ignoramos, porque no hay vuelta atrás con la IA.
–Trata con la prensa de todas partes del mundo, con políticos de todos los partidos políticos, con los autores más prestigiosos, con los reyes de distintas casas. ¿Cuál es la mayor dificultad que tiene dirigir un festival de esta envergadura, uno de los más prestigiosos de Europa?
–¡Los guitarristas! (risas). Esta expresión siempre la utilizamos con mi marido [el abogado Beltrán Gambier, quien ha intervenido probono en el caso del Teatro Albéniz, un mítico coliseo madrileño que estuvo a punto de ser demolido y que hoy, restaurado, se prepara para hospedar a El fantasma de la ópera]. Cuando era dueña del café Mozart, los problemas los traían siempre los guitarristas; es decir, no es el cantante principal el que reclama. Con ellos es complicado lidiar. Para darte un ejemplo: si hablas con el alcalde, cualquiera, de cualquier partido, todo es una conversación amable y todo parece posible. Pero si el alcalde te deriva al funcionario de turno para que solucione eso que propones o necesitas, ahí aparecen los problemas y hay que tener una paciencia infinita.
–¿Hay más lectores en España en la actualidad? Las cifras editoriales en España son auspiciosas. ¿Siente que el concepto de lectura ha sido modificado?
–No estoy segura. Los índices de lectura aquí no son los más altos de Europa. Lo que sí he observado es la aparición como hongos de clubes de lectura. Eso no existía hace 20 años. Tampoco existía entonces una preocupación por leer a las autoras y más aún a las jóvenes. Han aparecido varias autoras argentinas y ahí hay una brigada de escritoras argentinas muy importante, como Samanta Schweblin, Selva Almada, Mariana Enriquez o María Gainza.
–Vive en Madrid desde 1999. Decía que advertía una gran fertilidad de propuestas, pero también desliza una serie de complicaciones. ¿Qué ha cambiado en estas décadas para aquellos que defienden la gestión cultural?
–Hay algo triste que he percibido: cuando empecé a hacer el Hay Festival había una convivencia armónica entre los partidos políticos. O incluso antes. Por ejemplo, cuando hice el Festival de la Alhambra, el Ayuntamiento pertenecía al Partido Popular y la Junta, al Partido Socialista Obrero Español. Trabajaban armónicamente. Ahora es casi imposible trabajar con dos partidos diferentes simultáneamente. No existe la idea de “vamos a hacer el bien común”. Esto afecta a la cultura, le hace daño, porque se necesita su respaldo, al menos en un país como España, donde hay tanta presencia el Estado. Además, hace 20 años las redes no existían. Alguien ofendido escribía una carta al periódico. Hoy todo el mundo insulta a todo el mundo y eso va rompiendo las relaciones. Cuando los artistas se pelean en las redes sociales se rompen los puentes del pensamiento y quien más pierde es la sociedad.
UNA IMPULSORA DEL DEBATE DE IDEAS
PERFIL: Sheila Chremaschi
■ Sheila Cremaschi nació en Mendoza. Licenciada en Historia en la Universidad Nacional de Cuyo, tiene un máster en Gestión y Políticas Culturales y numerosos seminarios en diversas universidades internacionales.
■ Es miembro del Consejo Consultivo y Representante en la Unión Europea de arteba Fundación, vicepresidente del Consejo Consultivo de Hay Festival of Literature and the Arts, y desde su creación dirige las ediciones en las ciudades de Segovia y Budapest.
■ Por su trabajo ha recibido numerosos reconocimientos internacionales, entre los que podría destacarse la Medalla Johann Strauss de la ciudad de Viena, en 1983. La reina IsabeL II la ha nombrado miembro de la Orden el Imperio Británico, y el embajador en España le ha impuesto la medalla el 23 de octubre de 2013.