Sergio Ramírez: “Escribo con la nostalgia del país perdido, al que no sé si volveré”
El escritor nicaragüense, exiliado en España, habla de la inclinación de los países de la región por la mano fuerte del caudillo y de su última novela, que provocó la reacción furiosa del régimen de Daniel Ortega
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MADRID
Son las siete de la tarde, el sol azota aún el pavimento y la ola de calor no da tregua. Minutos antes de la cita llega Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942) al bar de Casa Encendida, un centro cultural donde la risa de las mesas se funde con el trap que suena en la radio. Lo acompaña al encuentro su esposa Gertrudis Guerrero, quien carga una pesada bolsa con libros. Ramírez tiene templanza en su voz y en su cuerpo, y acompaña con una sonrisa moderada muchas de sus respuestas. El mozo pregunta si aquel hombre es “el escritor exiliado amigo de Cortázar” y baja la música de inmediato en señal de respeto.
Ramírez abandonó su país hace casi un año. “Se ha salvado de milagro”, dijo Mario Vargas Llosa en septiembre pasado en Madrid durante la primera aparición pública del escritor, que mantuvo en vilo a la comunidad intelectual cuando se desconocía su paradero. La Fiscalía de Nicaragua había impuesto sobre él una orden de detención, como la que había sido aplicada sobre siete candidatos presidenciales, que al día de hoy continúan presos.
Aquello que había enfurecido al régimen comandado por Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo fue la última novela de Ramírez, Tongolele no sabía bailar, tercera entrega de su serie policial protagonizada por el detective Dolores Morales, donde retrata las revueltas populares reprimidas por el gobierno de modo sangriento en 2018. El ciclo se completa con El cielo llora por mí (2008) y Ya nadie llora por mí (2017).
Ramírez obtuvo el Premio Cervantes (2017) y fue distinguido por Margarita, está linda la mar (1998) con el primer Premio Alfaguara. Cronista, novelista, abogado –profesión que nunca ejerció– fue también político. En su autobiografía Adiós muchachos (1999) narra sus años como miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que condujo a la caída del dictador Anastasio Somoza, y su experiencia como vicepresidente de Nicaragua (1985-1990, bajo el primer mandato de Ortega). Ramírez fue alejándose del gobierno ante los atropellos que advertía por parte de quienes habían sido sus compañeros de ideales, hasta convertirse en opositor de Ortega. Madrid es hoy su hogar y ha sido invitado de honor a diversos festivales. Dirige el encuentro Centroamérica Cuenta y ha sido elegido personaje latinoamericano 2021 por el Grupo de Diarios América “por su activa defensa de la libertad de expresión y de la democracia en su país”. En septiembre presentará su nuevo libro de cuentos, Ese día cayó en domingo (Alfaguara).
–Distingue entre dos tipos de exilio: el común, el que padecen o padecieron tantas personas, y el del escritor. ¿Cómo es esta diferencia?
–El escritor en el exilio tiene sus propias herramientas de trabajo; es como el caracol y lleva su propia casa encima, que es la escritura. Me sentiría desolado si no fuera escritor, porque los políticos en el exilio deben sufrir mucho. Su ambiente queda dentro de su país y los arrancan de raíz. Recuerdo la primera vez que salí de Nicaragua, por dos años, en 1973, antes de la Revolución. Recibí una beca de escritor y me fui con mi familia a Berlín. Allí tuve la sensación de que cuando escribía de Nicaragua, desde afuera, veía al país como a través de un lente y eso me nutrió mucho. Era la nostalgia del país lejano. Hoy escribo con la nostalgia del país perdido, al que yo no sé si volveré alguna vez, porque esto me pilla, como dicen aquí en España, muy tarde en mi vida. Cuando viví en el exilio, en tiempos de Anastasio Somoza, tenía el mundo de frente; hoy lo tengo detrás.
"En los países de América Latina hay un desajuste entre los sueños convertidos en Constituciones y la realidad de las dictaduras"
–¿Qué lo mueve hoy a escribir?
–Mi idea de que siempre hay historias que contar, de que el mundo es un lugar imperfecto. Yo soy un contador de historias y no estoy en paz si no las estoy contando.
–¿Qué es para usted la ficción? ¿Una vía de escape, un bálsamo ante una realidad atroz?
–Si no existiera la realidad, viviría muy cómodamente en la ficción. Pero toda ficción se alimenta de lo real. A algunos les toca una realidad más lacerante, más compleja, como la mía. Lo que hago, en términos de escritura, es aprovecharla.
–Tras meses convulsos, ¿puede dedicar algún tiempo para escribir en la actualidad?
–Sí, lo que pasa es que salí de Nicaragua en mayo. Fui primero a Estados Unidos, a una consulta médica y ya no pude regresar. Me fui a Costa Rica después y estuve en Madrid viviendo en distintos sitios. Ya tengo un piso y tengo un cuarto propio, como decía Virginia Woolf. Para mí escribir es un asunto de soledad y de seguridad. Ahora tengo una mesa y me puedo sentar todos los días y tener mi horario de trabajo.
–Creó un personaje que ya tiene un lugar en la literatura hispanoamericana reciente, el detective Dolores Morales, que recorre la historia de su país [participa del Frente Sandinista, se convierte en policía, y más tarde en detective privado]. ¿Continuará escribiendo ficciones protagonizadas por él?
–No creo. Era consciente de que lo que escribía significaba un riesgo, pero no volvería, por el momento, a Dolores Morales. Quiero intentar algo distinto, al menos mientras las cosas en Nicaragua no cambien. Me duele mucho lo que ocurre en Nicaragua, pero yo no soy el cronista de todo eso.
"La agresión de Putin a Ucrania es fascismo. Me recuerda a Hitler invadiendo Polonia y Checoslovaquia. Estamos reproduciendo escenarios del siglo XX"
–¿Quiénes son en la actualidad los cronistas de Nicaragua?
–Gioconda Belli, por ejemplo, también en el exilio. O José Adiak Montoya, cuya novela El país de las calles sin nombre es muy buena.
–¿Volvería a ejercer un cargo político?
–No. Para mí la política fue una circunstancia muy puntual de mi vida. No voy a hacer una revolución a esta altura de mi vida.
–¿Le gustaría tener que hablar menos de política y más de literatura?
–No me gusta hablar de política en el sentido de la política como tal. Me veo compelido a hacerlo porque Nicaragua vive en crisis permanente. Bajo una dictadura es imposible que yo diga “no hablo de política; solo de literatura”. ¿Qué literatura sería esa si yo olvido dónde está asentada mi propia literatura?
–¿Y dónde está asentada su literatura?
–En la anormalidad de ese país, que comparte la anormalidad de América Latina. No somos países normales, en el sentido institucional. La política como tal, de liderazgo, de partido, competir por puestos políticos, está fuera de mi interés.
–¿Por qué la democracia en América Latina suele ser tan débil? ¿Por qué nuestro estado normal es la crisis? ¿Por qué sigue presente la figura del caudillo?
–No lo sé. A mí me gusta ver atrás en la historia y yo veo que desde los procesos de independencia hubo un gran desajuste entre los sueños convertidos en Constituciones y las realidades convertidas en dictaduras. Siempre hubo una distancia entre lo que decía la Constitución, inspirada en la Ilustración francesa, en la Revolución norteamericana, y lo que realmente ocurría en el terreno local: los caudillos que se alzaban en armas contra el poder colonial imponían un nuevo régimen que no garantizaba nada, ni libertades públicas ni derechos institucionales, con el pretexto de que estábamos en emergencia. Pasa el tiempo y seguimos en emergencia. “Se necesita una mano firme”, dice el caudillo. A mí me aterrorizan esas encuestas en las que se les pregunta a las personas si quieren vivir en un régimen autoritario o democrático y hay un 40% de personas que dice que no les molestaría vivir en el primero siempre que le solucionasen sus problemas.
–Usted fue amigo de Julio Cortázar. Fue su anfitrión cuando visitó Nicaragua [de esta experiencia surge Nicaragua, tan violentamente dulce]. ¿Cómo cree que se sentiría hoy Cortázar al analizar el régimen de Daniel Ortega?
–Creo que se sentiría muy decepcionado de que un sueño suyo se rompiera, como se rompió su sueño de la Revolución Cubana, porque a pesar de que él era muy parco y no le gustaba ser un crítico abierto, sé que él no estaba conforme con lo que pasaba en Cuba, con la represión contra los homosexuales, con el caso de Heberto Padilla [el poeta fue detenido por la publicación de un libro que condenaba al régimen y, tras ser detenido y obligado a expresar públicamente que había cometido “un error”, partió al exilio]. Cortázar tenía solidaridad con el mito de un país pequeño que se rebela contra un gigante. Pero él se hubiera sentido muy decepcionado con lo que pasa ahora en Nicaragua.
–Hay algunos intelectuales o políticos que siguen enamorados con las ideas de las revoluciones de Cuba o Nicaragua.
– Cada vez es más minoritario ese número de personas que se aferran a esas ideas tradicionales de los años sesenta o setenta. Es un estrato que envejece. La dinámica que tiene hoy la izquierda en América Latina, si pensamos por ejemplo en Gabriel Boric, es muy moderna. No tiene nada que ver con este anquilosamiento de ideas que lleva a estas personas del Foro de San Pablo y del Grupo de Puebla a callar frente a los desmanes del régimen de Ortega o a defenderlo bajo un presupuesto que cada vez tiene menos validez.
–¿Se comunicó algún político argentino o miembro del gobierno argentino con usted para solidarizarse?
–No lo recuerdo. Sí tuve respaldo del presidente de Colombia, de Costa Rica, Boric [el mandatario chileno lo invitó personalmente al acto de asunción de su mandato].
–Se han acercado para solidarizarse con usted personalidades que tienen una ideología diferente de la suya. ¿Teme a la hoy llamada cultura de la cancelación?
–Mucho. Callar al otro por la fuerza es la raíz de la intolerancia. Creo mucho en una relación de libertad en las personas y en el derecho a la palabra. Creo en la confrontación de las ideas.
–El gobierno de Ortega ordenó quitar la personería jurídica a la Academia Nicaragüense de la Lengua y ha sido, por tanto, clausurada. ¿Cómo evalúa esta situación?
–Es quizá la organización cultural más antigua del país, fundada en 1926. También fueron clausuradas con este decreto decenas de instituciones que tienen que ver con los derechos humanos, la democracia, instituciones caritativas. Ya suman casi mil instituciones clausuradas. Se busca cerrar los poros de la sociedad civil, para que no pueda respirar. La Academia de la Lengua está conectada con las demás academias a través de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), y con la propia Real Academia Española (RAE). Tiene siempre trabajo técnico y lingüístico que hacer. Los académicos de Nicaragua, aunque sea en la clandestinidad, tendrán que seguir haciendo este trabajo, porque son legítimamente electos por la Academia y ningún gobierno los puede quitar.
–¿Cuál es su opinión sobre el lenguaje inclusivo?
–El lenguaje inclusivo no se fabrica; nace de la necesidad. Nada que sea artificial permanece en el idioma. Palabras que se usaban en mi adolescencia hoy son arcaicas. Quien va a determinar qué permanece, como las palabras terminadas en “e”, es la gente, pero, si son meramente propuestas de un estrato intelectual, no van a tener cabida. Las academias lo único que hacen es certificar la existencia de términos, le ponen un sello, pero no pueden imponer nada.
–Hay muchos jóvenes en Nicaragua. El 50% de la población tiene menos de 30 años, según datos oficiales de 2020. Usted fue joven, soñó con la Revolución, ingresó en la política. ¿Hay en la actualidad, en ellos, en los jóvenes, una posibilidad de solución para la democracia?
–Creo mucho en ellos. Son ellos los que tienen que probar. Me entusiasma mucho que un joven como Boric sea presidente. A mí me entusiasma esta idea de que una generación que hasta hace poco estaba en las barricadas llegue el poder y pruebe y que desde la perspectiva institucional pueda llevar a cabo los cambios con los que ha soñado. Esto tiene sus riesgos, que los jóvenes se equivoquen. Yo, como ciudadano, quiero ponerme más a riesgo con los jóvenes que con los viejos. Es absurdo que el país esté gobernado por gente de 75 o 80 años. Los jóvenes además tienen derecho a equivocarse.
–¿Cuál es hoy el papel del intelectual en América Latina?
–Creo que las novelas son una herramienta para que los lectores piensen, y no un discurso político; ese es su riesgo. Siempre hay que recordar que la conducta de todo escritor y de todo ser humano debe ser ética. No debe perderse nunca esta brújula. Pero no sé cuál es su rol porque hoy las causas están fragmentadas. No hay un bloque de pensamiento único tras el cual encolumnarse, como ocurría antes.
–Hay una crisis de refugiados en Europa, pendiente también de la acción de Vladimir Putin. ¿A quién representa Putin? ¿Es de izquierda?
–Es el fascismo. Me recuerda a Hitler invadiendo Polonia, Checoslovaquia, anexionando Austria. Son estos viejos sueños imperiales que dejan de tener color ideológico. Putin es el autor de una agresión que solo puede venir de lo que yo percibo como la extrema derecha, pero, ¿qué diferencia hay entre la extrema derecha y la extrema izquierda?
–¿Es plausible que se desencadene una Tercera Guerra Mundial?
–Me preocupa ver cómo estamos reproduciendo escenarios del siglo XX. No viví la época de entreguerras, pero este momento se le parece mucho: el nacimiento de nuevos autoritarismos, el militarismo, el fascismo, la idea de que un país puede invadir otro. Es preocupante ver cómo las piezas se van colocando. Pero hay un diferencia: en la Segunda Guerra Mundial, Alemania había construido una poderosa fuerza militar basada en una economía muy floreciente. No es el caso de Rusia, una potencia de segunda clase que pretende jugar en el escenario mundial porque tiene ojivas nucleares y esto significa una amenaza. Su economía no tiene la fortaleza para pelear una guerra de largo plazo.
–¿Cómo analiza los debates encendidos en torno a la ley de memoria democrática o histórica en España?
–Nunca hubo un ajuste de cuentas con la memoria. Creo que hay que quitar los vendajes de las heridas, intentar que se aireen. Ese es el comienzo de un proceso de curación. Cuando todo se calla, todo se cubre, los enconamientos de la sociedad siguen vigentes. Por eso el mecanismo de la memoria es vital para que podamos seguir adelante, para no estar polarizados, porque la polarización es fatal para el progreso de una sociedad.
–¿Es optimista? ¿Cómo imagina el futuro de Nicaragua?
–No pierdo la esperanza. Nicaragua volverá a ser una república, a tener un sistema democrático decente. ¿Cuándo? No lo sé. Más temprano que tarde.
UN NOVELISTA CON HISTORIA POLÍTICA
PERFIL: Sergio Ramírez
■ Sergio Ramírez nació en Masatepe, Nicaragua, en 1942. Recibido en leyes por la Universidad Nacional autónoma de León, pronto inició su carrera literaria, que se combinaría con su activismo político contra la dictadura de Anastasio Somoza.
■ Vivió en Berlín y, luego, en Costa Rica. Tras el triunfo de la revolución sandinista en 1979 fue parte de la Junta de Reconstrucción Nacional y luego vicepresidente de Nicaragua, con Daniel Ortega a la cabeza del gobierno.
■ Retomaría su carrera literaria en 1988 con Castigo divino. Con Margarita, está linda la mar ganó el Premio Alfaguara (1998) y, entre otros, recibiría el Premio Cervantes en 2017.
■ Sus últimas novelas fueron policiales. En septiembre de 2021, cuando se disponía a presentar en el exterior Tongolele no sabía bailar, el gobierno de Ortega emitió una orden de arresto en su contra, lo que motivó su exilio en España.