Sarmiento, de Martín Caparrós. Las ilusiones y los desencantos del poder
En su última novela, Caparrós se centra en la vida del autor de Facundo, quien en retrospectiva repasa sus logros y fracasos en su intento de forjar una nación, y aborda asuntos y problemas todavía vigentes
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El Domingo Faustino Sarmiento que Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) noveliza en Sarmiento aprovecha los pocos días libres entre 1868 y 1874, los años de su propia presidencia, para ir al delta de Tigre. “Ya que no conseguía modelar la Argentina como habría querido, al menos podría modelar ese refugio de barro y camalotes para que se volvieran, al fin, un lugar mío”, piensa.
Al borde del río y en compañía de Aurelia Vélez Sársfield, que eligió primero ser su amante y ahora su biógrafa secreta, Sarmiento repasa entonces sus logros y sus fracasos. Sin embargo, al considerar los caminos recorridos a lo largo de tantas facetas, la tarea no es fácil. Pensar y actuar como político, soldado y literato resultaba en muchos casos la combinación inseparable para un auténtico hombre de Estado del siglo XIX, pero Sarmiento está viejo y duda. ¿Cómo es conveniente hacer memoria, una vez más, sobre su vida? ¿Cómo reconstruir una existencia dedicada a forjar una nación?
En esta línea, Sarmiento puede leerse como una prolongación, al menos cronológica, de Echeverría, la novela en la que Caparrós también recrea la vida pública y los conflictos íntimos del otro gran escritor e ideólogo unitario del siglo XIX, Esteban Echeverría.
Cuarenta años antes y “desterrado en un tiempo de espera”, cuenta Echeverría, el autor del poema “La cautiva” y el cuento “El matadero” no solamente imaginó con sus candorosas ilusiones europeas los cimientos de una nación sudamericana todavía controlada por Juan Manuel de Rosas, sino que fundó también su literatura, quizás tan ensangrentada como sus campos de batalla. Por su lado, en Sarmiento, se escucha una confesión. “Yo quería ser Echeverría”, le cuenta Sarmiento a Aurelia Vélez. La excusa es el recuerdo de la composición de su célebre Facundo, libro todavía inclasificable pero destinado a encandilar para siempre a quien busque entender la mezcla de civilización y barbarie en la tierra y la idiosincrasia argentinas.
En tal caso, en las memorias episódicas que Sarmiento ambienta entre San Juan, Buenos Aires y Entre Ríos, Tigre es poco más que un punto suplementario. Aun así, Caparrós acierta al describir la relación entre su protagonista y ese particular espacio bonaerense como la elección más obvia del hombre que, aunque elige algo por lo que es, al mismo tiempo quiere que sea diferente. “Es lo mismo que me había pasado con mi país”, aclara Sarmiento en momentos en que lo único que todavía le gusta de la Argentina es un futuro que no llegará a ver.
Con la impronta que Caparrós le ha dado a su propia prosa, hecha de un estilo reconocible por sus muchos retruécanos, citas escondidas y anáforas, Sarmiento es una novela escrita en un tono que pretende combinar un lenguaje contemporáneo y la voz privada de Sarmiento tal como la recuerda (imaginariamente) Aurelia Vélez. Este es un rasgo literario importante, ya que a medida que la trama sigue a Sarmiento por la Guerra de la Triple Alianza (donde perdió a su hijo Dominguito), la epidemia de fiebre amarilla o el intento de magnicidio del que se salvó en 1873 porque el trabuco con el que le dispararon explotó en la mano del asesino (al que primero se consideró un desquiciado solitario hasta que se descubrió que detrás estaba el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán) le permite al libro no agotarse en la pura historia o la época.
Contra las convenciones típicas de la novela histórica, por lo tanto, Sarmiento trata en realidad acerca de la voz de un hombre (oída y reescrita por una mujer) en tratativas directas con las ilusiones y las desilusiones del poder. “La Argentina es un país que debería ser rico: todos lo sabemos, argentinos y extranjeros, modestos y ambiciosos”, dice Sarmiento con las mejores intenciones. Pero alcanzada la presidencia, parece obligado a agregar: “Yo no sabía si podría pero sabía que, sin duda, debía proclamarlo: si había algo que podía unir y galvanizar a mis compatriotas era la ilusión de que por fin lo lograríamos”.
Sarmiento salta así por encima de la biografía privada o política del auténtico prócer y esquiva, incluso, escenas tan novelizables como las que pudieron llevarlo a registrar en su diario de gastos de 1846, durante una visita a Mainville, en Francia, los famosos 13,5 francos invertidos bajo el ítem “orgía”. En cambio, se constituye como una novela política.
Esto significa que aquello capaz de “unir y galvanizar” a los argentinos será puesto en discusión ya no desde el mero pasado, sino desde las inquietudes del presente. Y esta es una discusión que Caparrós, como uno de los pocos escritores todavía dispuestos a debatir razones ideológicas en su obra, ejecuta más allá de lo que pueda juzgarse como virtud o error sin esconderse entre los temas de moda ni en las sutilezas de los preciosismos teóricos.
Al igual que en Los Living, otra novela de Caparrós donde estas mismas cuestiones son ancladas a una singular historia del peronismo, en Sarmiento las angustias frente a un poder anhelado durante toda una existencia son la puerta de entrada a debates de tenor histórico que resultan, al mismo tiempo, absolutamente actuales.
De hecho, tanto la epidemia de fiebre amarilla como el intento de magnicidio durante la presidencia de Sarmiento demuestran que basta cambiar apenas las circunstancias, las fechas y uno o dos nombres propios para reingresar a preguntas tan vigentes y sensibles como aquellas que, hoy mismo, siguen interrogando qué es la justicia, qué es la democracia, qué es un enemigo político y para qué sirven la voluntad y la conquista del poder.
Sarmiento, de Martín Caparrós (Random House). 224 págs. $ 3999