Santiago Kovadloff: “Las preguntas esenciales en la vida son las que atañen al asombro de existir”
El autor de Locos de Dios acaba de publicar La aventura de pensar, una selección de sus ensayos; allí, como en esta entrevista, reflexiona sobre los temas esenciales de la persona humana y sobre los dilemas de la política
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“Las preguntas primordiales en la vida de cualquier persona son las que atañen al asombro de existir, al asombro de haber sido uno por una única vez. Somos tiempo”, dice Santiago Kovadloff, quien acaba de reunir en La aventura de pensar (Emecé), los textos más emblemáticos de una voluminosa obra ensayística producida a lo largo de varias décadas. Las pasiones y los desvelos del filósofo, poeta y traductor se despliegan a lo largo de las páginas y moldean el universo intelectual de quien disfruta de la palabra y la expresión en todas sus formas.
Aquellos ensayos iniciales sobre el devenir del país incluidos en este libro mantienen “una triste vigencia”, dice, porque en la Argentina “la experiencia no se transforma en enseñanza”. Y Kovadloff lo condensa en una preocupación primordial: el del país que, como dijo Carlos Nino, siempre ha vivido fuera de la ley. “En la Argentina de este siglo que me tocó a mí vivir siempre ha predominado la primacía del poder sobre la ley, y la subsunción de la ley en los intereses del poder”, dice en diálogo con LA NACION.
Consultado por la fractura expuesta que atraviesa a la coalición de gobierno, el ensayista sostiene que la crisis revela “la inconsistencia de la alianza espuria” que le dio origen y concentra todos los elementos de una tragedia griega. “Es el resultado de dos posiciones en las cuales la traición ha sido un ingrediente decisivo del vínculo”, explica. “Fernández no es un hombre de palabra sino de palabras”.
"En la Argentina de este siglo que me tocó a mí vivir siempre se ha mantenido la primacía del poder sobre la ley, y la subsunción de la ley en los intereses del poder"
“Fernández tampoco es hombre de convicciones. Cristina Kirchner sí, porque está tomada por una ideología inflexible y una autorreferencialidad imbatible. Él es una persona con un extraordinario desarrollo actoral de su discurso: no dice lo que piensa porque no piensa realmente lo que dice”, concluye.
Sobre el final, Kovadloff, el lector apasionado, el exquisito traductor de Pessoa, el frustrado escritor de teatro, el intelectual que interviene en la conversación pública, destaca el lugar de la música en su vida. Desde siempre lo desveló la musicalidad de la lengua. Tiene un hijo músico y como él no ha podido ser músico, desde hace años desarrolla recitales de poesía y música junto a artistas excepcionales. “Trabajar con músicos es profundamente emocionante para mí porque creo que la aspiración de todo escritor es aproximarse al máximo a la música en su enunciación, lograr que la cadencia de su prosa o el ritmo de su poesía linden, al menos, con la música”.
–En La aventura de pensar reunís ensayos muy diversos. La curiosidad es efímera, decís; el interés, no. ¿Cuáles son las motivaciones que te llevan a ocuparte de algo en particular?
–Normalmente, un tema se me impone sobre otro precisamente porque responde de manera sustancial a lo que yo llamo “interés”, que es la posibilidad de que algo insista en ser abordado. Y la exploración que yo puedo hacer de un asunto es la que termina por brindarme las evidencias de por qué me interesa. No necesariamente de entrada un tema que insiste en que lo aborde reviste claridad para mí. Más bien, diría yo, que presiona sobre mí con interrogantes. Y a medida que lo despliego trabajando voy comprendiendo por qué me importa.
–¿Te seguís sintiendo representado en esos textos?
–A diferencia de la poesía, que empecé a escribir cuando era muy joven, los ensayos aparecieron como necesidad expresiva alrededor de los 40 años. Los que fui trabajando inicialmente siguen siendo para mí representativos de preocupaciones que no perdieron vigencia. Tal vez lo que ha cambiado sea la entonación de los textos. Fui perdiendo cierto didactismo, que era un efecto de mi vida universitaria, para privilegiar poco a poco una entonación más lírica, por un lado, y contundente por otro, sin necesidad de ser todo el tiempo probatorio y demostrativo. Y lo que me llevó a incluir ensayos iniciales en La aventura de pensar fue que los problemas que me importó abordar desde los años 80 en adelante son, aún hoy, problemas que me interesan y que, lamentablemente, no han perdido vigencia. Los problemas de la Argentina se reiteran y eso le devuelve una triste vigencia a muchas de las preocupaciones que yo querría ver superadas.
–Hace años escribiste: “En la Argentina la experiencia no se transforma en enseñanza”. ¿Cuáles son esas preocupaciones que persisten?
–Se resumen en una fundamental: la relación entre la ley y el poder. En la Argentina de este siglo que me tocó a mí vivir siempre se ha mantenido la primacía del poder sobre la ley, y la subsunción de la ley en los intereses del poder.
–¿Por qué parece ser una encerrona de la que es tan difícil salir?
–Yo creo que se debe al hecho de que la Constitución no es el mensaje rector de la organización de la política. El nuestro es un país que vive fuera de la ley e intenta adaptar la ley a las necesidades de la supremacía del poder, que en cada momento toma una determinada forma en manos de un determinado político, de un determinado partido. Pero lo que es verdad es que nosotros no somos una nación. Estamos más cerca de ser un conglomerado que una nación, y me parece que eso se debe al hecho de que hay cuestiones fundamentales que siguen pendientes de solución, como por ejemplo el federalismo.
"Alberto Fernández es una persona con un extraordinario desarrollo actoral de su discurso: no dice lo que piensa porque no piensa realmente lo que dice"
–En este momento, la coalición de gobierno atraviesa una crisis profunda que coloca al país frente a una sensación abismal, una vez más. ¿Cuál es tu mirada?
–El Gobierno está enfrentando su desenlace en lo que hace a la consistencia de la alianza que le dio origen. Y la alianza que le dio origen fue y es espuria. Hoy el desenlace pone de manifiesto lo que había detrás de la superficie tan tenue del acuerdo electoral que pudieron alcanzar la vicepresidenta y el Presidente. Cualquiera que esté familiarizado con la tragedia griega advierte en lo que está pasando un desenlace previsible.
–¿Por qué?
–Porque lo que está ocurriendo es el resultado de dos posiciones en las cuales la traición ha sido un ingrediente decisivo del vínculo. El Presidente llegó a un nivel de exposición pública notable con el repudio que le inspiraba la actual vicepresidenta. La acusó de traición a la Patria, la involucró en la responsabilidad del pacto con Irán, la menoscabó con sus fundamentos en el orden económico, en el orden de la gestión pública. Y, sin embargo, ella lo convocó. ¿Por qué lo convocó? Acaso porque comprendió que él no era un hombre de palabra sino de palabras; y la oferta de convertirlo en presidente de la Nación no lo disuadió de convicciones, sino que lo disuadió de la vigencia de determinados discursos. Fernández no es hombre de convicciones. Ella sí, porque está tomada por una ideología inflexible y una autorreferencialidad imbatible. Es una persona en la cual la autocracia y el pensamiento autorreferente no ha sufrido merma alguna, solo se ha acentuado. En cambio, él es una persona con un extraordinario desarrollo actoral de su discurso: no dice lo que piensa porque no piensa realmente lo que dice. Busca hacer pasar por verosímil lo que no es verdadero. En consecuencia, el desenlace al que hoy estamos asistiendo, de confrontación de ambas partes, no podía sino ocurrir.
–A la inacción, la impericia y las derivas de la administración nacional, se le suma una vicepresidenta que asume un lugar de oposición. ¿Cómo imaginás el porvenir?
–Creo que la evolución de este gobierno está muy comprometida en términos de coherencia, porque es un gobierno plagado de fragmentaciones, de disidencias internas, de discursos que compiten por el protagonismo y la representación del poder y, en verdad, se contradicen entre ellos y se invalidan mutuamente. El agravamiento de esta situación puede ser verdaderamente catastrófico para la Argentina, teniendo en cuenta que estamos recién en la mitad del período presidencial actual. Entonces, la inquietud es en qué se va a apoyar la institucionalidad del país si se trabaja desde el Gobierno para socavarla. Hemos visto a la oposición salir a resguardar esa institucionalidad apoyando al Presidente con el voto por la deuda con el FMI. Pero, ¿cuántas veces más puede la oposición proceder de esta manera sin caer en contradicciones que puedan afectar su propia credibilidad como fuerza política?
-Hace algunos días intelectuales y artistas de los distintos sectores del oficialismo publicaron cartas. Vos mismo has firmado documentos públicos a lo largo de los años. ¿Cuáles es el propósito? ¿Para qué sirven?
El origen de las cartas, a las cuales yo respaldé con mi firma, es una necesidad subjetiva, hasta diría cívica, de expresar y manifestar públicamente un posicionamiento que se comparte con otras personas acerca de un diagnóstico posible sobre lo que sucede. En este sentido, en el origen de este tipo de propuestas, está la necesidad personal subjetiva y la convicción compartida con otras personas de que haciendo público nuestro parecer contribuimos a darle voz a un sector al menos de la sociedad que, a veces, no tiene facilidades para manifestarse públicamente como lo podemos hacer algunos de nosotros, o como pueden hacerlo las personas de actividad relativamente públicas, y podemos, de este modo, dar difusión a un parecer y a un sentimiento colectivo. Esto vale para todos. Vale para las cartas que nosotros, los intelectuales que estamos con la oposición firmamos, y vale también para los intelectuales que apoyan al oficialismo. Diría, por otro lado, que mientras los que firmamos las cartas que responden a una posición opositora, no por una cuestión de adhesión partidaria sino de entender que el oficialismo no cumple con su responsabilidad primordial, no tenemos la presunción de creer que transformaremos la realidad con ella, pero sí que le daremos circulación a algo muy saludable, que es el debate de ideas.
-Hoy, 2 de abril, se cumplen 40 años del comienzo de la guerra de Malvinas. ¿Qué marcas de esta experiencia traumática persisten en el presente?
–Creo que hay una lección a aprender, no del todo aprendida, que es volver a preguntarnos cómo fue posible que una convocatoria como la que llevó a cabo la dictadura militar y que redundó en la invasión de las Malvinas en el año 82, haya alcanzado la repercusión que alcanzó y haya podido reunir en la Plaza de Mayo a sectores tan distintos y hasta antagónicos. Eso me revela que la sustancia de los mitos belicistas en la Argentina todavía tiene una gran potencia. Y la idealización de una causa, que termina tergiversando un derecho para convertirlo precisamente en una campaña de agresión y de guerra que redunda en muertes de soldados argentinos, está mostrando hasta qué punto todavía nosotros no sabemos privilegiar la tramitación diplomática y política de los conflictos internacionales que pueden afectar al país. En todo caso, lo que hemos aprendido es que el camino bélico no tiene porvenir para lograr lo que queremos, que es reivindicar la argentinidad de las Islas Malvinas.
–Hace unos años, junto a otros intelectuales, firmaste un documento público que llama a respetar los intereses de los isleños y a pensar una solución para Malvinas que se base en la voluntad de sus habitantes a los que “no se les puede imponer una nacionalidad o una soberanía”. ¿Es esta tu postura hoy?
–Justamente, yo creo que la interlocución entre los derechos de la Argentina a mostrar por qué motivos reivindica las Islas Malvinas como parte de su cuerpo geográfico tiene que entrar en diálogo con lo que también es una realidad éticamente importantísima, que es la posibilidad de escuchar a quienes están allí. Son sus habitantes, se identifican con su propia historia, y la discusión y la confrontación en el plano de la ley y la palabra es indispensable, reconociendo los derechos legítimos, aunque no absolutos, de ambas partes. Esto me parece indispensable: trasladar al terreno de la confrontación conceptual, histórica, jurídica y geográfica los derechos de ambas partes para que eventualmente se alcance un consenso acerca de la presencia del otro.
–En alguno de tus ensayos te preguntás “qué significa preguntar”. ¿Cuáles son las preguntas esenciales a las que uno vuelve irremediablemente?
–Creo que las preguntas primordiales en la vida de cualquier persona son las que atañen al asombro de existir, al asombro de haber sido uno por una única vez. Somos tiempo, y a medida que lo advertimos, el alcance, el impacto de ese enigma de haber sido uno por una única vez no puede menos que sorprendernos y demostrarnos que preguntar no es formular interrogaciones, sino estar afectado por la imponderabilidad que nuestra identidad tiene para nosotros mismos.
–”Ser tiempo” es también hacerse preguntas sobre la muerte y la finitud. De hecho, le dedicás un ensayo a la vejez, escrito cuando tenías 65 años. ¿Cómo pensás la vejez y la finitud hoy?
–Hoy tengo 79 años. Sé que mi vida, cronológicamente hablando, no puede extenderse muchísimo tiempo más y yo desearía que no se extienda muchísimo tiempo más. Hay una humillación por la cual no me gustaría pasar que es la de durar. Es decir, la de sobrevivir a la caída de mis intereses, de mi vocación y de mi salud. Entonces, hoy la vejez para mí es una emoción dominante porque mi vocación aún está viva y con mucha fuerza, aún mi salud es buena y la emoción primordial es la de despertar cada día con un profundo apego amoroso a la vida y a la mañana que llega; a los atardeceres, que me encantan; a las estaciones, que se renuevan; y ese milagro de habitar la Tierra, de ser parte de una dimensión desconocida que es el infinito y que, sin embargo, hace que mi vejez sea un momento de muy profunda emoción.
–Los Estados del mundo se pusieron de acuerdo durante la pandemia en poner a los viejos como prioridad, en las filas de vacunación. ¿Creés que esta experiencia global modificó la relación de las generaciones más jóvenes con los viejos?
–Creo que no, porque me parece que las enseñanzas que deja la pandemia tal vez sean enseñanzas que la inmensa mayoría de la gente quiera olvidar, porque tienen que ver con una evidencia muy dolorosa y difícil para la especie que es el descubrimiento de que los seres humanos son criaturas. Las pestes se han ido para volver, como se han ido para volver siempre, y si bien la ciencia puede hacer un aporte como el que hizo en relación al Covid, le exigimos al conocimiento que nos ponga a salvo de la intemperie fundamental en la que estamos como seres humanos. Así como estamos a merced del inconsciente, en el sentido de que no podemos controlar sus manifestaciones de manera definitiva, de igual manera creo yo que estamos a merced de nuestra condición de criaturas, de seres finitos, y necesitamos olvidar esto cada vez que se pone de manifiesto. Creo que los jóvenes han sido solidarios, pero también es verdad que la inmensa mayoría de los muertos que tuvieron lugar en países como los nuestros fueron el resultado de una profunda indiferencia hacia la vejez que tiene raíces en otros fenómenos. Y ese fenómeno es la angustia que en culturas hedonistas como la nuestra llevan a detestar la vejez, a negar su valor y su significado. Hemos asociado el conocimiento exclusivamente al saber que puede provenir de los jóvenes. Ya no valoramos la experiencia como una fuente de conocimiento y de sabiduría. En consecuencia, me parece que los viejos son un espejo donde los jóvenes no quieren verse reflejados.
–Tu último espectáculo poético musical se llama La travesía. ¿Cómo definirías tu vida en términos de viaje?
–Si te dijera que estoy satisfecho por algo es porque tuve la fortuna de poder ser siempre un hombre apasionado por lo que me gusta. Mi vocación de escritor no decayó, se sostuvo. La fidelidad a mi vocación no ha sido un mérito moral sino una pasión que se ha sabido sostener. Y yo estoy lleno de gratitud por eso a mi vida. Además, naturalmente, creo que tuve la posibilidad de descubrir mi pobreza. Es muy importante para mí haber advertido cuántos aspectos de mi vida no han alcanzado un desarrollo tan gratificante como pude obtenerlo en otros planos, vacilaciones y encubrimientos que, una vez descubiertos, me produjeron un dolor gratificante, que es el de conocer mejor la verdad de mis limitaciones.
RECUADRO: “Hay que consensuar los derechos de ambas partes”
La justa reivindicación de las Malvinas no puede desoír la voz de los isleños, señala el filósofo
–Hoy, 2 de abril, se cumplen 40 años del comienzo de la guerra de Malvinas. ¿Qué marcas de esta experiencia traumática persisten en el presente?
–Creo que hay una lección a aprender, no del todo aprendida, que es volver a preguntarnos cómo fue posible que una convocatoria como la que llevó a cabo la dictadura militar y que redundó en la invasión de las Malvinas en el año 82, haya alcanzado la repercusión que alcanzó y haya podido reunir en la Plaza de Mayo a sectores tan distintos y hasta antagónicos. Eso me revela que la sustancia de los mitos belicistas en la Argentina todavía tiene una gran potencia. Y la idealización de una causa, que termina tergiversando un derecho para convertirlo precisamente en una campaña de agresión y de guerra que redunda en muertes de soldados argentinos, está mostrando hasta qué punto todavía nosotros no sabemos privilegiar la tramitación diplomática y política de los conflictos internacionales que pueden afectar al país. En todo caso, lo que hemos aprendido es que el camino bélico no tiene porvenir para lograr lo que queremos, que es reivindicar la argentinidad de las Islas Malvinas.
–Hace unos años, junto a otros intelectuales, firmaste un documento público que llama a respetar los intereses de los isleños y a pensar una solución para Malvinas que se base en la voluntad de sus habitantes a los que “no se les puede imponer una nacionalidad o una soberanía”. ¿Es esta tu postura hoy?
–Justamente, yo creo que la interlocución entre los derechos de la Argentina a mostrar por qué motivos reivindica las Islas Malvinas como parte de su cuerpo geográfico tiene que entrar en diálogo con lo que también es una realidad éticamente importantísima, que es la posibilidad de escuchar a quienes están allí. Son sus habitantes, se identifican con su propia historia, y la discusión y la confrontación en el plano de la ley y la palabra es indispensable, reconociendo los derechos legítimos, aunque no absolutos, de ambas partes. Esto me parece indispensable: trasladar al terreno de la confrontación conceptual, histórica, jurídica y geográfica los derechos de ambas partes para que eventualmente se alcance un consenso acerca de la presencia del otro.