Roberto Herrscher. En busca de la mentalidad bananera
El cronista explora en su nuevo libro las raíces de una metáfora que habla de intervencionismo y corrupción
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La noción de “república bananera”, que aún se aplica a países empobrecidos y con gobiernos autoritarios o corruptos, habitualmente a merced de poderes extranjeros –como muchos en Centroamérica y Sudamérica–, tiene origen literario. Fue acuñada por el escritor estadounidense O’Henry, que pasó varios meses en Honduras, donde se refugió luego de ser acusado en su país de malversación de fondos. En Repollos y reyes, colección de relatos ambientados en la república centroamericana de Anchuria, se encuentra por primera vez esa expresión, en alusión al “reinado” de la United Fruit Company, que alteró las relaciones entre naturaleza, economía y cultura en los trópicos.
“Es la empresa más literaria del mundo: cuatro Nobel de Literatura se han referido a ella”, dice el periodista, escritor, sociólogo y profesor Roberto Herrscher (Buenos Aires, 1962). Una trilogía del guatemalteco Miguel Ángel Asturias; La hojarasca y Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez; versos de Canto general del chileno Pablo Neruda y la novela Tiempos recios, donde el peruano Mario Vargas Llosa narra el golpe de Estado promovido por la empresa estadounidense contra el gobierno de Jacobo Árbenz, en Guatemala, ocupan un lugar destacado en la biblioteca bananera. Otros autores, como los costarricenses Carlos Luis Fallas y Joaquín Gutiérrez, el uruguayo Eduardo Galeano y los estadounidense Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer (autores de Fruta amarga. La CIA en Guatemala) también abordaron la cuestión. A ese conjunto se suma ahora Crónicas bananeras (Tusquets), exhaustivo trabajo que le llevó diez años al autor. Herrscher recorrió archivos de bibliotecas; entrevistó a gerentes, sindicalistas y ambientalistas, a historiadores y antropólogos, y viajó a las antiguas plantaciones de banano en Costa Rica, acompañado por un trabajador, Don Félix, y su hija Ifigenia. “Huí de la forma de escribir de los sociólogos –bromea, con leve acento chileno–. Podría haber escrito un tratado, pero soy periodista; me parecía que la forma adecuada de explicarlo era contando historias”. En su paso por Buenos Aires rumbo a Santiago de Chile, donde reside y da clases en la Universidad Alberto Hurtado, se reencontró con excombatientes de la guerra de Malvinas, en la que participó y sobre la que escribió en El viaje del Penélope, de 2007.
“Hay muchos libros que explican cómo la otrora poderosa United Fruit Company se convirtió en un monopolio que repartía millones entre sus accionistas, obteniendo beneficios de gobiernos de Centroamérica, el Caribe y el norte de Sudamérica a punta de coimas y amenazas, y cómo maltrataba a los trabajadores impidiendo su organización, pagando sueldos miserables, dominando sus vidas privadas y afectando su salud con prácticas agotadoras y envenenamiento por uso de pesticidas en muchos casos prohibidos en Estados Unidos –señala Herrscher–. Cuando un gobierno pretendía cobrar impuestos por tierra improductiva, imponer condiciones laborales justas o aplicar medidas de protección de la salud y el ambiente, intervenía el gobierno local reprimiendo las protestas, como es el caso de la Masacre de Ciénaga en que se basó un episodio de Cien años de soledad, o invadían los marines y la CIA, como sucedió en Guatemala en 1954″. Al escribir Crónicas bananeras, optó por el prisma del periodismo narrativo.
Hoy, las principales multinacionales del banano –Chiquita (sucesora de la United Fruit), Dole y Del Monte– tienen mucho menos poder: “Ya no tumban gobiernos y si bien influencian en la legislación, no puede decirse que sigue la llamada república bananera en relación con la exportadora de frutas”. No obstante, persiste el tipo de dominación por parte de empresas que apoyan a gobiernos mediante pagos a sus campañas, dominio de medios de comunicación, uso de información para actuar en la política económica de los países. (En la Argentina y Chile se puede ejemplificar con algunas empresas mineras y pesqueras.) “Ayer fueron las extractoras de materias primas que definieron el colonialismo europeo –agrega–. Después las petroleras y ahora las tecnológicas y financieras. Mañana puede ser otro sector. En Crónicas bananeras viajo a la historia de esta pionera de la dominación de gobiernos y de mentes; para mí es muy interesante la ‘mentalidad bananera’, que se emparienta con las ideas de Karl Marx, Max Weber, José Ingenieros y José Ortega y Gasset. Ese pasado funciona como metáfora de este tiempo”.
Para el autor, la historia, la crónica de viaje al pasado y la novela histórica permiten comprender la realidad actual. “Siento que vivimos en una gran república bananera –dice–. Actualmente, Elon Musk decide la agenda; Amazon, qué productos se venden y qué llega como recomendación a cada uno; Facebook se alía con Cambridge Analytica para influenciar elecciones y ganar billones. Google domina las búsquedas de información y cobra para que los productos se vean, además de establecerse donde paga menos impuestos. Los grandes bancos deciden los planes urbanísticos, qué medios reciben financiamiento y qué voces se escuchan. El concepto de ‘república bananera’, que es el gran invento de ciencia política de nuestra región, no tiene mucho que ver con las bananas, sino con ese sistema secreto y silencioso de poder económico que domina las decisiones políticas”.
Herrscher, que durante dieciocho años dirigió el Máster de Periodismo organizado por la Universitat de Barcelona y la Columbia University, pertenece a las primeras generaciones de periodistas ambientales. “En Buenos Aires Herald, que fue mi escuela, tuve una columna sobre cuestiones ecológicas de 1988 a 1993 –recuerda–. En el 92 viajé a la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Este libro es una vuelta a mi trabajo de esos años como periodista ambiental. La lucha ambiental es la gran batalla de este tiempo, pero también es una metáfora de todas las luchas entre revolucionarios y reformistas, sin contar a los que quieren que nada cambie. Es un debate crucial. ¿Cuál es la mejor estrategia, la del palo o la de la zanahoria? ¿Cómo se cambia el mundo, por las buenas o por las malas?”. En Crónicas bananeras dialoga con ambientalistas radicales y reformistas. “Quería que los lectores encontraran algo de razón en las posturas de cada uno”. En su opinión, la defensa del ambiente es un tema instalado a medias en la agenda de las sociedades latinoamericanas.
Ante la avalancha de transformaciones sociales, ¿los objetivos del periodismo también han cambiado? “Deberían ser los mismos: averiguar y contar la verdad sobre los temas relevantes –responde–. Pero la forma de hacerlo cambió, y la necesidad de hacerlo bien se han vuelto más necesaria. En un mundo inundado de noticias falsas y de noticias verdaderas pero intrascendentes, el objetivo es distinguir lo importante de lo banal y lo cierto de lo mentiroso, abrirse camino con más fuerza entre la banalidad y la mentira. Para eso el prestigio de los medios, no su formato o herramientas usadas, es el centro por el que los públicos deben distinguir a quién seguir, a quién creer. Y siempre fue importante escribir o realizar contenidos audiovisuales, sonoros o digitales con calidad y corrección”.
Herrscher estima que los medios no deben reproducir la dinámica de las redes sociales. “Si tiene sentido que existan diarios, radios y canales de televisión es para que te encuentres con el otro y no para confirmar lo que uno sabe o cree”, dice.
Considera que algunas de las críticas que hoy se le hacen al periodismo son justas. “Hay críticas y crecen, y no es bueno que los periodistas y los medios las desestimen porque algunas son injustas –afirma–. Con la crisis económica de los medios bajó la calidad; con el interés de dueños cada vez menos relacionados al mundo periodístico, que también tienen bancos, empresas eléctricas, latifundios, se pierde el impulso por elegir los temas con criterio de relevancia social, y prevalece el clic, lo más visto, lo más comentado. Triunfan el sensacionalismo y el morbo. Baja la presencia de noticias internacionales y culturales. Esas críticas son válidas, y los medios deben tomarlas en serio”.
Por otro lado, están las críticas de los gobiernos y grupos dominantes. “Al poder nunca le gustó un periodismo que investiga –concluye–. Y ahora, con las redes sociales inundadas de bots y el poder con sus propios medios, los ataques son en muchos casos formas de defensa de los poderes establecidos, o de prejuicios anquilosados. Hay excepciones, pero se pueden distinguir las críticas válidas de los ataques en defensa de impunidades, privilegios u odios sociales. Las primeras usan razones y datos y critican el contenido. Las segundas, insultos y descalificaciones y atacan a los autores”.