Roberto Calasso. El escritor que sabía navegar entre libros
El ensayista italiano, creador de un gran catálogo en la editorial Adelphi, dejó una obra única que explora los vínculos entre el arte, lo humano y lo divino
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Roma
El florentino Roberto Calasso, que falleció el 28 de julio último en Milán a los ochenta años, fue el mayor escritor de Italia de los tiempos recientes. Escritor, no intelectual, alguien que todavía pensaba que la literatura –no obstante el lugar marginal al que parece haber sido relegada por la cultura política y por la educación en la era digital– es quizá la única vía para comprender el mundo.
Su amplia obra –vale decir, la manera en que, más allá de los libros que la componen, operó sobre la realidad– comprende tres bloques. Calasso fue, en primer lugar, uno de los últimos grandes editores del mundo, de esos pocos que leen en profundidad los libros que publican, que conocen los pormenores de su composición y los conflictos de su escritura. La editorial Adelphi, con sede en Milán, constituye un proyecto cultural extraordinario al que Calasso se incorporó desde los inicios, en 1963, cuando tenía apenas veintiún años. Fue colaborador precoz, luego director y al final presidente hasta el día de su muerte. Hojear las páginas de Adelphiana, el bellísimo catálogo con que el escritor conmemoró en 2013 los cincuenta años de la editorial, es como repasar los debates que atravesaron el mundo occidental desde la fundación de la modernidad hasta nuestros días.
"Calasso es el autor de una obra multiforme e inclasificable, que comprende más de una decena de volúmenes imprescindibles:"
El proyecto de Adelphi tuvo una clave de acceso imprescindible: la edición, allá en los años sesenta, de las obras completas de Friedrich Nietzsche, que dirigió el filósofo Giorgio Colli. La edición reponía con rigurosos criterios filológicos los textos del pensador alemán, despojándolos de aquellos fragmentos racistas y xenófobos que Elisabeth Förster Nietzsche había diseminado en la obra de su hermano. Pero, sobre todo, reivindicaba la visión nihilista del filósofo, contrastando así los sueños revolucionarios de la izquierda europea. Esa primera gran edición fue el sello indeleble de la editorial, el que signó el espíritu que habría de animarla desde entonces. Adelphi se transformó así en una alternativa al proyecto pedagógico de Einaudi y al proyecto político de Feltrinelli, las dos editoriales hegemónicas de aquellos años.
La columna vertebral de la editorial que dirigió Calasso son, de hecho, los autores de la literatura mitteleuropea (Sigmund Freud, Franz Kafka, Arthur Schnitzler, Robert Musil, Joseph Roth, Elias Canetti, Milan Kundera, más recientemente Sándor Márai), textos que contagian todo lo que los acompaña en el catálogo. Así, la recuperación de obras claves del siglo XVIII o XIX, las traducciones de Borges, las novelas del argentino-italiano J.R. Wilcock, la reedición de las obras de Carlo Emilio Gadda y Leonardo Sciascia orbitan como planetas en torno a ese centro: la disolución cultural que Viena experimentó tras la caída del Imperio austro-húngaro con la Primera Guerra Mundial. En otras palabras: el fin de la Europa utópica e iluminista, así como el de la Europa romántica y revolucionaria. Adelphi constituyó la única contranarración al nuevo mito moderno e hipermoderno.
En segundo lugar, Calasso es el autor de una obra multiforme e inclasificable, que comprende más de una decena de volúmenes imprescindibles: Las ruinas de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, K., La Folie Baudelaire, El rosa Tiepolo, y cuyos capítulos más recientes son La actualidad innombrable, El cazador celeste, El Libro de todos los libros y La Tavoletta dei Destini.
Estos ensayos, a los que no les es ajena la potencia narrativa, tienen a su vez, hablen del Olimpo o de Kafka, un eje central: la indagación de cómo lo humano se ha relacionado con lo divino, desde las antiguas concepciones sacras del universo oriental (en los dos primeros libros) hasta la deslegitimación del pensamiento religioso por parte de la intelectualidad secular a partir del iluminismo.
Fiel al derrotero de la filosofía, que vuelve siempre a las primeras preguntas, la obra de Calasso sigue el curso de las distintas formas de la espiritualidad que desde el Oriente antiguo fluyen de manera subterránea hasta nuestros días. Lo sorprendente es que aquello que aparece subterráneo se revela –al leer al escritor italiano– clarificador y pleno. Sus ensayos avanzan en función de núcleos temáticos: no pretenden componer una lectura histórica de la relación entre lo humano y lo divino, sino más bien trazar un recorrido paradigmático de los textos que signaron esa relación.
Un ejemplo deslumbrante de esa indagación es La Folie Baudelaire, en el que Calasso lee la obra de Charles Baudelaire como una afirmación nerviosa y contrarrevolucionaria de la analogía que persiste entre el mundo psíquico y la dimensión secreta de la sacralidad del mundo. Si algo persiste en el autor italiano es la idea de que nunca hemos renunciado del todo a una visión arcaica, espiritual e irracional del mundo.
En el más reciente La actualidad innombrable, en cambio, el ensayista intentó dar un nombre al presente, al analizar el conflicto entre el Occidente secular y el terrorismo de raíz islámica. Para Calasso, hombre secular y turista son lo mismo. Turista designa a quien, ya casi sin desplazarse fuera de su entorno, recoge minúsculas porciones de saber y de historia ajenos, fija fotogramas estandarizados del mundo y construye edificios conceptuales como castillos de naipes. La cuestión para Calasso es que todos nos hemos convertido en turistas, es decir, expresión final, del hombre en la era de la inconsistencia. Inconsistente no significa superficial, sino aquello que no tiene espesor, que no es.
Hay un último y tercer paso en Calasso, que refleja la trilogía compuesta por La literatura y los dioses, Las huellas del editor y el volumen Cómo ordenar una biblioteca, que llegará próximamente a la Argentina. El punto de partida de estos libros radica en la idea de que las metáforas por medio de las que el hombre se ha expresado instintivamente desde tiempos remotos se gastaron con el paso de los siglos, pero es el mismo hombre el que dio lugar al mito. Y si los tiempos actuales descreen del mito, la humanidad misma expresa los restos de aquella verdad a través del arte, único espacio donde anida una respuesta.
La literatura y los dioses aborda el concepto de literatura absoluta. “La literatura, como todas las cosas esenciales de la vida, no tiene una función, sino que se sacia al comprender aquello que es, revelando lo que es en una forma.” La literatura absoluta es una experiencia totalizadora de la que han sido capaces solo los escritores excepcionales, que han compuesto a lo largo de la vida un libro único.
Cómo ordenar una biblioteca contiene por su parte tres ensayos. El primero, que da título a la obra, afirma que la biblioteca de un individuo es, en fin de cuentas, una “confesión inconsciente” de sí mismo. Y, por ello –alude Calasso– una casa vacía, es decir, sin libros, es realmente desorientadora. El escritor se detiene en las distintas formas en que se ordena una biblioteca: desde el esperanzador criterio “maquinal” (alfabético, lingüístico o temático) al criterio histórico o geológico de quien dispone los libros por siglos o por fases caprichosamente autorreferenciales. Lo cierto es –anota– que “un orden perfecto es imposible”, porque los libros desbordan todo límite y rehúyen una clasificación pacífica. Así, atraviesan estas páginas los conceptos de libro, lector, colección, coleccionismo, novedad, memoria de la lectura, “paisaje libresco”.
El segundo ensayo se detiene en los años de entreguerras en los que las revistas literarias fueron la puesta en escena de “la Forma”. Porque para Calasso está claro que la literatura no es –como el siglo XXI parece propiciar– un repositorio de contenidos, mecánicamente traducible en imágenes, sino un laberinto formal, que exige un trabajoso desentrañamiento. No es casual que el joven Calasso, bajo la guía de Mario Praz, haya escrito su tesis de licenciatura sobre los jeroglíficos de Thomas Brown. Las revistas como The Criterion en Inglaterra fueron –en palabras de Cyrill Connolly– el “polen de las obras de arte”, antes de que el arte se conviritiera en el campo intelectual de individuos “tenazmente aislados y solitarios”.
Cómo ordenar una biblioteca concluye con una conferencia de 2019 dirigida a los libreros, donde Calasso abordó la suerte de las librerías en tiempos de Amazon. Contrariamente a los agoreros, pronosticó que las librerías dotadas de identidad y atentas a la calidad de los libros lograrán sobrevivir, pero que no sucederá lo mismo con los emporios que han hecho del libro un producto más entre otros productos. La verdadera librería, dice Calasso, seguirá siendo el refugio de quienes, como dicen los ingleses, “browse though the books”, es decir, deambulan entre los libros de papel en busca famélica de algo bueno que leer.
La obra de Calasso es, no hace falta decirlo, uno de los mejores objetos que podría llegar a encontrar quien “navegue” entre los libros.
LOS DOS ÚLTIMOS LIBROS
El día de la muerte de Calasso aparecieron en las libreríAs italianas los dos últimos volúmenes del autor: Memè Scianca y Bobi. El primero es estrictamente autobiográfico. En él Calasso narra los primeros doce años de su vida. Su infancia transcurrió en una semiclandestinidad, cuando Florencia se transformó en una de las ciudades claves de la alianza nazi-fascista. Su padre, profesor de derecho, fue uno de los intelectuales antifascistas acusados de haber asesinado al filósofo del régimen Giovanni Gentile, y se salvó de la condena capital gracias a la intermediación de un jerarca nazi, que admiraba su obra. Uno de sus abuelos fue el director de la editorial La Nuova Italia, de Florencia, que formó generaciones de estudiosos, y otro un famoso pedagogo que promovió la fundación de las escuelas de Pestalozzi. En pocas palabras, una casa burguesa del centro de la ciudad y una aristocrática villa de Fiesole fueron los lugares donde el joven Calasso descubrió la lectura y la pasión por los libros.
Bobi, en cambio, es el sentido homenaje que el escritor reserva a Roberto Bazlen, veinte años mayor que él, y quien logró reunir en Trieste a Joyce, Montale y Svevo. En 1963, cuando se fundó Adelphi, Bazlen, que moriría dos años más tarde, fue quien le imprimió a la editorial un signo indeleble. Calasso lo había conocido en Roma, donde su familia se había transferido cuando era adolescente: escucha cada una de sus palabras, sigue sus consejos de lectura, pero sobre todo, toma prestadas y hace suyas varias de las ideas con las que Bobi funda Adelphi: la obsesión del libro único o totalizador de un escritor, la búsqueda de textos que impliquen una “primera vez”, la fascinación por aquellos territorios culturales inexplorados. “Bobi – confiesa Calasso – fue la persona más veloz que yo haya conocido, capaz de ver el detalle luminoso”. Bazlen no dejó, salvo algunos apuntes y una novela poco feliz, muchos escritos. Y del catálogo que había previsto llegó a ver solo el primer volumen. Aun así, afirma Calasso: “La obra acabada de Bazlen fue Adelphi”. Nosotros podríamos agregar: Adelphi fue, gracias a Calasso, la realización impecable del diseño extraordinario de Bobi Bazlen.