Richard Thompson: las intensas memorias de una leyenda del folk británico
Uno de los songwriters más sofisticados de hoy, repasa en una autobiografía sus orígenes en el Swinging London y su larga carrera
Las costumbres británicas, más que de doble filo, son dobles y finas. Bajo la piel de rinoceronte del tradicionalista Winston Churchill latía un sensible poeta que podía convertir sus discursos políticos en odas populares de posguerra. Su famoso “Never... was so much owed by so many to so few” dedicado al heroísmo de la aviación inglesa, es un célebre ejemplo. A su vez y en el otro extremo ideológico, los más radicales historiadores ingleses ponderaron siempre la rebeldía que latía detrás de la moral y la tradición, como lo prueban los libros La invención de la tradición de Eric Hobsbawm y Terence Ranger o Costumbres en común, de E. P. Thompson. Digamos entonces, que las tradiciones inglesas pueden ser modernas. Y que en el país donde se conduce por el carril izquierdo y el volante está a la derecha, la derecha puede tener múltiples significados.
"Sus orígenes lo ubican en pleno Swinging London de fines de los años 60, cuando esa ciudad era un hervidero de vanguardia musical"
Hay otro Thompson. No es historiador, pero heredó de su padre, un detective de Scotland Yard, tanto el amor por los guitarristas de jazz (Django Reinhardt y Charlie Christian) como por el folk británico. Lo americano y lo inglés, lo acústico y lo eléctrico, el folk y el rock, serán las dos costumbres en común que amalgamó como nadie Richard Thompson, el interrogante mejor guardado de la música. Hace por lo menos cincuenta años este artista de culto es uno de los más sofisticados “songwriters” del mundo. Y su talento no es doble, sino triple: guitarrista, cantante y compositor. Un Walter Scott de la canción anglosajona, herrero y artesano de discos asombrosos año tras año (al menos veinticinco en su etapa solista), Thompson podrá pasar inadvertido para el público masivo, pero tarde o temprano su legado se escribirá en las planchas de acero de otros heraldos como Bob Dylan o Neil Young. Acaso una prueba más de esto es el lanzamiento de su autobiografía, Beeswing: Losing My Way and Finding My Voice 1967-1975, en la que narra sus comienzos.
Sus orígenes lo ubican en pleno Swinging London de fines de los años 60, cuando esa ciudad era un hervidero de vanguardia musical: psicodélica (Pink Floyd), jazz y experimental (Soft Machine) y folk (Fairport convention o Incredible String Band). Richard Thompson capitaneó la fuerza creativa de su grupo, Fairport Convention, desde sus inverosímiles 17 años. Lo descubrió el productor americano Joe Boyd, el mismo que había descubierto a Syd Barrett y a Nick Drake y que había producido conciertos de glorias del jazz como Roland Kirk y Tete Montoliú: “En su interpretación –cuenta Boyd– podías escuchar desde la tradición gaitera escocesa hasta los ecos de las guitarras de jazz Barney Kessel o el piano de Jerry Lee Lewis. Y nada de clichés de blues: Thompson era genuino. Y yo nunca había oído nada igual”.
Thompson junto a Fairport Convention se obnubilaron con Bob Dylan y The Band, que habían tomado la tradicional música de country y de blues local, para hacerla eléctrica, modernizando para siempre el folk americano. Solo que por supuesto lo hicieron con el brit-folk: centurias de canciones sobre el trabajo, el mar (los sea shanties, esa expresión cultural e insular inglesa, que se sumerge con Joseph Conrad, William Turner y tantos más) y las danzas folklóricas. Pero no estaban solos, sino que ese “british folk revival” traería, entre varios, a guitarristas excepcionales como Bert Jansch (influencia clave del guitarrista de The Smiths) y Davy Graham, o a la cantante Sandy Denny, amiga de Nick Drake y acaso su versión femenina, en cuanto talento, genio y tragedia.
"‘1952 Vincent Black Lightning’ es una compleja obra maestra de sencillez y naturalismo literario"
Con apenas 21 años, Thompson abandonó la banda para emprender una carrera solista. Le dejó a Fairport convention cinco discos extraordinarios rebosantes de swing, blues y rock ‘n folk, en los que obliga a los oyentes a oír la tradición de una manera nueva (no hay oxímoron): escuchen sino los duelos de guitarra versus el inagotable violinista Dave Swarbrick en canciones como “Dirty Linen’' o “Matty Groves”. Los años 70 llegaban con Linda Thompson, cantante y al poco tiempo su pareja, y una nueva etapa, un casamiento musical y celestial en que no merma ni un poco la calidad de sus canciones. Hasta en los títulos de las gemas que cantan a dúo abunda el lirismo y la belleza: “Down Where The Drunkards Roll”, “Walking on a Wire”, “God Loves a Drunk” o “End of The Rainbow”. Incluso en una canción como “The Sun Never Shines on The Poor’' encontramos sombras de Kurt Weill tanto en la letra como en la melodía. Que estas canciones aún no tengan, por ejemplo, el mismo reconocimiento que las de Leonard Cohen, es simplemente un misterio.
Al separarse de Linda a principios de los años 80, dejó otro disco asombroso, Shoot out The Lights, en la misma senda de los hermosos e íntimos discos de divorcio como Blood on The Tracks de Dylan o el tan literal Over de Peter Hammill.
Pero Richard, parte isabelino, parte american, no dejó que “el invierno de nuestro descontento”, como escribió Shakespeare, se posara en su corazón y se dedicó a grabar. Y así se sucedieron álbumes que oscilan entre lo muy bueno, lo excelente y lo sublime. Por ejemplo, “1952 Vincent Black Lightning”, sobre el amor de una pareja de delincuentes juveniles por su moto de colección. Lo notable es que Thompson escribe la letra como una línea de diálogo novelada. La colorada Molly le dice a James: “Bueno, esa es una buena moto. /Una chica podría sentirse especial en algo así “.Y James le dice a la colorada Molly: “Me quito el sombrero ante ti. /Es una Vincent Black Lightning de 1952.”
Es una compleja obra maestra de sencillez y naturalismo literario, a base de la impecable técnica de fingerpicking en la melodía y de toda la cantidad de libros que Thompson haya leído. Suburbana y fatal, puede comprenderse en Inglaterra o aquí en la Argentina, mediante esa pareja que se sienta en el cordón de la vereda a conversar, cruza de Bonnie & Clyde con los personajes de periferia del cine de Raul Perrone. Bob Dylan la interpretó en su gira de 2013.
En el disco Industry, de los años 90, Thompson realizó un relato musical de la revolución inglesa en el que hasta se menciona a Marx. Y cuando la revista Playboy le pidió su elección de las mejores canciones del milenio se lo tomó muy en serio y entregó una lista que incluía las canciones en inglés más antiguas conocidas, una melodía de danza italiana medieval y varias folclóricas. La lista nunca fue publicada por Playboy, pero él lanzó el hilarante y erudito disco 1000 Years of Popular Music que incluye todo lo anterior junto a standards de jazz y canciones de The Who y Britney Spears. Difícilmente se pueda apretar en 76 minutos la historia de la música como Thompson lo hizo.
Discos como Old Kit Bag muestran su talento inconmensurable y, para quien quiera ingresar a su cancionero e ir descubriendo su talento canción a canción, allí están los tres discos Acoustic Classics, en los que regrabó las canciones de todas sus épocas. Entre sus fans, se encuentran nada menos que Robert Plant y su “colega’' David Gilmour que fue a los festejos de sus 70 años en el Royal Albert Hall 2019. El guitarrista de Pink Floyd interpretó de y junto a Thompson, “Dimming of The Day”.
Parafraseando a Italo Calvino, nada es más envidiable que la suerte de quienes aún no los escucharon: a ellos los aguarda un clásico del pasado y del futuro.
Recuadro: Inglés como la niebla y americano como Ellington
Hace bien Scott Timberg, co-autor de la biografía de Richard Thompson, Beeswing. Losing My Way and Finding My Voice 1967-1975, al escribir en el prólogo que Thompson es a Inglaterra como la niebla, Charles Dickens o Arthur Conan Doyle a Londres. Y aún así, tan americano como Duke Ellington.
Thompson, uno de los más grandes songwriters vivos, nació el 3 de abril de 1949 en Notting Hill, al oeste de Londres. Su padre, un detective de Scotland Yard, era un guitarrista amateur de quien el joven Thompson heredó su amor por músicos previos al furor del rock, como Barney Kessel o Tal Farlow, prominentes guitarristas de jazz. Con sólo 18 años formó Fairport Convention con compañeros del colegio. Cual típico grupo adolescente, ensayaban en una casa, la del bajista Simon Nicol, llamada “Fairport”, en Fortis Green, en Muswell Hill, la misma calle en la que crecieron Ray y Dave Davies del grupo The Kinks, otra llama viva de la elegancia de la canción inglesa.
Como los americanos The Band, Grateful Dead o Crosby, Stills & Nash, que amalgamaban el folk y el country blues con el rock, los Fairport buscaban eso mismo pero en este caso, con el folklore británico. Hasta que Thompson los dejó para empezar una carrera solista grabaron cinco discos en los que se suceden versiones de Leonard Cohen, Bob Dylan, Joni Mitchell y un cancionero soñado con tradicionales del brit-folk y las primeras gemas de Thompson. El músico demostraría tempranamente ser el más anfibio de los guitarristas contemporáneos: un dotado tanto para la guitarra acústica como para la eléctrica.
Luego del período de discos con su mujer Linda Thompson, se afincó en Los Angeles, Estados Unidos, donde reside actualmente. En 2005 musicalizó la impactante Grizzly Man (parte documental, parte lección de lo que debería ser un documental) de Werner Herzog. Thompson fue nombrado Oficial de la Orden del Imperio Británico en 2011 por sus servicios a la música. En 2015 su disco Still fue producido por uno de los más brillantes y sofisticados músicos americanos, Jeff Tweedy, del grupo Wilco. Hay varios discos en homenaje y tributo a las canciones de Thompson. En ellos participan fans tan admirables como Los Lobos, David Byrne, R.E.M, Frank Black (de Pixies) o Dinosaur Jr. En la Argentina, su fan más ilustre es ni más ni menos que León Gieco.