Ricardo Gil Lavedra: “La Justicia cumple un papel insustituible en una sociedad democrática”
La Argentina debe volver a las bases del sistema democrático, dice el autor de La hermandad de los astronautas, libro en el que rememora su experiencia como miembro del tribunal que juzgó a los militares
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“Señores jueces: Nunca más”. Así cerró el fiscal Julio Strassera su alegato final en el Juicio a las Juntas. Esas palabras desataron aplausos ensordecedores, que interrumpieron la calma de la sala hasta provocar reiterados pedidos de silencio. Unas semanas después, en diciembre de 1985, Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Roberto Viola y otros miembros de las Juntas Militares eran condenados por sus graves crímenes cometidos durante la dictadura. Sucedió lo impensado. Se había castigado a los poderosos. A los culpables de las más terribles atrocidades.
Ricardo Gil Lavedra tenía entonces 35 años. Nunca había participado de un juicio oral ni había integrado antes un cuerpo colegiado. Decidió asumir el desafío superlativo de ser uno de los jueces de la Cámara Federal que juzgaría a los militares. Junto a sus compañeros de ruta, recorrió con cautela el riesgoso camino de aquellos 14 meses de proceso judicial. Se enfrentaron a amenazas, presiones, peligros. Pero pudieron con ellos. El incipiente régimen democrático era una suerte de tabula rasa. Todo estaba pendiente. Todo estaba por hacerse. Y el éxito del juicio fue fundamental para consolidar a la recién nacida democracia.
Hoy Gil Lavedra, actual presidente del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal, rememora el Juicio a las Juntas en su recién publicado La hermandad de los astronautas (Sudamericana). En el libro reconstruye desde adentro, desde la mirada de los propios jueces, el proceso que condenó a los militares. A esos “amigos astronautas”, con los que forjó una estrecha relación, dedica el libro Gil Lavedra. “No era obvio que el juicio ocurriera y que fuera exitoso. Se alinearon los planetas”, afirma, para trazar luego lúcidas reflexiones sobre aquel hecho histórico tan trascendente y sobre el presente de nuestra democracia.
"En aquel entonces no era obvio que el Juicio a las Juntas ocurriera y que fuera exitoso. Se alinearon los planetas para que se diera"
–El libro empieza con la anécdota de Andrés D’Alessio invitándolo a un whisky para convencerlo de integrar la Cámara que realizaría el juicio. ¿Qué razones lo impulsaron a aceptar? ¿Por qué cree que D’Alessio logró finalmente convencerlo?
–Por el clima de época. La restauración democrática nos impregnaba a todos de una gran esperanza y de un compromiso por poder materializar todas las expectativas que traía consigo la democracia. Era un momento muy especial en el cual nadie le podía esquivar a ninguna responsabilidad. Sobre todo, por el entusiasmo que nos despertaba esa primavera democrática. Eso fue lo que me empujó esa noche a aceptar ser parte de la Cámara Federal. No sabíamos todavía en aquél momento que después iba a haber juicio.
–¿Cómo fue haber vivido en primera persona la experiencia del Juicio a las Juntas? ¿A qué riesgos se enfrentaban en ese momento ustedes como jueces, con la democracia tan poco consolidada?
–Integrar la Cámara fue una experiencia fascinante. Estaba conformada por dos salas, yo integraba junto a Jorge Torlasco y Carlos Arslanian la primera, y la segunda estaba integrada por Andrés D’Alessio, Jorge Valerga y Guillermo Ledesma. El juicio fue la única oportunidad en la que actuamos en pleno. Fue una experiencia aún más extraordinaria. Respecto de las amenazas y las presiones, era una época difícil y complicada. Nosotros tomamos la decisión de asumir la causa, sacándosela al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, porque pensábamos que con ellos no se iba a ir a juicio nunca. Iba a terminar todo en vía muerta. La defección, la no realización del juicio o su fracaso, hubiese sido un golpe muy duro para esa democracia incipiente. Nosotros considerábamos que el juicio tenía que hacerse, y nos lanzamos a esa aventura de realizarlo muy rápido, porque percibíamos que el malestar militar era creciente. El juicio duró solo 14 meses hasta la sentencia. De hecho, todo desembocó en el primero de los tres alzamientos militares que sufrió el gobierno de Alfonsín, precisamente por su voluntad de enjuiciar a los máximos responsables de los crímenes.
–¿Qué hubiese pasado con la democracia si el juicio se frustraba o salía mal?
–Ese era el máximo temor que tenía. Si el juicio no se hacía, hubiera sido un traspié muy grave. La realización del juicio permitió que la democracia comenzara a edificarse sobre la base de la igualdad ante la ley: aún los más poderosos tenían que responder por sus crímenes frente a los tribunales. Teníamos una gran incertidumbre sobre lo que iba a ocurrir, y sobre si íbamos a ser capaces de hacerlo. El momento de mayor tensión fueron los días previos a la apertura de la audiencia. Ese fin de semana fue atroz. Lo tengo grabado. Tenía miedo del fracaso, miedo de que se nos fuera el juicio de las manos y no pudiéramos realizarlo. Ninguno de nosotros tenía experiencia previa en juicios orales. Y estábamos frente a un juicio oral muy complejo y descomunal. ¿Cómo no iba a tener temor acerca de cómo se iba a desenvolver el juicio? La estrategia de los defensores era pudrir el juicio, para que no se hiciera. Nos hacían decenas de planteos diarios, pero afortunadamente pudimos sobrellevarlos. Y otro punto que nos preocupaba era la realización del trabajo en sí mismo, que era enorme. Fue una tarea ciclópea. Miro para atrás y pienso: “¿Cómo pudimos?”.
"A todos nos conviene una Justicia independiente. La mayor fortaleza de un país reposa en su funcionamiento institucional"
–¿Qué factores explican que efectivamente haya ocurrido el juicio?
–No era obvio que el juicio ocurriera y que fuera exitoso. Lo normal es que no hubiera ocurrido, ya sea si Alfonsín seguía la corriente predominante en esa época, que planteaba que estas cosas no se revisaban, o si seguía la estrategia inicial del gobierno: que fuese juzgado por los propios militares en el Consejo Supremo. Y pudo no haber habido juicio si no hubiera existido un informe como el de la Conadep, que arrojaba muchísima luz respecto de la prueba. Y pudo no haber habido juicio también si nosotros errábamos en la estructuración y la planificación. Los acontecimientos históricos son la reunión de una serie de circunstancias favorables. Se alinearon los planetas para que se diera el juicio.
–¿Cómo llegaron a forjar ese vínculo tan especial entre los jueces de la Cámara, esa relación de hermandad con los otros “astronautas” que describe el libro?
–El vínculo entre nosotros durante el transcurso del juicio no fue armónico. Nos habíamos comprometido a llegar a decisiones unánimes. No podíamos tener fisuras, y esto suponía una cantidad de discusiones fenomenales. Días y días de peleas. No fue pacífico. Pero vivir acontecimientos tan significativos juntos va forjando un vínculo muy excepcional, que después nos hermanó para siempre. Durante el viaje, los astronautas se pelearon muchas veces. Pero una vez que llegamos a destino, comenzó a consolidarse esa hermandad. Es un vínculo raro de explicar, todos estamos unidos por un hilo misterioso. Y yo los siento a cada uno de ellos en una categoría muy especial dentro de mis amigos. Es un grado de confianza inexplicable.
–¿De dónde cree que sacaron la valentía necesaria para enfrentar una tarea como el Juicio a las Juntas?
–Somos, y lo éramos también en aquel momento, hombres comunes. No teníamos ninguna condición especial ni ningún heroísmo. Teníamos en común una convicción muy fuerte acerca de la necesidad de realizar el juicio y de algunas características que tenía que tener ese juicio. Nos preocupaba que se nos considerara un tribunal poco objetivo, independiente e imparcial. Por eso, si hay algún sesgo es a favor de la defensa. Queríamos garantizar a rajatabla los derechos de los imputados. También fuimos muy rigurosos en la apreciación de la prueba. Si fallábamos y dábamos por probado cosas que no eran así, nos podía teñir el resto del juicio. Tratamos de ser inobjetables. Y me parece que lo logramos, porque el juicio no ha recibido por parte de los acusados ninguna objeción.
–En 1985 había un clima de mucha ilusión y esperanza, mientras la democracia recién surgía. Hoy, en cambio, hay un clima más desolador y apático, a pesar de que la democracia tiene una trayectoria más larga. ¿Cómo podemos volver a la atmósfera esperanzada de aquel entonces?
–La reversión democrática se da porque no se han satisfecho las promesas que trae consigo la democracia: que la gente pueda vivir mejor a través del autogobierno, de la libertad del pueblo para elegir a quienes nos gobiernan. La gente elige a sus autoridades para que gobierne el bien y le mejoren la vida. Y esto no se ha cumplido. Hay una enorme dificultad de establecer mecanismos de cooperación política. En este país dividido, con visiones antagónicas, ninguna de las partes reconoce la validez de las ideas del otro y todos se creen dueños de la verdad. Y eso trae muchas dificultades porque no hay continuidad en determinadas políticas básicas. ¿Cómo podemos progresar y desarrollarnos si cada gobierno trae la llave de la solución y desconoce lo anterior? Es una de las razones de la decadencia argentina. Lo ideal sería que cada gobierno pudiera superarse sobre la base de lo que hicieron bien en el período anterior.
"Raúl Alfonsín tuvo la intuición extraordinaria de que la democracia tenía que edificarse sobre la base de la ley"
–La determinación de Alfonsín fue clave en el desarrollo del juicio. ¿Qué aspectos de su legado podemos retomar para volver a apegarnos a la Constitución, al respeto a las instituciones y a una convivencia democrática?
–Alfonsín tuvo la intuición extraordinaria de que la democracia tenía que edificarse sobre la base de la ley. Y consideraba que no se podían perdonar ni olvidar crímenes tan terribles. Siempre su apuesta fue buscar un pacto democrático. Todos recordamos a Alfonsín por su apelación al Preámbulo de la Constitución. Para Alfonsín, la Constitución era el pacto fundacional de unión de todos los argentinos. Cuando él llama a la convergencia democrática, establece distintos niveles de acuerdo. El primero es el acuerdo de garantías, que implica aceptar las reglas del sistema, es decir, la Constitución, la separación de poderes, la independencia de la Justicia. De ahí se pasa a un segundo nivel. Alfonsín no pudo llevar adelante estos acuerdos por las turbulencias propias de la transición. Habría que recuperar la unión nacional que quería Alfonsín, y la convergencia de todas las fuerzas políticas. Que se pueden diferenciar en los modos, las estrategias. Pero no respecto de algunos objetivos básicos.
–Este año se cumplen cuarenta años del retorno a la democracia. ¿Qué balance hace sobre las deudas o cuentas pendientes y sobre los aspectos exitosos?
–Los cuarenta años de democracia tienen que hacernos volver a las bases del régimen democrático. Esa base es el pluralismo, que significa reconocer al otro, sabiendo que puede tener ideas distintas, pero tan válidas como las mías. La democracia se nutre del disenso. Con la confrontación de ideas se mejoran las políticas públicas. Pero, todo disenso tiene que ser el prolegómeno de un consenso. Del debate público tienen que emerger las mejores medidas, las mejores iniciativas, las mejores políticas para la sociedad. La mayor deuda de la democracia es la ausencia del pluralismo. Y hay otras falencias que están a la vista. No es tolerable un régimen democrático con tanta pobreza e indigencia. Cuando Alfonsín decía que con la democracia se come, se educa, se cura, significa que la democracia tiene que ser la herramienta más eficaz para alcanzar esos objetivos.
–Hoy hay mucha desconfianza hacia la Justicia. Se la ve como una burocracia lenta, ineficaz para resolver los problemas de la gente. O como un sector privilegiado que se corrompe con facilidad. ¿Qué se puede hacer para terminar con este desprestigio?
–Las críticas respecto a la eficiencia son cuestiones técnicas, mejorables con una muy fuerte modernización. Podemos tener procesos que duren muchísimo menos, una Justicia más abierta y amigable, con acciones más simples y desformalizadas para que sea accesible a los sectores más vulnerables. Mejorar la confianza de la gente en la Justicia es más complejo. Esto está más deteriorado, porque hay una prédica constante de la política de que los jueces están dominados por las corporaciones o por la partidización, cuando no fallan como quieren los políticos. Es un tema complejo porque es insustituible el papel que cumple la Justicia en una sociedad democrática. La Justicia en última instancia defiende los derechos de cada persona, controla los excesos del poder. A todos nos conviene una Justicia independiente. La mayor fortaleza de un país reposa en su funcionamiento institucional. Porque eso le da certeza, previsibilidad, y permite el desarrollo. Hoy la Argentina tiene una pobreza institucional importante. La reconstrucción institucional es un camino que debemos recorrer todos.
–¿Qué significa para usted hoy el juicio en retrospectiva? ¿Y qué impacto sigue teniendo el juicio hoy?
–Me siento orgulloso de que el destino me haya dado la oportunidad de participar del juicio. Es lo más importante que hice en mi vida. La influencia del juicio fue enorme en el plano internacional. Inaugura una etapa nueva, la de la Justicia transicional. Fue previo a la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Velázquez-Rodríguez, que obliga a los estados a investigar, juzgar y castigar los delitos de lesa humanidad. Hoy la película Argentina, 1985 ha revitalizado el interés por esa época. Es una película comercial y de ficción, que no tiene mayor respeto por los acontecimientos históricos. Tiene un mérito, que es generar interés y discusión sobre lo ocurrido en un público muy joven. El rescate de un hecho histórico que fue fundamental para el nacimiento de la democracia es algo muy bueno y saludable.
ENTRE LA JUSTICIA, LA POLÍTICA Y LA ACADEMIA
PERFIL: Ricardo Gil Lavedra
■ Ricardo Gil Lavedra nació en la ciudad de Buenos Aires en 1949. Es abogado y tiene una larga trayectoria en el ámbito de su profesión, de la Justicia, de la política y de la academia.
■ Integró, como juez de la Cámara Federal Criminal de la Capital, el tribunal que juzgó a las Juntas militares durante 1985, a dos años de la vuelta de la democracia.
■ Fue secretario letrado de la Corte Suprema de Justicia de la provincia de Buenos Aires y de la Corte Suprema de la Nación, juez de Cámara en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital y conjuez de la Corte Suprema en dos períodos.
■ En el terreno de la política, fue viceministro del Interior, ministro de Justicia y Derechos Humanos y diputado nacional por la Capital.
■ Fue además vicepresidente del Comité Contra la Tortura de las Naciones Unidas y juez ad hoc de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
■ Es profesor consulto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y presidente del Colegio de Abogados de la Capital Federal.
■ Acaba de publicar La hermandad de los astronautas (Sudamericana), libro en el que rememora el Juicio a las Juntas.