Reseña: Yo era un cuadro, de Horacio Zabaljáuregui
No abundan en la literatura argentina libros de poemas de exmilitantes que se detengan en los años previos a la dictadura, en la década de 1970, temporada alta de violencia política, donde puedan “contar el cuento”. Yo era un cuadro, de Horacio Zabaljáuregui (Buenos Aires, 1955) es uno de ellos. La mayor parte de las escenas a las que vuelve el autor y protagonista, décadas después y a la orilla del río Uruguay, transcurre entre los días previos al regreso de Juan D. Perón a la Argentina, en 1973, y 1976. “Yo era un cuadro, / un zahorí del voluntarismo radiante, / del qué hacer / en el bazar de la revolución”, se lee en el primer poema. Para ese entonces, el autor tenía dieciocho años y era un “cuadro” de Política Obrera, “maximalista crédulo y tenaz, / ajeno a la angustia de los padres”.
Los signos de la época –del rock al estructuralismo y de las películas del cine Lorraine a la poesía beatnik– fluyen en la escritura rumorosa de Zabaljáuregui: “Todo corre hacia ahora / desagua en la vía regia de la memoria”. A medida que se avanza (porque la historia personal impone un orden de lectura), “la muerte / toma todo”. Los funerales de Perón; “En diciembre, las 3 A y los matones de la burocracia / matarán a balazos a Fisher y a Bufano”; Montoneros pasa a la clandestinidad, reina “el astrólogo parapolicial” y en la entrada de las universidades camiones celulares aguardan “de culata / como una invitación” a los estudiantes. Documental, abismado y sin nada que añorar, en Yo era un cuadro reluce una poética del sobreviviente: “No salgo de mi asombro: / portento el tiempo / que pasó; / tiento / la memoria / te ata”.
Yo era un cuadro
Por Horacio Zabaljáuregui
Bajo la Luna
64 páginas, $ 1700