Reseña: Viento del Este, de Liliana Villanueva
En enero de 2018, Liliana Villanueva (Buenos Aires, 1973) viajó a la ciudad china de Foshán para visitar a Max, su hijo de diecisiete años, que estaba realizando un intercambio estudiantil. Viento del Este es la crónica del reencuentro entre ambos, la inmersión en una geografía donde todo –idioma, costumbres, historia– resulta ajeno y la decisión de la autora de “dejarse adoptar”. Papá Gang y mamá XiaoLan, los “padres” chinos de su hijo, serán también los suyos y ella se abandonará a su guía y cuidado.
Con una escritura sobria y la tradicional estructura del diario de viaje, Villanueva transmite el desconcierto, la permanente sensación de no saber dónde se está, la dificultad para aclimatarse en el sentido más literal de la palabra: el invierno chino es feroz y aún más en el norte del país, adonde la llevan sus “padres” para compartir, junto a una enorme familia, las tradicionales celebraciones por el año nuevo.
China es algo así como otro planeta; por sobre todo, es un enorme experimento social en proceso y a cielo abierto. En su diario, Villanueva apunta frases, transcribe ideogramas, deja constancia de la mutación que viene sacudiendo al gigante asiático: describe ciudades enteramente construidas a nuevo, librerías del tamaño de un shopping de cuatro pisos, restaurantes de seis y centros comerciales desbordantes, parte del singular comunismo capitalista chino. También registra las hendijas por donde se cuela alguna que otra sombra: pueblos fantasma, rigidez normativa, caminos rurales borrados del mapa, viejos campesinos que cruzan las autopistas a pie y en diagonal, como invitando a los autos a borrarlos del mapa a ellos también.
La autora –ésa es una de las grandes riquezas del libro– despliega una mirada abierta, disponible, propensa a los chispazos de humor. En sus apuntes asoman reflexiones del escritor francés de origen chino François Cheng, citas de Confucio, poemas de autores taoístas. Villanueva padece el jet lag, atraviesa ciudades tapizadas de inscripciones indescifrables, se resfría, acusa el cansancio físico, pero al mismo tiempo intenta tomar hasta la última gota del enigma que le ofrece un país tan delicadamente milenario como rudamente futurista.
Con Papá Gang y mamá XiaoLan es hija adoptiva; con Max es madre. El diario incluye el vínculo entre ellos dos, los instantes de conexión, las esporádicas lejanías, la certeza de que los últimos rastros de infancia se están evaporando. “Má, ¿puede alguien ser sutil todo el tiempo?”, pregunta Max en relación a uno de sus “parientes” chinos. Como poseído por el territorio que describe, Viento del Este también despliega sutileza: la respetuosa atención del viajero ante aquello que le es esquivo.