Reseña: Vida de Guastavino y Guastavino, de Andrés Barba
Algunas vidas le ofrecen tanto a la literatura que esta, de vez en cuando, no sabe qué hacer con ellas. Se trata de una sobreabundancia de posibilidades, una desmesura de datos y hallazgos, de conflictos y epifanías –en este caso duplicadas: padre e hijo– que terminan por inhibir al escritor que decide reencarnarlas, o por marearlo. Quizás eso explique el desconcierto que por momentos provoca Vida de Guastavino y Guastavino, del español Andrés Barba (Madrid, 1975), una obra de no ficción dedicada al célebre arquitecto valenciano Rafael Guastavino (1842-1908) y a su hijo, que, aunque mucha gente desconozca su existencia, le cambiaron la cara a Nueva York o, a su modo, la inventaron.
La iluminación suprema de Guastavino padre cuando arriba a Estados Unidos, a fines del siglo XIX, es sencilla pero efectiva: un sistema de abovedado antiquísimo, utilizado en Europa desde hace siglos, al que le agrega un par de aportes fundamentales y que, a partir de su carácter ignífugo, se convierte en la solución que medio mundo estaba esperando. Basta elevar la vista en la Grand Central Station de Nueva York para reconocer de qué se está hablando.
La breve seudobiografía le permite a Barba –autor de los reconocidos Ha dejado de llover y República luminosa– encuadrar el relato, pero también lo inclina a los manierismos, a golpes de efecto, a deliberadas contradicciones formales, como si todo el tiempo estuviese luchando no por crear un mito –que ya lo estaba– sino por ganarle una pulseada, por apropiárselo en cada palabra.
Vida de Guastavino y Guastavino
Por Andrés Barba
Anagrama
102 páginas
$ 1195
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