Reseña: Una oportunidad, de Pablo Katchadkian
A propósito de una muestra del artista plástico Andrés Aizicovich, Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977) habla de un efecto –o varios– que tienen determinadas producciones para activar, y movilizar imaginarios. Las obras, dice, permiten dar “una oportunidad a otros mundos posibles sobre las horribles bases de este mundo”. Por cierto, no es casual que la elección del título de su sexta novela invoque esa perspectiva, una manera de mostrar las cartas alrededor lo que significa para él la discusión alrededor de la utilidad (y el afán productivista) en el arte.
Pero Katchadjian juega con varios mazos: así lo atestigua la trama de Una oportunidad. El narrador parte de una sugestión, la certeza de que está embrujado. Una iniciativa proteica que, en primer lugar, lo lleva a consultar a distintas brujas. Mientras tanto, se vuelve habitué de un bar que vende blends de vinos berretas. Hábitos en espiral, reincidentes, como esos gags de Peter Sellers, donde lo burdo y lo irónico fluyen en sincronía. “Ahora la ayuda o la propuesta consiste en entrenar la duplicidad: lograr que las cosas sean y no sean al mismo tiempo”, escribe.
El trance fantasmagórico, o la presencia que dicen que tiene adherida –un egregor–, por un lado, lo tiene en vilo, pero por otro lo reactiva, lo invita a transitar por distintas instancias, que lo llevan a un interrogatorio policial, a un campo de batalla distante, a un viaje por el Caribe en busca de extirparse la brujería. Así lo detalla: “No quería dejar de querer hacer las cosas que no podía hacer. Me daba cuenta de que existía la posibilidad de que sin el hechizo me sintiera… ¿Qué? Aburrido. No. Apagado. No del todo. Débil. Débil en relación con las cosas, como quien no desea que las cosas lo reclamen. Yo, me di cuenta de repente, sentía que las cosas me reclamaban, y eso me ponía en actividad”. Microdosis de alucinaciones o contingencias que lo vuelven aventurero, no solo en tanto viaje en sí, sino a lo Stevenson, como desplazamiento o fuga. El autor de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente construye una narración peripatética que desafía la idea de aventura como un orden atado a lo nuevo y a lo útil.
En varios pasajes del libro, el narrador suspende el curso de las acciones para reflexionar sobre las decisiones que toma como narrador: “Ahora mismo, por ej., veo lo que acabo de escribir y veo que, aunque quizá no se note, es una escritura desesperada”, sopesa. La odisea personal se subsume en las cenizas y diamantes que tiene el relato en sí. Una oportunidad, sobre el final, deviene en una marca de estilo del protagonista –la estampa de un vino–, una serie de valores, ambiciones y a la vez trucos que, como un gabinete de curiosidades volátil y añejo, hablan del carácter literario de su autor.
Una oportunidad
Por Pablo Katchadjian
Blatt&Ríos
240 páginas, $ 2990