Reseña: Una música, de Hernán Ronsino
“Hay un relato”, dice Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) en su libro de ensayos Notas de campo (2017). La afirmación, en apariencia sencilla, no lo es pronunciada en pleno siglo XXI. Desde su trilogía pampeana (La descomposición, Glaxo y Lumbre), este autor traducido a ocho idiomas se ha instalado entre quienes creen en “el arte de narrar”, como titula Juan José Saer su único libro de poemas; es decir, en la lenta construcción de una trama, en la interioridad de un puñado de personajes, en la posibilidad de trabajar con la tradición.
Como Los galgos, los galgos (1968), la novela de Sara Gallardo, Una música empieza con un legado: Juan Sebastián Lebonté, músico de renombre, recibe como herencia, tras la muerte de su padre, un campito en Paso del Rey. Lo que encuentra, cuando llega, es un paraje que lleva décadas ocupado. Un campo pobre, ganado por los yuyos, coronado por un puente, atravesado por el tren que llega de Once y por ese tema en la literatura de Ronsino, la fábrica. Para sobrevivir en la comunidad que lo aloja, Lebonté tiene que cambiar su nombre, aprender a ser albañil, carpintero, entrar en otro sistema. “No sé por qué lo hago”, dice, “pero persisto con voluntad”. A medida que se avanza la figura del padre se complejiza: su obsesión con un músico (Bill Turner) y con un disco (Hudson) y la presión que ejerció durante años sobre el hijo para que se convirtiera en pianista. La novela se instala, también, en la tensión entre arte y naturaleza; el protagonista empieza a estar inmerso en sus sensaciones, en las impresiones que le causa el paisaje al mismo tiempo que recuerda conciertos, aprendizajes.
Ronsino es un escritor con oficio: si en Glaxo (2009) comprimió la trama para que se armara como un rompecabezas a partir de fragmentos, aquí la despliega con paciencia; va sembrando referencias para que se entienda por qué en la solapa hay una imagen de una edición de The Purple Land, de W. H. Hudson. Pero este no es el único autor presente. De Enrique Martínez Estrada toma cierto escepticismo, cierta sordidez, personajes estancados en una llanura que no cambia. De Saer recupera el pulso narrativo y una poética que entiende la narración como un gran bloque –de imágenes, de diálogos, de historia, de trama– que el escritor vuelca sobre la página. También recurre a los temas de la literatura borgeana: el doble, el traidor, el héroe.
Se podría decir que hay un regreso al campo. Están los pájaros, está el paisaje, hay un lago, un bote, hay incluso un renacer, solo que atravesado por la falta de trabajo, por los resabios de la violencia de los años 70, por sindicatos que no son lo que eran; se trata de una bucólica fabril. Aun así, quien se aventure en Una música encontrará algo de optimismo: el autor recupera la vitalidad de escenarios donde, aunque heridos, los lazos sociales se imponen. Encontrará también la prosa de uno de los escritores argentinos más celebrados de hoy, uno que, paradójicamente, va a contramano de las modas.
Una música
Por Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
206 páginas, $ 2750