Reseña: Una corona de rosas, de Elizabeth Taylor
Tres mujeres en una casa de verano transitan momentos distintos de la vida, el afecto y la sexualidad. La lectura de Una corona de rosas, de la inglesa Elizabeth Taylor (1912-1975), puede tener un tono anacrónico hoy en día –la novela es de 1949–, pero es menos por el asunto que por el modo de narrarlo.
Camilla y Liz son amigas desde que se conocieron de jóvenes en Suiza, donde estudiaban. Frances, mayor que ellas, fue institutriz de Liz, y las recibe, con cariñosa hosquedad, en la quinta a la que se ha retirado a pintar. A cada amiga le corresponde, en el sistema de la novela, un hombre: Liz se casó con un párroco, con quien acaba de tener un hijo y por quien se siente ignorada de plano; Frances tiene una relación por correspondencia con su mayor cliente, un coleccionista torpe, bonachón, que acude al campo a conocer la obra de la artista que admira. Camilla, soltera y dueña de un pánico al sexo opuesto que se traduce en soberbia, conoce en el viaje en tren a un sujeto dudoso del que queda prendada luego de presenciar juntos un suicidio.
El cívico aprecio a la cultura, la correcta instrucción, el arte de la conversación en situaciones sociales, la preocupación por los otros no desprovista de un grado de distanciamiento afectivo muy británico caracterizan a estos personajes que, moviéndose a la manera de actrices y actores sobre las tablas, entran y salen, dicen cosas ingeniosas, se lamentan. Un manto ominoso se cierne sobre todos ellos, pero la tragedia no es victoriana, y solo un personaje, el más endeble, será fulminado. La vida seguirá, presumiblemente lábil e intrascendente, para los demás.
El de Taylor es un realismo apegado a las cosas y a la desenvoltura elocuente de la frase (traducida con elegancia al castellano en esta edición argentina) que se aleja del modernista flujo de conciencia magistralmente enarbolado por su antecesora Virginia Woolf, pero también de la precisión irónica de su contemporáneo J. R. Ackerley. La comparación siempre es odiosa, pero invita a pensar por qué, siendo la prosa de Taylor tan buena, efectiva y gozosa, a la novela parece faltarle algo.
No basta como explicación la distancia con la época y la cultura en que transcurre la trama, porque, bien articulados en la novela, la neurosis burguesa de posguerra, los tímidos avances del laborismo y un feminismo blanco de buenas maneras, la crisis de la familia inglesa y el diletantismo en condiciones materiales armónicas no tienen por qué resultar necesariamente indiferentes para un lector latinoamericano promedio. Es la obsesión de Taylor con la psicología de los personajes, que pide más de lo que pueden dar, lo que hace que Una corona de rosas aborde el proyecto de la novela realista, pero termine limitada por el melodrama.
Una corona de rosas
Por Elizabeth Taylor
La Bestia Equilátera. Traducción: E. Montequin
288 páginas, $ 5800