Reseña: Una canción que dure para siempre, de Santiago Featherston
Doce cuentos integran Una canción que dure para siempre, primer libro de Santiago Featherston (1988, La Plata). El autor utiliza su ciudad natal como un escenario donde se siente cómodo para ir construyendo sus ficciones. En ellas predominan un toque de nostalgia por la experiencia vivida y un decir irónico que busca subrayar con elegancia el absurdo de ciertas situaciones.
“Para Mati somos todos iguales” recrea, de un modo muy personal, el ambiente de un gimnasio en el que se practica spinning. Las historias y reflexiones de un misterioso personaje llamado El Hombre Que Habla Solo funcionan como cuentos secundarios de “Noches de radio”. “Las palabras escondidas” plantea el concepto de que al hablar o al escribir hay algunas palabras que se niegan “a ser dichas y convertirse en símbolos” y se quedan “escondidas en el silencio”. En “Cómo olvidarla”, un muchacho que no puede sacarse de la cabeza a su ex novia encuentra un inesperado alivio escuchando Rock Progresivo, y el texto que da nombre al libro ofrece la semblanza de un librero que parece empeñado en espantar a sus clientes.
A veces los hilos conductores de los argumentos se dispersan y el desenlace se desdibuja; quizá porque Featherston no quiere prescindir de ninguna de las pistas que le señalan la dirección del relato cuyo propósito final, como afirma uno de sus álter ego, es comprender. Esa comprensión de lo contado no se dirige tanto al intelecto, y apunta deliberadamente a crear una zona de entendimiento que se nutre narrativamente de percepciones emocionales e intuitivas.
Una canción que dure para siempre
Por Santiago Featherston
Sigilo
219 páginas, $1500