Reseña: Un montón de bolsas negras, de Sebastián Masquelet
“Quiero caminar por la calle y no pensar en nada. Quiero estar en un lugar donde nadie me conozca, donde nadie me pregunte cómo estoy”, dice Agustín en Un montón de bolsas negras, novela de Sebastián Masquelet. Una de las causas principales de este estado de ánimo depresivo es la ruptura –después de ocho años de relación– con su novia Natalia, que además está embarazada.
Masquelet traza un original retrato del entorno familiar de su protagonista en el que figuran un abuelo que “siempre se caracterizó por ser hombre de ciertas arbitrariedades”; un padre que “vive en su mundo, más allá del bien y del mal”; una madre ausente de la que no se sabe nada; una abuela fallecida en 1969, a los treinta y ocho años, a la cual le encantaba ver películas.
Su pasión por el cine fue heredada por su nieto, que incluye en la narración unas fichas analíticas sobre dos filmes –Propuesta indecente y Cinema Paradiso– y en una parte del relato recurre al formato de un guión cinematográfico.
Sesiones de terapia parecen no ayudarlo en su intento por superar su abatimiento existencial. Renuncia a su trabajo de redactor publicitario para una empresa que vende “tours médicos” y decide viajar a Londres donde reside la hermana de su abuelo.
Un montón de bolsas negras se centra en ese momento de crisis de Agustín. Examina sus conflictos desde su propia perspectiva, al mismo tiempo que va revelando rasgos de su personalidad y destaca la importancia de los vínculos afectivos en el proceso que debe afrontar para encaminar su vida en una dirección satisfactoria.
Un montón de bolsas negras
Por Sebastián Masquelet
Hormigas negras
236 páginas, $ 4600
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